Carmine Di Martino y Davide Settoni

“¡Qué bonito! ¿Quién te lo ha dado?”. La vida es signo

Continúa el itinerario sobre "El sentido religioso" de don Giussani, promovido por BergamoIncontra. Una dinámica presente en todos los aspectos de nuestras jornadas. La ponencia de Carmine Di Martino
Rita Costantini

«Estamos siendo desafiados para darnos cuenta de que la realidad no es algo obvio». Con estas palabras, Davide Settoni, vicepresidente de BergamoIncontra, presentó la segunda edición del nuevo ciclo de encuentros dedicados a El sentido religioso de don Giussani, bajo el título “La realidad, un signo”, el pasado 15 de enero en el Centro de Congresos Juan XXIII de Bérgamo. Después planteó a Carmine di Martino, profesor de Filosofía teorética en la Universidad Estatal de Milán y ponente en esta ocasión, esas preguntas que no se pueden apagar sin correr el riesgo de “perder la vida viviendo”. Como dice el verso de T.S. Eliot, tomado de los Coros de la piedra, «¿dónde está la vida que hemos perdido viviendo?», que da título a este segundo ciclo.

«Si existe otro en el origen de nuestra existencia, ¿a qué nos provoca entonces las cosas que pasan? ¿Dónde nos llevan? ¿De qué son signo?». Di Martino recorrió el capítulo IX del texto de don Giussani citando ejemplos tomados de la vida cotidiana, intentando mostrar lo que significa mirar las cosas que pasan como signos: el gesto de un amigo que nos invita a acercarse a él, una camisa planchada que hace pensar en quien la ha preparado así para nosotros, el ruido de un vehículo que viene y nos obliga a esquivarlo. Todo es ocasión para pensar en otra cosa. No basta el simple registro del dato por parte del hombre. Las cosas no son imágenes que se imprimen en nosotros de manera mecánica como en una película fotográfica.

La vida se ve regulada por la dinámica del signo, remitiendo “a otro”. Nos vemos obligados, como dice Di Martino, sujetos a este método. El ejemplo que pone don Giussani en el libro es el ramillete de violetas encontrado en una habitación: «Imaginemos que yo entrara en tu habitación, que viese un vaso con un ramillete de violetas y dijera: “¡Qué bonito! ¿Quién te lo ha dado?”. Supongamos que tú no me respondes, y yo insisto: “¿Quién ha puesto ahí ese ramillete?”. Y que entonces tú me respondes: “Está ahí porque está ahí”. Mientras tú te mantuvieras en esta respuesta yo permanecería insatisfecho, hasta que dijeras, por ejemplo: “Me lo ha dado mi madre”. “¡Ah!”, diría entonces yo, tranquilo. (…) La presencia del vaso de flores es signo de otra cosa».



Hasta aquí, sencillo, según Di Martino. Pero don Giussani, en este punto, establece una analogía que representa al mismo tiempo una primera provocación. Igual que la vida diaria está hecha de signos concretos cuyo sentido lleva inevitablemente a otra cosa, análogamente, el mismo método de superación de la inmediatez se aplica a la toda la realidad entera. No sería humano ni racional no adentrarse en la búsqueda de lo que remite a “otra cosa”. De este modo, el capítulo continúa señalando las cuatro grandes exigencias «impresas» en el corazón humano: verdad, justicia, felicidad, amor.

La pregunta por el significado, según Di Martino, nos acompaña en todas las fases de la existencia. Desde el niño que atosiga a sus padres con sus «porqués», al adolescente que se pregunta por qué estudiar, o el adulto que ofrece respuestas que nunca son suficiente. La búsqueda del significado siempre remite más allá. Como un punto de fuga al que apunta la apertura insaciable a un significado inagotable. Por un lado, el significado último se nos escapa, explicó el profesor; por otro, determina la intensidad del esfuerzo que hacemos en el presente. La justicia también representa una exigencia nunca satisfecha. Nunca sucede lo que para nosotros “es justo”, sobre todo en la relación con otra persona cuando, por ejemplo, no reconoce adecuadamente nuestro valor. La necesidad de ser felices no se aplaca con lo que la realidad nos promete. Todo se muestra insuficiente después de que se desate el fuego del deseo. Sucede así con el amor. Aunque la posesión del amado apagase el deseo, acabaría transformándose en algo que nos oprime. Sin embargo, añadió Di Martino, si eliminamos la hipótesis de un más allá, esas exigencias se verían ahogadas de manera antinatural, no podríamos explicarnos su existencia, la existencia de nuestro propio yo. Por un lado, resultarían inalcanzables en su plenitud; por otro, no podríamos acallarlas. Es imposible neutralizarlas.

Pero entonces, ¿qué sentido tiene seguir deseando? ¿Realmente es razonable? El ponente considera la respuesta de don Giussani muy «fina» y no precisamente sencilla de comprender en profundidad. «El carácter exigente de la existencia humana remite a algo más allá de sí misma como su sentido y objetivo… remite a algo que el hombre lleva dentro de sí mismo pero que no coincide con nada de lo que tiene a su alcance ni sabe imaginarlo». Debe existir aquello que se ve implicado en nuestras propias exigencias, en nuestro deseo.

¿Cómo llama don Giussani a este “algo más allá” al que va destinado todo movimiento humano? ¿Eso para lo que no tenemos palabras, hacia lo que nos vemos lanzados sobre todo en ciertas circunstancias inexplicables de la vida? Es la idea de “misterio”. Si empujamos hasta el fondo a la razón, esta admite lo infinito, lo inconmensurable. Como dice El sentido religioso, «la fidelidad a la razón obliga a admitir la existencia de algo incomprensible… no bloque de la razón sino signo de su apertura sin fin».



La conclusión del capítulo, para Di Martino, no nos deja tranquilos. Quien abole el misterio reniega de la razón en su esencia, indómita en su búsqueda, de tal manera que es capaz de hacer la vida digna de ser vivida. Por el contrario, sin admitir tal apertura de la razón al misterio, resultarían hasta “monstruosos” todos los detalles de la vida y vanas todas nuestras fatigas, porque se verían privadas de su perspectiva más humana. Fácilmente percibimos en cambio la fascinación, la grandeza de la compañía de quien no renuncia a la grandeza y al tormento de la relación con el misterio que, de hecho, hace mejor la vida

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Al acabar la ponencia, hubo tiempo aún para una pregunta más por parte del público. «¿Qué significa que signo y misterio coinciden?». Di Martino explicó que es típica del cristianismo la “pretensión” de dicha coincidencia en la persona de Jesucristo, que encarna y revela la verdad deseada por el hombre de todos los tiempos. Pero lo más impactante y entusiasmante es constatar que el sentido del misterio no se debilita después de la revelación, del encuentro con quien se declara como “camino, verdad y vida”, más aún, el deseo se ve impulsado, añadió el profesor. Es como un vaso que se llena pero cada vez se va haciendo más grande para seguir recibiendo lo bueno que se derrama en él.

El camino no acaba aquí. La cita es el próximo encuentro, donde Davide Prosperi, vicepresidente de la Fraternidad de Comunión y Liberación, introducirá los dos capítulos siguientes, en un encuentro titulado “La aventura de la libertad”.