Claudio Burgio

Claudio Burgio: «Todo será para un bien»

A las puertas de Milán, la vida de cincuenta jóvenes de la comunidad Kayrós en la “clausura” del aislamiento. ¿Qué supone para ellos, que ya llevan historias complicadas a sus espaldas? «Ante ciertas preguntas, los eslóganes no bastan»
Giorgio Paolucci

«Todo saldrá bien». Intenta decírselo a cincuenta jóvenes que viven en comunidad, confinados durante semanas dentro de una clausura rígida e interminable que lucha contra sus pulsiones vitales y con historias complicadas o de malos tratos sufridos en sus familias. De hecho, él, que los conoce muy bien y convive con ellos desde hace semanas, no se lo dice. Claudio Burgio, fundador de la Comunidad Kayrós y capellán de la prisión de menores Beccaria en Milán, desconfía de los eslóganes que se popularizan estos días. Los considera una manera superficial de no querer mirar a la cada una realidad incómoda y de buscar la forma de gestionar lo imprevisible con la ilusión de tenerlo todo bajo control y poder salir vencedores. «Los eslóganes no son capaces de resistir el embate del tiempo», dice. «Son un arma afilada para hacer frente al miedo que todos estamos sintiendo».

Estos días de encierro por el coronavirus, Claudio está poniendo a prueba el nombre y el sentido de la comunidad que fundó hace veinte años y a la que muchos miran como modelo educativo válido para todos, no solo para los “chicos malos” que se han peleado con la justicia y con la sociedad. Kairós en griego significa “tiempo favorable”, “momento oportuno”. ¿Se puede vivir un tiempo tan desesperante y lleno de dolor como una ocasión favorable?

Algunos jóvenes de la comunidad

«A los adolescentes con los que vivo noche y día se les suele considerar “cautivos”, no por una maldad congénita sino porque son presa de lógicas propias del poder, la violencia y los instintos más impulsivos de consumo, impuestos-propuestos por los modelos de comportamiento predominantes. Precisamente por las circunstancias que estamos atravesando, la mirada de muchos de ellos, capturada hasta ahora solo por necesidades consideradas irrenunciables, se ha posado en su humanidad más profunda, hecha de preguntas y grandes deseos».

Sucede así que, después de un almuerzo con los invitados de la comunidad, nace de uno de ellos la madre de todas las preguntas, esa que siempre sale de puertas hacia afuera porque resulta demasiado incómoda para quien quiere parecer siempre un triunfador. ¿Por qué todas estas muertes? ¿Y por qué la muerte? «El espectáculo de la muerte es un dato que penetra en la existencia de los jóvenes a través de los videojuegos y las redes sociales, pero toda nuestra cultura ha borrado la muerte de la escena pública, o la esconde con un lenguaje camuflado. Hoy no se muere, se desaparece, se viene a faltar en el afecto de los seres queridos, se pasa a mejor vida… Muchos jóvenes con los que vivo juegan con la muerte de manera virtual o la desafían intentando cruzar todos los límites, haciendo uso de las drogas o conduciendo a gran velocidad al salir de las discotecas. Pero hablando con ellos sobre lo que están viendo estos días se ha hecho evidente que la muerte no es un game over al final de un juego que puedes volver a empezar con un clic. Nos damos cuenta –todos, jóvenes y adultos– de lo poco preparados que estamos para morir y de la necesidad que tenemos de hacer frente a nuestra debilidad. Pero quien reconoce sus heridas aprende a preguntar. Y para mi sorpresa, nuestras conversaciones han hecho surgir nuevas preguntas: “¿dónde está Dios?, si Dios existe, ¿por qué no hace nada para cambiar esta situación?, ¿qué sentido tiene vivir?”».

Para muchos de ellos, pensar en Dios significa pensar en Alguien fuerte, muy fuerte. ¿Qué hacemos con un Dios débil? Ese hombre que muere crucificado, ¿acaso no certifica su derrota frente al mundo? «Los jóvenes de tradición musulmana –tenemos muchos en la comunidad– no logran concebir un Dios que muere en la cruz. Para ellos, la divinidad se asocia con la idea de dominio, algo poderoso que determina la trama de las historias humanas. Por eso, les provoca e interpela mucho un Jesús que no saca la espada sino que es callado y humilde de corazón, que sacrifica su vida por la vida de los demás. Los chicos de tradición cristiana consideran en el fondo irrelevante un Dios que contempla la debilidad, que parece inerme ante el mal. Se ve que la educación recibida en la familia o en la parroquia no resiste ante el escándalo del dolor».

¿Y él, el amigo sacerdote que ha conocido de cerca los dramas y caídas de estos jóvenes, cómo se pone ante sus preguntas? «La primera preocupación no puede ser arreglar las cosas con la respuesta correcta y tranquilizadora, también porque a veces ni yo la tengo. Es importante que se dejen provocar por lo que está pasando y que lo que viven despierte en ellos preguntas que durante mucho tiempo han censurado o anestesiado, y que esas preguntas queden abiertas, que no se cierren como eslóganes de impacto fácil. También es importante que acepten medirse con un Dios que exalta la libertad, que no decide en su lugar. La fe se convierte entonces en un reto que afrontar partiendo de una realidad que quema. Tienes que hacer cuentas con tu propia experiencia. También con la enfermedad y la muerte, porque la muerte también pertenece a la vida. Necesitan ver cómo un adulto afronta la posibilidad y el significado del dolor y de la muerte. Sobre estos temas no se pueden dar lecciones, solo se puede testimoniar. Hay un camino que recorrer juntos, porque la fe es un proceso dinámico, nunca estático. Es un riesgo, no un refugio. Todo eso supone una provocación para mí y para ellos, juntos vivimos una búsqueda inagotable porque, como escribe el poeta Antonio Machado, “se hace camino al andar”. A mis chicos que tienen sed de verdad les digo que tal vez “no todo saldrá bien” en esta experiencia comunitaria, pero sin duda todo concurrirá hacia el Bien si sabemos dar voz a nuestras preguntas más profundas y a nuestra relación con Dios. Solo así nuestro kairós será un tiempo favorable».