La asamblea de Oriente Medio se ha celebrado cerca del Mar Muerto

Jordania. En el desierto, una semilla que sigue creciendo

Asamblea de responsables de CL en Oriente Medio. Un relato de fatigas, sorpresas y nuevos encuentros. Como la historia de 35 mujeres que hacen Escuela de comunidad en Belén. «Aquí todo sigue igual, hasta el muro. Lo que ha cambiado es nuestra mirada»
Claudio Mésoniat

Asamblea de CL en Oriente Medio. Estamos en Jordania, del 1 al 3 de febrero. La naturaleza en que estamos inmersos es árida y desértica, a orillas del Mar Muerto, no del lado de la Tierra prometida, Qumran y Jericó, sino del otro, que según los arqueólogos fue sede de las ciudades de Sodoma y Gomorra. Estamos en la depresión más profunda de la tierra (emergida), 400 metros por debajo del nivel del mar. Vemos la gruta donde una antigua tradición cuenta que se refugió Lot, sobrino de Abrahán, en su huida con sus hijas por la destrucción de las dos ciudades malditas. Allí se erigió un monasterio cristiano en el siglo V, del que queda alguna piedra. Tampoco el Mar Muerto pasa un buen momento, se está evaporando a un ritmo brutal, cada año pierde 70 cm, lo que significa que en cincuenta años dejará de existir y solo quedará una salina inmensa, a imagen de las que ya asoman por todas partes. Hasta los dromedarios se contonean perplejos por las playas blanqueadas por la sal. Resumiendo, todo podría ser una gran alegoría del declive existencial, cultural y social no solo de Europa y todo Occidente, sino –bien mirado– también del mundo islámico, de su umma y su civilización, árida por las formas de una tradición asfixiada, que pareciera que tuviera que ponerse en manos de las sacudidas del fanatismo para volver a la vida.

En cambio aquí, a orillas del Mar Muerto, se respira bien, y no solo por el oxígeno que abunda en estas tierras bajas. Se respira bien por cuarenta amigos que se han juntado en el Hotel Ramada procedentes de una decenas de países orientales, gente que camina y que quiere seguir caminando. Todo es significativo en un gesto, especialmente en la liturgia, que en la misa del viernes por la noche propone un Evangelio donde Cristo habla de una semilla que, ya duermas o veles, sigue creciendo. Tiene vida propia, casi secreta. En estos días, concluye el padre Claudio Lurati, deberemos en cierto modo violar ese secreto para ayudarnos mutuamente en nuestro camino.

En estos países, la vida de los pocos y a menudo aislados cristianos que hay está realmente escondida, y el crecimiento de esa semilla puede parecer demasiado lenta. Por ejemplo, para verse unos pocos hay que recorrer cien kilómetros «y por la noche estás agotado, porque no se habla tu idioma y el ambiente a veces parece impenetrable» (Luca, Riad). Algunos siempre están solo. «Esto es un continuo pasar de gente que llega y, cuando le has tomado afecto, se va. Siempre tengo esta pregunta: ¿por qué esta fatiga?» (Silvia, Dubai). Hay quien ha pasado un periodo de tiempo fantástico en Italia, y al volver se siente «extraño con todo» (Oussam, Tierra Santa). También hay quien ha nacido aquí y comprende que el Señor le quiere aquí, en un país que después de 15 años de guerra “civil” sigue lleno de heridas y que muchos (más de ocho millones) abandonan (Rony, Beirut). Luego están las heridas que todos tienen que afrontar antes o después: la muerte de personas queridas, tu padre, tu madre, un hijo; una grave enfermedad entre los más cercanos, tus propios hijos. Por no hablar de las dificultades –y las grandes oportunidades– que surgen en un ámbito donde los cristianos son pequeñas islas en el mar de las sociedades musulmanas.

Los participantes en la asamblea de Jordania

Pero hay un método infalible, como recuerda continuamente Riccardo Ardito, que guía la asamblea, y en el que profundiza José Miguel García: el de la Virgen. Que lo conserva todo en su corazón y lo medita, completamente abandonada y confiada. Entonces los ojos se abren y ver la realidad entera. Siempre hay uno que te llama y te despierta. «¿Cuándo nos vemos?». Una vecina, “pobrecilla” (según los cánones locales), viuda, que salta con un «yo soy afortunada, agradezco esta vida, vosotros en estos veinte años habéis sido ángeles para mí, espero poder serlo yo también para vosotros» (Luca). ¿Pero qué pasa con esa fatiga porque «los amigos se van»? «Ha sido un periodo de gran maduración. He entendido que se me pide la virginidad en las relaciones que tengo, y los Memores me ayudan a aprender esta mirada» (Silvia). «El color de la separación sirve para volver a hacer tuyas las relaciones, ahí se despierta la conciencia de Quién las sostiene. Y renace la compañía incluso en rostros nuevos. Esto es lo que nos abre al mundo», comenta Riccardo. Respecto a los Memores, hay varios diseminados por Oriente Medio. Fiorenza está en Omán. «Charlando con mis compañeras musulmanas, una vez dije que yo no me caso, que hago otro camino. “No hacía falta que lo dijeras”, le dijo sonriendo una de ellas. “¿Por qué?”. “Por un plus de humanidad que se ve en ti perfectamente”. Yo no tengo que medir nada, el otro es quien ve la novedad que hay en mí». También está Oussam: «Ir a ver a mis amigos a Italia no es “recargar pilas”», porque las pilas pueden recargarse día tras días allí donde estás. «Cuando me pongo en juego allí donde estoy, todo cambia». Simon (Ammán) dice que «aunque no se me da muy bien hablar, los demás, incluso los musulmanes, ven la atención que yo presto a otros, y van surgiendo cosas. El libro Educar es un riesgo se ha leído hasta en los ministerios de nuestro Gobierno».

De los sufrimientos más profundos, se ve en los relatos que nadie se ha quedado solo, que siempre hay Uno al lado, el único capaz de decir: «mujer, no llores», Uno que habla a través de sus santos. Parece que el papa Francisco, coincidiendo con su viaje a Emiratos, quisiera confirmarlo mientras hablaba a los cristianos que viven situaciones duras y complicadas en esos países, y les recuerda un episodio de la historia de san Antonio en el desierto, un diálogo con Jesús. «¿Dónde estabas? ¿Por qué no apareciste antes para detener los sufrimientos? ¿Dónde estabas?». «Antonio, yo estaba aquí». Y el Papa comenta: «Frente a una prueba o a un período difícil, podemos pensar que estamos solos, incluso después de estar tanto tiempo con el Señor. Pero en esos momentos, aun si no interviene rápidamente, él camina a nuestro lado y, si seguimos adelante, abrirá una senda nueva. Porque el Señor es especialista en hacer nuevas las cosas, y sabe abrir caminos en el desierto».

¿Cómo no hablar de una de esas “sendas nuevas” que se abrió hace unos años en Palestina? La de las “mujeres de Belén”. Lo contaban dos de ellas, Bernadetta y Lina. «Somos casi 35», dice Benedetta. «¿Y los hombres, los maridos?, os preguntaréis. No tienen tiempo (de momento). Entre nosotras hay armenias, católicas, ortodoxas, protestantes. Nos vemos regularmente para la escuela de comunidad». ¿Pero de dónde nace esta nueva senda? Lina es católica, va a la iglesia por tradición. La muerte prematura de su madre, tras un largo sufrimiento, hizo exclamar a su hermano pequeño: «¿Por qué Dios, que en catequesis nos han dicho que es amor y hace milagros, no la ha curado?». «No logré responderle, pero esa pregunta me ha marcado la vida». Se fue a estudiar a Europa, volvió, se casó, tiene tres hijos. Su trabajo consiste en ayudar a las familias de los niños ingresados en el hospital infantil y prepararles en muchos casos para la separación. Muchas veces ellos le dicen: «Es la voluntad de nuestro Señor». «¿Pero cómo pueden decir eso?», se pregunta ella. En 2010-11 llegó el cambio. Conoció a un grupo de italianos que iba de peregrinación. Quisieron ir a verla al hospital. «Como tantos otros, pero era un grupo distinto. Me miraban, se interesaban por mí». Cenó con ellos y sus compañeras, una cena de cuatro o cinco horas. «Ahí empezó todo. Nos dejaron algo dentro, ¿pero qué? Queríamos entenderlo. Y cuando nos invitaron a Italia, algunas fuimos». Volvieron a Belén llenas de alegría y crearon el grupo de las “tocadas” (como se llaman entre ellas). «Nos vemos cada dos semanas para hablar de nuestra vida y empezamos a leer los libros de la Escuela de comunidad para poder juzgar esta experiencia». Entonces llegó, con gran estupor, el descubrimiento. «¡Esos libros hablaban exactamente de nuestra experiencia! Primero vimos y luego entendimos que don Giussani habla de lo que nosotras vivimos. En este punto, Cristo, que se hizo ver a través de aquellas personas, ha vencido. La comunidad nos está cambiando la vida. Belén es siempre igual, el muro, la absurda política, pero nuestra mirada es distinta».

«Diálogo es comunidad la propia experiencia a otra existencia. A través de palabras, gestos, actitudes. Es una vida, donde las ideas solo son una parte», escribía don Giussani a propósito del raggio. Michele Faldi, uno de los responsables del movimiento, cita en exergo una conversación entre Simon de Ammán y Wael Farouq, a propósito del reciente evento en la Biblioteca de Alejandría, donde se presentó la traducción al árabe de La belleza desarmada de Julián Carrón ante una delegación de intelectuales musulmanes reunidos durante varios días para reflexionar sobre cómo representar la imagen del islam.

A orillas del Mar Muerto

«Es la primera vez que vengo aquí», dijo Wael conmovido. «Después de veinte años de amistad con el movimiento, tenía que conoceros». Recorrer su vida de búsqueda, un estudiante inquieto que lee la Biblia en busca de personajes citados en el Corán (lecturas que le causan una expulsión de quince días de la universidad) y llega a ser un escritor que se gana la vida y un nombre con sus artículos de crítica literaria. «Lo tenía todo, pero faltaba algo. ¿Qué era?». Se alejó del islam. Años después, gracias al padre Danesi, conocería a Paolo, un menor italiano que estudiaba en El Cairo. Para Wael se abrió entonces un mundo nuevo. «Me impresionó su manera de mirarme, más que cualquier otra cosa. Me abrió los ojos hacia mí mismo. Mi islam podía crecer. Era una religión cristalizada, a la que le faltaba lo que encontré en El sentido religioso de Giussani. Ser testigo de esto es la razón de mi vida».

Ahí empieza el diálogo. «¿No te dan miedo los integrismos?», le pregunta Alessandra (Ammán): «a mí sí». «No me da miedo ni el racismo ni el terrorismo», responde Wael. «Lo que me preocupa es el diálogo entre estereotipos. El buenismo es desastroso». Interviene entonces Sanah, una menor iraquí. «En Oriente Medio, esas cosas las entendemos, desde hace dos mil años así son las relaciones naturales para nosotros. El problema lo veo en Europa. Debemos ser auténticos cristianos para mirar al otro. Los musulmanes nos miran por lo que somos». «Pero los musulmanes no aceptan que Dios haya muerto en la cruz. ¿Tú cómo vives eso?», pregunta Said, de Alejandría de Egipto. «De ese hecho nace la fe de mis amigos, que es el bien más grande para mí. Por eso lo testimonio sin ninguna vergüenza». Algunos cuentan sus dificultades en su relación cotidiana con los musulmanes. Wael: «Sí, es duro, hay problemas. Pero es posible abrir espacios». Faldi concluye: «Si parecía imposible ver a Carrón en la Biblioteca de Alejandría, hace solo un año parecía también imposible una velada como esta entre nosotros».