Equipe del CLU. Los fósiles del camino

A finales de agosto, la asamblea con los responsables de los universitarios en Corvara. En el diálogo de Carrón con los jóvenes, el descubrimiento de que solo el afecto a Cristo hace que estalle la vida. Con la novia, en un colegio, en un curso…
Paola Bergamini

A la altura de Santa Cristina, en Valgardena, una flecha indica la dirección de “Monte Pana”. Paolo suelta las manos del volante y, señalándola, exclama: «¡Donde los fósiles de Giussani!». Marta, sentada a su lado, pregunta extrañada: «¿Qué?». Su amigo le cuenta: «Eran los primeros años de GS. Un día, Giussani estaba recorriendo el sendero que lleva al Monte Pana. En un punto del camino se encontraron con un hombre que cada dos o tres pasos se agachaba a recoger piedras. Giussani se acercó y entonces vio que no eran piedras, sino ¡fósiles! Él nunca se había dado cuenta, y eso que había recorrido ese sendero miles de veces. “El afecto por la realidad le hacía más agudo a la hora de sorprender la presencia de lo que buscaba”, nos explicaba años después». La primera vez que oyó contar ese episodio estaba en el Equipe de verano de 1992. Era un estudiante de Ingeniería, como Marta hoy. Desde el asiento de atrás, Anna, de primer curso en la Universidad Católica de Milán, dice: «Quién sabe cómo irá este Equipe. Para mí es el primero. Estoy llena de curiosidad». «Yo también, aunque ahora vaya como profesor», piensa Paolo.

Cuarenta minutos después, están aparcando delante del hotel Greif en Corvara. Es el primer día del Equipe, la asamblea de los responsables universitarios de CL de Italia y de otros países. En total, 420 jóvenes que acuden respondiendo a la pregunta con la que les han invitado: «¿Hay hechos que hayan generado un estupor capaz de implicar la totalidad de nuestro yo, llevándolo a reconocer a Cristo? ¿Qué ha pasado cuando hemos “ido a pescar con Él”?».

En el hall alguno empieza a sacar libros y el ordenador. Los exámenes están a las puertas. «Solo me falta inglés, y luego ¡la tesis!», comenta Francesco a un amigo.
Después de cenar, Julián Carrón, en la introducción, explica que la verdadera cuestión queda sintetizada en la pregunta «¿cómo se puede vivir?». Porque lo que caracteriza al hombre actual, que somos todos nosotros, es la duda, la fragilidad, el horror por la desproporción entre uno mismo y el ideal. Una inconsistencia que llevamos dentro. «Pero en esta situación nosotros nos hemos encontrado con un fenómeno que nos ha atraído, y por eso estamos aquí». Eso es lo que necesitamos ahora: que vuelva a suceder esa presencia tal como fue para Juan y Andrés. No algo del pasado, sino una esperanza viva ahora, en estos días, sea cual sea la situación existencial en la que haya llegado cada uno. De hecho, la conciencia de la propia necesidad puede ser una oportunidad que nos haga decir: «¡Es verdad! Esto es lo que estaba esperando». Pero para que esto suceda, hace falta una condición: el afecto. Y entonces narra el episodio de los fósiles del Monte Pana. Es la tercera premisa de El sentido religioso: sin afecto, no hay reconocimiento; cuando no se quiere algo, no se puede juzgar. «La ayuda que podemos prestarnos estos días es estar atentos, como aquel hombre fue para Giussani, para descubrir no fósiles sino lo que el Misterio hará delante de nuestros ojos». De hecho, esta fue la intención de la primera misa.

La mañana siguiente, asamblea. Para contarnos qué hechos de nuestra vida nos han «llevado a pronunciar su nombre, a sorprendernos reconociéndolo, teniendo en el corazón la imagen de aquel hombre que buscaba fósiles», introduce Carrón.

Durante una noche de cantos en las vacaciones de su comunidad, Mateo descubrió que el gran compositor ruso Rachmaninov había dejado de componer después de emigrar porque sentía que había perdido el vínculo con su pueblo. «¿Y yo? ¿Qué significa para mí el “pueblo ruso”? Esta Presencia que he encontrado. Yo pertenezco a Cristo a través de esta historia, no es una cuestión asociativa». Cayó en la cuenta durante la vigilia en Roma con el Papa. «Es verdad que había allí ciertas manifestaciones que están lejos de nuestra sensibilidad», pero cuando Francisco pidió silencio, «mirando a los jóvenes que tenía alrededor pensé que todos estábamos unidos por lo mismo. La realidad es mucho más que mis pensamientos».

Un momento de la asamblea

Como siempre, surge un intenso diálogo entre los universitarios y Carrón, que les pregunta: «¿Cuál es la diferencia entre pertenencia y asociación?». «La pertenencia me genera y hace que la realidad empiece a hablar», responde Mateo. Empieza a entonces a dibujarse un punto: solo la pertenencia, el afecto a Cristo, hace estallar la vida. Un nuevo yo en acción.

Chiara cuenta que tanto en la preparación como durante las vacaciones de su comunidad ha vencido en ella el dejarse conquistar por Cristo aun dentro de su propia miseria e incapacidad. «Humanamente, es más conveniente secundar lo que Él hace en nuestra vida que pararse en nuestros problemas y pequeñeces», continúa Carrón. Seguirlo de manera sencilla es lo que permite saborear el ciento por uno.

Max conoció a Marco en el colegio, se hicieron amigos y en junio este le invitó a las vacaciones. Él aceptó diciendo: «Voy para observar cómo es el movimiento y para entender mejor quién eres». Allí se dio cuenta de que había otros “curiosos” que querían conocerlo, estar con él. En la asamblea preguntó de dónde nace esta curiosidad y por qué gracias a su relación con Dios estos nuevos amigos se van sumando a la Iglesia. Para Max eran las quintas vacaciones, en el fondo ya se las sabía de memoria, pero esto hizo que fueran algo totalmente nuevo. «¿Veis?», interviene Carrón, «esto nos hace entender que no pertenecemos a un club. Un “yo” regenerado, cuando entra en relación con otros, suscita una pregunta». Una a una, las intervenciones van mostrando esta vida que estalla, a veces incluso inconscientemente.

Bernardo habla de Mirko, «que fue a las vacaciones del CLU invitado por su novia, Magdalena». Ni estudia ni pertenece al movimiento, pero los dos días que estuvo participó en todo. Después escribió a su chica: «Creo que estos dos días ha cambiado nuestra relación, ¿sabes por qué?». De forma parecida, Luigi, que había tomado ciertas distancias con el movimiento en el instituto, cuenta que en la universidad ha decidido “pegarse” a estos nuevos amigos. «Antes iba con vosotros porque no conocía a nadie, ahora sois con los que mejor me encuentro sin ninguna duda». El cristianismo es realmente algo con lo que te encuentras y que te permite experimentar un “más”. «Hasta el punto de que uno se pregunta “¿por qué?”», señala Carrón.

A Paolo le impactaron especialmente dos hechos. El primero en la Escuela de comunidad de Chieti, donde llegaron cinco personas nuevas porque les había llamado la atención un seminario sobre la economía en la Edad Media con Giuseppe Fidelibus, un profesor del movimiento. «Concretamente, había uno que estaba allí porque su novia había vuelto “nueva” de aquel curso», explica Paolo. El segundo hecho son las palabras de una estudiante de primero en las vacaciones: «Estoy muy contenta de estos días, y no he hecho más que secundar lo que se me iba proponiendo». Paolo la envidia por esa sencillez de corazón. «Yo me preguntaba: ¿pero yo creo que en mi vida hay Uno que me cambia y me hace feliz?».



Es como tener delante los primeros encuentros del Evangelio. «Debemos hacer nuestra esta pregunta de Paolo», afirma Carrón. Y al acabar la asamblea añade otra: «¿Qué novedad habéis percibido esta mañana?».

La novedad del cristianismo se hace patente esa tarde con el video del encuentro con Mikel Azurmendi en la asamblea internacional de responsables. El sociólogo vasco cuenta su historia: el 68, la fundación de ETA… hasta esos tres encuentros inesperados que le dieron a conocer a la “tribu de CL”. Después de cenar, en otro video también de la asamblea internacional, José Medina habla del fenómeno que está afectando a la sociedad americana, donde ya no permanece el impacto con la realidad, los jóvenes tratan de construirse espacios protegidos, grandes burbujas donde poder vivir siguiendo unas reglas cada vez más rígidas.

El viernes por la mañana, la voz de Giussani sorprende a todos. Es el audio de la introducción de los Ejercicios después de la gran revuelta estudiantil de 1968. Los extranjeros escuchan sosteniendo en sus manos el texto traducido. Las palabras llegan de manera concreta, precisa, y poco a poco van adquiriendo más vigor. Incluso se podría borrar la fecha. Como si no fuera el 68 sino ahora. En la mitad del audio, Paula, una estudiante de Río de Janeiro, sale del salón. «Me he conmovido mucho, estaba hablando de mi vida». No es la única. Esos sesenta minutos dejan huella. Fuera, bajo la lluvia, Emanuele le comenta a Cormac, que es de Londres y que acaba de conocer el día anterior: «¿Has oído cuando daba un puñetazo en la mesa? Yo quiero vivir así». A lo que su amigo inglés respondió: «Giussani loves to love. Ama amar, ama vivir y te contagia».

Tiago estudia Medicina en Sao Paulo. «Lo que ha dicho Giussani es lo mismo que me ha pasado a mí estos días. Ha levantado un velo de la realidad. Tengo ganas de volver, de estudiar. Es más, creo que en el avión sacaré los libros». La respuesta a la pregunta de la mañana empieza a asomar: se ven personas generadas por lo que les ha salido al encuentro, donde el acontecimiento de Cristo ha puesto su raíz y ha empezado a convertirse en experiencia real. Entonces uno empieza a salir de su burbuja.

Después de cenar, Carrón, respondiendo a las preguntas de Ignacio Carbajosa, habla de sí mismo. De su encuentro con Giussani, de ese acontecimiento que le cambió la vida.
Azurmendi, los universitarios de Chieti, el novio de Magdalena, el amigo de Max, todos se han topado con una novedad que llevaba dentro el presentimiento de lo verdadero. Se han sentido como en casa. Esto es el cristianismo. «Una presencia cargada de palabras, es decir de significado, que mueve a quien la porta consigo», dice Carrón en la síntesis del sábado, retomando justamente las palabras de Giussani: «Hace falta la tenacidad de un camino y de una compañía que nos sostenga. Esto es lo que hace irreductible el lugar al que pertenecemos», concluye. Y no es una burbuja.