Giancarlo Cesana y monseñor Matteo Zuppi

Enzo Piccinini. ¿Hay algo que no se apague?

Presentado en Bolonia un libro que recoger algunas sugerencias de lectura del cirujano de Módena cuando se cumplen veinte años de su muerte. Un encuentro con Giancarlo Cesana, Simone Zanotti y el arzobispo Matteo Zuppi
Giuditta Fornari

Bolonia, Fico Eataly World. La cita en el centro de congresos no se debe a un encuentro gastronómico sino a la presentación del libro de Enzo Piccinini Il fuoco sotto la cenere (Società Editrice Fiorentina). No solo se dan cita personas de la ciudad, sino que muchos vienen de toda la región de Emilia Romagna. En tres pantallas gigantes aparecen fotos de Enzo de cuando era niño, en el quirófano, de excursión por la montaña, luego un video haciendo de torero. Después, una breve biografía: su nacimiento, el encuentro con el movimiento, su relación con Giussani, el centro cultural “La Colina”, la fundación de las cooperativas “La Carovana” e “Il Pellicano”, la carrera de médico, su muerte el 26 de mayo de 1999, «cuando solo tenía 48 años», concluye la voz del locutor, «en un accidente de tráfico cerca de Fidenza». Y el funeral, con más de siete mil personas.

«¡No podemos estar solos!». Irrumpe la voz irrepetible de Enzo, al término de un viejo video de calidad muy baja, a lo que se llegaba en los años noventa. Luego otro, que repite: «¡No podemos estar solos! Sin una pertenencia, sin algo a lo que pertenecer, a lo que hacer referencia (…) no se puede, ¡no se puede! ¡No podemos estar solos!», resuena su voz por última vez.



Cuando vuelve la luz a la sala aparecen los invitados que el moderador, Davide Pianori, va presentando en un encuentro que se celebra con motivo de los veinte años de la muerte de Piccinini. Simone Zanotti y Giancarlo Cesana, médicos y amigos de Enzo, junto al arzobispo de Bolonia, Matteo Zuppi, presentan un libro que recoge las sugerencias de lectura que el cirujano de Módena hizo entre 1984 y 1997 sobre cuatro novelas: Ilia ed Alberto, Vida y destino, Cuerpos y almas y Cartas desde el dolor.

La lectura quiere ser un punto de parangón «con la postura humana de un hombre capaz de juzgarlo todo, arrollador y apasionado». Sobre este punto, se pide a los ponentes que señalen los rasgos inconfundibles de su personalidad, como una ayuda para descubrir el origen de esa pasión.

El primero es Zanotti, cirujano discípulo de Enzo. «Me considero un absoluto privilegiado por el mucho tiempo que pasé con él». Era el más joven del equipo médico. «El grupo», como lo llamaba él, cuya vida y sus rasgos inconfundibles tomaban forma de la convivencia con Piccinini. «Compartimos todo el tiempo de la formación, le echo muchísimo de menos». Cuenta su primer encuentro. Simone, 18 años, vacaciones en Borca di Cadore, con otros estudiantes. «Aparece este tipo que nos hace cantar dos veces In questo mondo di ladri, una canción de Venditti. Le gustaba mucho la frase: “Aún queda un grupo de amigos que no se rinde nunca”. Entonces saltó con algo que me impactó brutalmente: “Estoy aquí porque me conviene. En el cristianismo tienes la posibilidad de vivir el ciento por uno aquí abajo, gozar cien veces más de la vida”. Lo decía un hombre con gran credibilidad, que podría tener muchísimas alternativas posibles».

En su larga intervención, Zanotti volvía constantemente a esa relación, preciosa pero también abrupta en ocasiones. Recuerda una ocasión, al terminar una guardia, en que se encontraron en el patio del hospital de santa Úrsula, que estaba lleno de gente. Enzo le agarró físicamente del reloj y se puso a gritarle con las venas de su cuello ensanchadas. «Me dijo que qué hacía ahí sentado, que me estaba acomodando». La gente se giraba. «¡¿Por qué ya no arriesgas?! ¡¿Por qué ya no arriesgas?!». No se escandalizaba por la falta o el pecado, pero le enfurecía ver que descuidabas tu propia humanidad.

Simone Zanotti

¿Qué nos dice hoy esa intensidad tan totalizante? Dentro de un largo recorrido, en el que Cesana describe la naturaleza de la relación entre Piccinini y Giussani, de pronto, a partir de un comentario sobre la novela Ilia ed Alberto, parece asomar una respuesta. Un chico fue a ver a Enzo para decirle que un amigo suyo había muerto y le preguntó si creía que se volverían a ver. «¿Tú lo deseas?». «Sí». «Entonces volverás a verlo. O estás mal hecho, o lo volverás a ver. Porque no hay deseo que Dios ponga en el corazón y deje sin respuesta». Comenta Cesana: «Este es el centro de la cuestión. El deseo sin respuesta termina aplastado o convertido en lujuria. El deseo existe porque existe la respuesta. La respuesta es lo que nos hace vivir, lo que sostiene y orienta el deseo. Sin respuesta, el deseo muere o enloquece».

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En el arzobispo Zuppi se hace evidente que esta respuesta existe, que está presente y viva ahora. Porque la alegría y la intensidad de la vida que vibra en lo que cuenta de Enzo es la misma que él transmite, y también la que se percibe en el pueblo del que habla, ese a través del cual conoció a Enzo. «Le conocí gracias a vosotros», dice. «Lo primero que me llamó la atención fue su energía». En su breve intervención, retoma del libro algunas expresiones que le cautivaron: «Poner el corazón en lo que hacemos». Dice Zuppi: «Él ponía el corazón en todo lo que hacía y este corazón se convirtió en energía». Repite palabras de Piccinini. «Tu sacrificio alivia el dolor de todos los hombres, tal vez haya una persona que está sufriendo en Japón y esa persona que están en el fin del mundo te estará agradecida». Le llama la atención su consonancia con la Evangelii Gaudium, un amor que genera otra cosa, incluso aunque tú no lo sepas.

Fiorisa y Annarita Piccinini, la esposa y una de las hijas de Enzo, con monseñor Zuppi

Luego vuelve a citar una frase suya sobre Mounier en el comentario de su novela. «“Hace falta sufrir para que la verdad no cristalice en doctrina”. ¡Qué fácil es que cristalice en doctrina sin hacerse carne!». Añade Zuppi: «La doctrina son muchas veces nuestras actitudes, por las que todo cristaliza, se convierte en algo del pasado que ya no provoca a un encuentro, a una pasión, a una inquietud en el presente...».

Esculpe así la figura de Enzo, que parece resultarle muy familiar: «Es un hombre que vivió de una manera tan indomable que en cierto momento superó el miedo a equivocarse, porque encontró una libertad mayor, la verdadera libertad, que es la de amar». Concluyó con un reclamo para sí mismo y para el momento presente. «Nos ha enseñado que la verdad entra en la carne de todos los días, en el trabajo, en la pasión, en el encuentro con otro. En este sentido, Enzo nos ayuda a ser hombres que mantienen encendido un fuego bajo las cenizas, y que siguen diciendo sí a ese amoroso Misterio que encuentran en su propia vida». Al oír estas sencillas palabras, se abre paso en el corazón una pregunta que se queda abierta: ¿dónde encontramos hoy ese amoroso Misterio?