La Basílica de San Francisco en Asís

Carrón en Asís. «El cristiano no tiene miedo al deseo»

El presidente de la Fraternidad de CL ha participado en la Conferencia italiana de Pastoral familiar. Sus palabras y las preguntas del público. «¿A quién no le gustaría conocer familias donde el formalismo, que tantas veces nos asfixia, es vencido?»
Marta Boldrini

El viernes 9 de noviembre Julián Carrón participó en la Conferencia nacional italiana de la Pastoral familiar. En Villa Leonori, cuatrocientas personas en la sala: unos cuantos sacerdotes, pero sobre todo laicos procedentes de toda Italia, comprometidos en las pastorales familiares diocesanas. El tema era la familia, el amor conyugal en este mundo contemporáneo tan complicado. Carrón empezó diciendo que los ideales cristianos se vuelven irreales cuando ya no irradian a Dios. «Se vuelven fuerzas vacías y corren el riesgo de quedar reducidas a un ideal sin vida». El camino está trazado: el amor hunde sus raíces dentro de la esencia del ser humano, y nunca se separa de las preguntas «¿quién soy yo?» y «¿qué es el hombre?».

Una cita de Pavese («Lo que el hombre busca en el placer es infinito») y la experiencia de Leopardi en el ciclo de “Aspasia”, donde el poeta percibe en la relación amorosa algo divino, abren paso a reflexionar sobre el hecho de que «no son el hombre y la mujer, donándose mutuamente, los que pueden responder la pregunta del corazón», afirma Carrón. «Si el otro no es un signo, inevitablemente no puede responder, y eso destruye la relación».

Hay algo que viene antes, por tanto, del amor entre hombre y mujer: «el amor de Dios, la iniciativa de Dios». La Iglesia, los cristianos no ponen su esperanza en sí mismos sino que la arraigan en Cristo, «porque solo Él es capaz de salvar la totalidad del deseo». Pero «sin la iniciativa de Dios quedaremos limitados a nuestros intentos. Dios radicaliza su amor hasta hacerse carne de la propia carne».

El tema pasa del bautismo, como primera iniciativa divina, hasta la santidad, que es una conciencia pura del hecho de que «hay un amor que nos precede y que solo depender de Él nos hace libres». El santo es testigo de esta libertad, de este amor gratuito, «grato». ¿Ejemplos? La historia de dos jóvenes que solo se casaron por la iglesia después de ver en otros la belleza de su relación, que les llevó a preguntar por el origen del que nacía tal belleza. O la historia de Mireille, de Camerún, que tras un periodo de crisis con su marido, este le dijo: «Si dejamos de alimentarnos de la fuente, se secará».

«¿A quién no le gustaría conocer familias como estas, lugares donde el formalismo, que tantas veces nos asfixia, es vencido?», pregunta Carrón. La provocación está servida. No basta una denuncia de los males actuales, todos los esfuerzos deben centrarse en dar razones de una convivencia.



Una breve pausa para reanudar después el encuentro con las preguntas del público. Hay quien cita a Leopardi en relación con el drama de los jóvenes. «¿Suscitamos una nostalgia de Dios o estamos haciendo lo contrario?». Otros preguntan en qué consiste nuestra tarea educativa y cuáles son las diferencias entre la pasión de la que hablaba Pavese y el saber discernir las pasiones. Es decir, cuál es el punto de conjunción entre estar seguros de que el otro no puede cumplir nuestro deseo y el sacramento del matrimonio…

Carrón dialoga, responde a todos mostrando siempre cómo la crisis del mundo moderno puede ser un momento precioso, «una ocasión para expresarse como cristianos frente al drama de todos». Un cristianismo como comunicación, por tanto, como presencia y no como formación. Un cristianismo «que no tiene miedo a que haya demasiado deseo, que no quiere mortificar nada de lo humano», un cristianismo que no reduce el deseo a ganas, que no rebaja el listón del corazón. Un cristianismo que sabe a Paraíso.

A la salida, da tiempo a contemplar juntos la ciudad de Asís iluminada. Bellísima. La basílica de San Francisco custodiando el cuerpo de un santo al que le gustaba decir: «Después de Dios y el firmamento, ¡Clara!», según esa jerarquía que le permitió no perder nada, sino que le llevó a conquistar el mundo entero. También el de nuestro corazón.