El almuerzo durante la marcha

La "comunidad volante" aterriza en los Cárpatos

Primeras vacaciones de amigos católicos y ortodoxos de distintos países. Marchas, juegos, testimonios, y una pregunta que les acompaña de vuelta a casa: «¿Le abandonaréis por otro amor?”»
Laura Ferrari

Caterina y Elena Gregorevna tienen 5 meses y 85 años, respectivamente. Son la más joven y la mayor de los participantes en las primeras vacaciones de la “comunidad volante”, celebradas del 24 al 30 de junio de 2018 en Jaremče, en los Cárpatos ucranianos.
Pese al largo viaje para llegar al destino (la propia Elena Gregorevna tardó desde Moscú casi 24 horas, casi como Aleksandr, que llegó con su mujer y sus niños pequeños desde Odessa), acudieron 140 personas desde Ucrania, Rusia, Bielorrusia, Alemania, Suiza, España e Italia. Entre ellos también los chavales de la “Casa Volante” de Jarkov: Lena, Tanja, Lena, Ira, Daria, Julia, Vitalik, Oleg.
Algunos son ortodoxos, otros católicos. Hay también protestantes. Sin embargo, la diferencia apenas se percibe, y más bien como una riqueza donada para ser compartida. Durante las vacaciones la propuesta era participar juntos en la divina liturgia ortodoxa y en la misa católica, celebradas en días alternos.
Tras la muerte repentina en marzo de este año de Ilarij, arzobispo de Makarov, vicario del metropolita de Kiev, parecía haber desaparecido un punto de referencia clave para los amigos ortodoxos de la comunidad volante... Sin embargo, también decidió ir a las vacaciones un joven obispo que acaban de conocer, que se llevó consigo a cuatro seminaristas.
«¿En qué reconozco que eres Tú, oh Dios?». Con esta pregunta Aleksandr Filonenko y Elena Mazzola abrieron la primera velada, dando la bienvenida a todos con cantos de las distintas tradiciones y con canciones para los más pequeños, de modo que, desde el principio, los niños se sienten protagonistas.

Montes Cárpatos

Los días siguientes estuvieron marcados por propuestas cotidianas, entre ellas dos asambleas, al principio y al final de las vacaciones. No faltaron las marchas, en las que, gracias a antiguos medios militares convertidos en autobuses para turistas, todos, hasta los que no pueden andar, pudieron participar. Luego los juegos, los testimonios...

Franco Nembrini, profesor y autor de varios libros sobre educación, que viajó junto a su mujer Grazia y algunos amigos, una noche presentó el libro Miguel Mañara. Habló de la vida como lucha: porque «todo puede ser asesinado, como una flor arrancada de la tierra, o bien amado». Lo importante, explicó, es encontrar a un amigo que, como el abad a Miguel, nos pregunte: «¿A quién buscas hoy? ¿Qué es lo que necesitas realmente?». El drama de Milosz muestra cómo incluso el mal más terrible puede ser perdonado, vencido, transformado. Y son muchos los que lo atestiguaron esos días. Durante la asamblea final Anja, de Kiev, habló de la pérdida de su hijo y de su inmenso dolor, que ahora empieza a «vivir como una gracia, porque nunca como ahora he deseado ver la resurrección». Y añadió que este cambio no es algo automático, sino «una capacidad de mirar que se aprende a lo largo del camino».

A menudo no vemos porque delegamos en los demás, mientras que «el problema es mi mirada», decía Alesha. «Solo con mirar cómo los de Kiev, mi comunidad, han vivido estos días, vuelvo a casa esperando enormemente poder seguir mirando con ellos esta alegría». Marfa vuelve a hablar de dolor, esta vez por una relación que no consigue sostener ella sola, pero se da cuenta de que «para querer necesitamos la ayuda ¡de un tercero, de la comunidad!».
«La herida que más duele aceptar no son las desgracias, las dificultades, sino el amor», contó Silvio Cattarina, fundador del centro de recuperación “L’imprevisto” de Pesaro, durante un testimonio con su hija Augusta y su compañera Grazia. «La necesidad de mi corazón es un milagro constante, una medida nueva, una mirada distinta». Como la mirada de las monjas de Martinengo (las hermanas de la Asunción) hacia las familias que cuidan y hacia los amigos de la comunidad volante. De hecho también estuvieron en las vacaciones sor Mariangela, sor Valentina y sor Maria Chiara, de Milán. Compartieron esos días jugando, participando en las marchas, intentando conocer a todos con curiosidad, y atestiguando con su propia presencia que «el Señor viene a intentar aferrarte, te lleva a sitios extraños y hace que tu vida sea grande y hermosa». Sor Maria Chiara destacaba cómo es posible hacer compañía a otros incluso en un gran dolor, a través las cosas más pequeñas, como cantar una canción para niños para conectar con ellos.

El coro alpino

Era similar la historia de muchos de los presentes, cuya vida ha cambiado y cambia gracias a hechos aparentemente pequeños y simples, relatados durante las asambleas o las veladas, o que se dejaban entrever en un gesto, un canto, un sketch de la fiesta final. Natasha, Ksisha, Vadim, Orazio y Alina contaron su experiencia durante una velada dedicada al seguimiento. «No es que Dios haga la vida más fácil. A veces, huyo. Sin embargo, cuando las fuerzas son suficientes para quedarme pegada, siempre me devuelve el ciento por uno», decía Natasha de Jarkov. Ksisha, pintora bielorrusa, explicó cómo había entendido que «vosotros sois mi familia, en un sentido realmente cristiano». Vadim, de Kiev, citó la película que habían visto juntos durante las vacaciones, El hombre sin rostro. «Me he dado cuenta de que soy como el protagonista, que se queda mirando el vacío. Pero luego una voz le despierta y le hace ponerse a trabajar. Es el movimiento». Orazio, siciliano mudado a Brescia, describió el sufrimiento que le ha supuesto aceptar ser amado y perdonado. «Sin embargo, cuando he cedido, mi vida ha cambiado y me ha llevado hasta aquí, a Ucrania, por el sí a una amistad concreta con gente de Brescia». Finalmente Alina, que desde hace un año participa en la Escuela de comunidad de Jarkov, mostró su disponibilidad para empezar una experiencia de caridad en Perú. «Cristo es de verdad y ya no tengo miedo a perderlo vaya donde vaya».



Días valiosos, ricos por un entramado de vidas tan distintas, de gente herida y en lucha que se ha dejado impactar por un encuentro, por una palabra verdadera escuchada o leída. Tanto es así que, más que la belleza de los montes ucranianos, lo que llamaba la atención era la belleza de las personas, de las Memores Domini de Jarkov y Moscú, de los chavales de la “Casa Volante”. Sobre todo ellos, huérfanos y minusválidos, nunca se han echado atrás, participando en los juegos, en las marchas, cantando delante de todos durante las veladas, bromeando, riendo, consolando, queriendo ser protagonistas. De esta forma han mostrado cómo todo el dolor pasado y presente ha sido vencido por el amor.

«Hacemos estas vacaciones para reconocer todos juntos que este amor es verdadero y Cristo ha resucitado». Son las palabras finales de Elena Mazzola, antes del último gesto de las vacaciones: el canto del coro Cristo al morir tendea. «Si entrega el alma y el corazón, para llevaros al cielo, ¿le abandonaréis por otro amor?». Cada uno volvió a su casa con ese deseo de no dejarlo y de una comunidad, volante, para continuar siguiéndole.