Julián Carrón en Florencia

Carrón en Florencia. ¿Alguien puede vencer la soledad?

Un congreso dedicado a uno de los temas más candentes en la atención a ancianos, donde participó el presidente de la Fraternidad de CL: «No estamos solos porque Alguien ha venido para acompañarnos en el vivir»
Marco Lapi

“Enemiga soledad”. Así se presentaba, con este título aparentemente sin opción a réplica, el congreso organizado en Florencia el fin de semana del 15 y 16 de noviembre por la Asociación Italiana de Psicogeriatría, presidida por Marco Trabucchi, la Fundación Montedomini, a cargo de Luigi Paccosi, y la red internacional Long Term Care Alliance, con sus responsables Andrea Ungar e Ilan Gonen. Pero la inmensa fotografía de la poetisa Alda Merini de fondo, con su mirada tan encendida como su imprescindible cigarrillo entre los dedos, empezaba a abrir paso a ciertas dudas sobre una posible esperanza.

Esta iniciativa nació en el marco de la segunda Jornada nacional contra la soledad para sensibilizar sobre una problemática que afecta de cerca a muchos ancianos. El director del congreso, el profesor Ilan Gonen, tuvo la idea de invitar, entre otros a Julián Carrón, tras conocer a varios amigos de CL en la Escuela Italiana Aldo Moro de Bucarest, que dirige desde hace once años Tina Savoi, de los Memores Domini. La elección de Florencia se debió, en cambio, al compromiso de varias instituciones, empezando por su alcalde, Dario Nardella, que encargó a su asesor Andrea Vannucci la “delegación de lucha contra la soledad”. Luego la Fundación Montedomini –heredera de la histórica Casa Pía de la ciudad–, con su proyecto “Solimai” (Nunca solos, ndt.), creó una red de voluntariado que acuden a los domicilios de los ancianos para hacerles compañía.

Ilan Gonen, Julián Carrón y Luigi Paccosi

A Julián Carrón se le asignó el tema “Fe y soledad”, abriendo el horizonte a una última «experiencia elemental del hombre» descrita tantas veces, como la que evocaba Giacomo Leopardi en su Canto nocturno de un pastor errante de Asia, o como la que describía profundamente Emily Dickinson: «Hay una soledad del mar, una soledad del espacio, una soledad de la muerte. Y no obstante parecen compañía comparadas con esa más profunda, intimidad polar, infinitud finita: la del alma consigo misma». Porque, añadió Carrón, «ninguna soledad es comparable a la de un alma consigo misma». Como decía don Giussani, «el sentido de impotencia acompaña a toda experiencia seria de humanidad». Por tanto, «cuanto más consciente es el hombre de las ilimitadas dimensiones de su impotencia, más cuenta se da de que esa soledad no puede hallar respuesta en nosotros ni en los demás».

Por otro lado, no falta en la experiencia humana una percepción distinta de la soledad, que la muestra como una «maravillosa conquista», como cantaba Gaber: «La soledad no es ninguna locura / es indispensable para estar bien en compañía». Nada que ver, por ejemplo, con la angustia que invade en la noche a los dos huérfanos del poema homónimo de Pascoli. «¿Una conquista tremenda, una maravillosa condena?», se preguntaba Carrón, refiriéndose también a las palabras de Etty Hillesum, la joven judía que murió en Auschwitz: «Conozco dos tipos de soledad. Una me pone triste hasta la muerte y me hace tener la impresión de estar perdida y sin dirección. La otra, por el contrario, me hace fuerte y feliz». La respuesta, y la diferencia, no consiste en estar solos o no, sino en vivir una vida llena de significado.

Una cuestión de actitud, como señalan las palabras del psiquiatra Eugenio Borgna citadas por Carrón: «Soledad y aislamiento son dos formas radicalmente distintas de vivir, aunque muchas veces se identifiquen. Estar solos no quiere decir sentirse solos sino separarse temporalmente del mundo de las personas y de las cosas, de las ocupaciones cotidianas, para adentrarse en la propia interioridad o en la propia imaginación, sin perder el deseo o la nostalgia de relacionarse con otros, con las personas amadas, con las tareas que la vida nos confía. En cambio, estamos aislados cuando nos cerramos en nosotros mismos porque los otros nos rechazan o cuando, a menudo, seguimos la estela de nuestra indiferencia, de un triste egoísmo que es consecuencia de un corazón árido y seco». Por tanto, no es una condena, pues no faltan testimonios sobre la posibilidad de vivir positivamente cualquier situación humana. Como afirma la periodista Marina Corradi, citada por Carrón, a propósito de su “grieta”, que llegada a un cierto punto se convirtió en una “severa depresión”: «Leí a Mounier: “Dios pasa a través de las heridas”, decía. Me hizo pensar que quizás mi grieta, como un agujero en una pared impermeable, fuera una laceración necesaria. Si no estuviera, yo, físicamente sana, yo, nada pobre, yo, afortunada, no necesitaría nada. Ese muro roto, esa falla, es una salvación. Por ella, un torrente de gracia, incontrolable, puede entrar a fecundar la tierra árida y endurecida».

«Esta es la lucha en cualquier circunstancia», señaló Carrón. «¿Pero qué razones tenemos para librarla? Solo un amor por nosotros mismos, porque, de hecho, hasta el dolor más profundo nos puede llevar a descubrir horizontes absolutamente desconocidos. Pero, para abrirse a esta posibilidad, hace falta mirar con esa apertura de la que solo el hombre el capaz». A cambio de no caer en ese actual vacío de sentido descrito por el psicoanalista Umberto Galimberti, que no afecta a «una edad cronológica concreta, porque ya se puede vivir la vejez a los veinte años», afirma Carrón.

Para que la soledad pueda «experimentarse como un factor positivo del vivir» hay que atravesarla. Para que llegue a ser «el lugar donde descubrir la compañía original», es necesario «no bloquear la exigencia de significado que siempre habita en el corazón humano». Empezando por la evidencia de que solos no podemos, como testimonia de nuevo Etty Hillesum: «Dentro de mí hay una fuente muy profunda. Y en esa fuente está Dios. A veces consigo alcanzarla, pero con frecuencia está cubierta por piedras y arena: entonces Dios está sepultado. Por tanto, hay que desenterrarlo de nuevo». «La vida se expresa, por tanto, sobre todo como conciencia de una relación con aquel que la hace», añadió Carrón, citando El sentido religioso de don Giussani. «Solo así se puede vencer la soledad, por el descubrimiento del ser como amor que continuamente se dona a sí mismo, que me hace ser, porque hay Otro que quiere que yo exista. La compañía está en el yo, porque no existe nada que hagamos solos, porque a cada instante somos generados por Él. Cualquier amistad humana, cualquier intento de responder a esta soledad es reverberación de la estructura original del ser, es decir, de esta compañía original que Otro nos hace al ponernos en el mundo».

Resulta evidente en la relación del niño con su madre, que vence el miedo a entrar en una habitación vacía, el ejemplo que ponía Giussani. Y lo es también en la irreductibilidad de la necesidad de ser amados, evocada incluso por un no creyente empedernido como el novelista francés Michel Houellebecq, en una carta pública a Bernard-Henri Lévy. Un deseo que persiste y para el que, como decía Montale, «un imprevisto es la única esperanza». No es una estupidez, porque ha sucedido. La soledad ha sido vencida por la presencia del Dios hecho hombre, del Verbo encarnado, por el que «todo adquiere riqueza y belleza».

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Una Presencia «que se ofrece para convertirse en verdadera compañía», añade Carrón, como el «mayor desafío a la razón y a la libertad del hombre. Dios se ha conmovido por la nada que somos, por la soledad que no sabemos vencer con nuestros esfuerzos, y para ello envía al mundo a su Hijo». Que «no vino a destruir el sufrimiento ni la soledad, sino a sufrirla con nosotros, a acompañarnos en el vivir, a hacerse una compañía para cualquier situación en que nos encontremos». En este sentido, concluyó Julián, «la fe ofrece una contribución decisiva a la soledad de cada uno de nosotros y a la situación de las personas ancianas. Para un hombre consciente de sí, la enemiga soledad puede convertirse, entonces, en amiga en sus jornadas, en compañera, porque se llena del diálogo ininterrumpido con el Misterio que hace todas las cosas».