En Entebbe, Uganda, las vacaciones de los responsables CL África

África. La mirada de un padre

Unas vacaciones de tres días con algunos responsables de CL de todo el continente. Encuentros, diálogos y excursiones en el Lago Victoria. Una amistad que puede acompañarnos todos los días, incluso a miles de kilómetros de distancia
Paolo Perego

Todo está ya en la manera de abrazarse, mirarse, sonreír. Delante de la sede del Luigi Giussani Institute of Higher Education de Kampala, todo son caras felices, agradecidas por lo que acaban de vivir, preparadas para volver a la rutina con la certeza de una comunión y una amistad que puede acompañarte a miles de kilómetros de distancia, cada uno a su país.

Así terminan, un domingo a la hora de comer, después de una asamblea, unas breves vacaciones en el Lago Victoria, en el corazón de África, concretamente en Entebbe, Uganda, a treinta kilómetros de Kampala, donde se han dado cita unos cuarenta responsables de CL de todo el continente africano. “Las fuentes”, como llaman aquí a estas convivencias, se celebraron por primera vez hace tres años.

Allí se ha dado cita gente de Etiopía, Angola, Mauricio, Camerún, Kenia, Burundi, Costa de Marfil, Mozambique, Nigeria y Uganda. Y también desde Italia y Portugal han llegado algunos amigos que en cierto modo acompañan la vida del movimiento en África. «No estamos aquí como otras movilizaciones que juntan gente de diversos países», empezó diciendo en la introducción del viernes Rose Busingye, ugandesa, responsable de CL en África. «Entre nosotros hay una unidad que nace sobre todo del hecho de que hay Uno que nos está haciendo ahora. Esta es la verdad de nosotros mismos, y de la realidad. Aquí y ahora».



Entebbe, viernes 20 de abril. Después de horas de viaje va llegando gente que en algunos casos llevaban años sin verse. Después de los saludos iniciales, la provocación de Rose llama la atención y el corazón de todos. «Aquel que me está haciendo a mí os está haciendo también a vosotros. La unidad entre nosotros es la unidad de cada uno con Él. En este momento, aquel que nos da esta ocasión nos la da para nuestra salvación. Para la mía, para la tuya, para la tuya…», prosigue. Nadie está solo. Tenemos la realidad, que «es el rostro del que nos hace ahora». Pero Jesús no es algo “mágico” que uno busca cuando necesita soluciones a sus deseos y problemas. «La presencia de Jesús, ante todo, impone una pregunta: ¿quién soy yo?». Delante de Cristo que me hace ahora, solo podemos ofrecernos a nosotros mismos. Para él, todo hombre es igual. Ha venido por ti, justamente por ti. Ha muerto por ti. Y tú, ¿qué puedes darle a cambio? ¿Quién eres?».

Bajo un mirador, con el atardecer sobre el lago, la percepción de una “preferencia” así conmueve a todos. «¡Yo soy Tú que me haces! No hay nada más contrario al moralismo. Porque parte de un hecho, es una experiencia. Dentro de la cual hasta mis límites, todos ellos, son abrazados», afirma Jesús Carrascosa, “Carras”, 79 años, responsable de CL que acompaña a los amigos africanos.



«¿Por mí, solo por mí? ¿Pero cómo es posible?», interviene Mirelle, de Camerún. Rose responde: «Cuando conocí a don Giussani, me dijo que yo era un milagro. ¡Yo! “Dios ha venido a buscarte entre cocodrilos y elefantes. Ha venido por ti”». «¿Por qué podía decir esto?», pregunta Davide Prosperi, vicepresidente de la Fraternidad de CL. «Don Giussani tenía la certeza de cómo Cristo mira al hombre. Es decir, que Cristo quiere servir a ese infinito que llevamos dentro. Nosotros nos reducimos a nosotros mismos, pero somos infinitos porque estamos en relación con el infinito». Lo que sucede es un don, ¿pero cómo llegar a descubrirlo? «Solo tocando Su presencia todos los días, para ver lo que él ve, cómo él lo mira todo», continúa Prosperi, poniendo un ejemplo que se convertirá en leitmotiv para todos durante los días siguientes. «Una mañana me quedé bloqueado en el coche porque hubo un accidente. Había un padre con su hijo que estaban allí mirando. El padre miraba el accidente y el hijo miraba a su padre, para entender cómo miraba él ese hecho. Es esto. Nosotros tenemos que mirar la realidad aprendiendo a mirarla como la mira Jesús».

Bastaría llevar esto en la mochila al día siguiente, cuando bajo un cielo oscurecido por las nubes sobre el lago, montados en barcas de madera vamos a una islita para pasar junto el día. Pero el grupo también lleva consigo lo sucedido la noche anterior, con el testimonio de tres mujeres que se miden con la pregunta planteada por Rose. Una era Sara, italiana, esposa de Francesco, viuda con tres hijos que sacar adelante tras la muerte de su marido en un accidente el pasado mes de enero (ver Huellas de abril 2018). Llegaron a África hace nueve años. Sara habló de esos días de enero, de sus amigos, del dolor, de una compañía inesperada. También después de perder el bebé que supo que llevaba en el vientre después del funeral de su marido. Luego habló otra Sara, ugandesa y musulmana, una de las mujeres del Meeting Point de Kampala, donde conoció a Rose y que se ha convertido y pedido el Bautismo en medio de mil dificultades, ella que era la encargada de las llaves de la caja de las ofrendas en la mezquita. Y, por último, Mirelle y el redescubrimiento de su matrimonio en medio de una dificultad, porque «habíamos perdido el origen de lo que somos» (ver Huellas, diciembre 2017).



Sobre las barcas hay quien se divierte, quien tiene miedo y quien no se encuentra nada bien. También hay quien canta. Mientras cruzamos el Ecuador, el “timonel” de la barca cuenta que Jesús, José y María, cuando huyeron de Herodes hacia Egipto, recorrieron todo el Nilo hasta el Lago Victoria. «¡Jesús estuvo aquí!». «No, está aquí, ahora», replica Roland, nigeriano de 30 años al que le espera un matrimonio en noviembre.

Está aquí, ahora. Como en Tiberíades, en la tempestad del lago. «¿De qué tenéis miedo?». Las olas desaparecen y el sol acompaña al barco hasta la isla. Un día juntos, como amigos de toda la vida. Cantando, jugando al vóley, alguno se da un baño. Comemos a la sombra de los árboles, hablamos de la vida. Mauro, Memor Domini en Uganda desde hace muchos años, discute con Michael, director de la Luigi Giussani High School, de la afectividad entre los chicos, sobre qué significa quererse, enamorarse. Poco después, todos en círculo, retomamos la introducción del día anterior. «Jesús está al servicio del infinito que llevamos dentro», empieza diciendo Joackim, de Kenia. «Esto es fácil reconocerlo cuando las cosas van bien, pero cuando no es así...». Manuela responde hablando de sí misma, después de tantos años en África con Stefano, su marido, y sus hijos. «Los últimos meses han sido ocasión de volver a la pregunta de Rose: ¿quién soy yo? He empezado a trabajar en el Meeting Point, pensaba que sería una bonita ocasión, pero en cambio me he visto abrumada bajo una montaña de papeles. Estaba hundida. Luego llegó la muerte de Francesco y todo lo que ha pasado entre nosotros. La pregunta cambió: ¿pero yo qué quiero?, ¿quién soy? Se trataba de decir sí a la realidad y preguntarse de verdad quién soy y qué es lo que quiero. Y cuando quieres a Cristo, todo cambia».



Son muchos los que intervienen, desde el padre Simeón, de Costa de Marfil, al padre Adriano, sacerdote angolano que conoció el movimiento en Italia, en 1999. «Doy gracias por estar aquí. Este camino me mantiene vivo, mantiene vivo a mis universitarios de Luanda, frente a un mundo donde es cada vez más difícil decir “Cristo”». Luego Evelyn, de Costa de Marfil, y el relato de cómo huyó de la iglesia después de un duro diálogo con un grupo de evangélicos que la inundaron de críticas. «Me ahogaba, pero lo que estaba viviendo era verdadero porque mi corazón era verdadero». El encuentro con Jesús no cambia las circunstancias. «Cuando conocí a don Giussani, yo ya sabía comer, beber, hablar… “¡Ha venido por ti!”. Esto es lo que cambió todo», dice Rose. «Comes como antes, pero ya no igual que antes. Bebes como antes, pero ya no igual que antes. Ni como los demás. Como ese padre del que hablaba Davide. Empiezas a mirarlo todo con la mirada de otro». «Esta comunión entre nosotros me sorprende cada vez más», comenta Carras. «Es como si siempre estuviéramos en el mismo punto, pero vamos cada vez más al fondo de lo que vivimos, de la historia que hemos encontrado y dentro de la cual el acontecimiento de hace dos mil años nos ha alcanzado. Y nos alcanza hoy». «Eso es la Iglesia, que no es un signo, sino su misma presencia hoy», añade Prosperi. «El camino en el que se cumple mi humanidad es la realidad, pero esto solo puede suceder en un encuentro, con uno que camina a tu lado. El camino hacia la fuente de mi vida se hace con otro. Y la felicidad es el premio».

El encuentro, uno que te ofrece una mirada distinta y que te toma de la mano. Como ese padre con su hijo, para poder estar delante de todo. Es el pensamiento que acompaña a todos en las barcas de regreso. Lo sigue siendo por la noche, cuando los chicos del CLU de Uganda proponen la lectura de la conversión del Innominado en Los novios de Manzoni.



«Yo soy como el Innominado», dice Fredy, ugandés, profesor de informática en la Luigi Giussani de Kampala. Los rebeldes asesinaron a sus padres, lleva cicatrices en las piernas y en la memoria su huida por el bosque. Hasta que llegó a Kampala. En el Meeting Point conoció a Rose y más tarde pidió el Bautismo. De eso hace diez años. «Necesito esa mirada del cardenal Federico para levantarme por las mañanas, para hacerlo todo. Para saber quién soy. Para que mi humanidad sea continuamente despertada», dice conmovido en la asamblea del día siguiente con toda la comunidad de Kampala. Están los que han estado en las vacaciones de Entebbe, están las mujeres del Meeting Point, están los italianos que trabajan en Uganda, y está los chicos de la Luigi Giussani, que enseguida se ponen en fila para plantear sus preguntas. Arnold, 17 años, cuenta cómo le ha hablado a su madre de Sara y de su Leticia ante la muerte de su marido. «Mi madre es viuda y no podía creerlo. “¿Pero cómo es posible?”. Para mí también ha sido un desafío que me pedía dar un paso, pero no estoy solo». También interviene Priscilla, que por un problema burocrático corre el riesgo de perder el año que ha cursado en la universidad. «¿Cómo se puede decir que la realidad es amiga cuando te pone tantos problemas?». Gladys, 16 años, cuenta lo que está viviendo con el estudio, con la literatura, en su casa… «La realidad me provoca, obliga a mi libertad a ponerse ante mí misma. La realidad es todo lo que necesito». Luego habla Diana, rechazada por su padre, al que no conocía, cuando fue a su pueblo con su tía. Y Anita, 14 años, destruida por la muerte de su madre, hasta el punto de pensar en morir ella también, y que ha vuelto a la vida gracias a ciertas relaciones. Delante de ellos, Prosperi no se retira. No da soluciones ni respuestas. Empieza a hablar de sí mismo, de la muerte de su padre cuando tenía seis años. De su madre, de lo que supuso para él encontrar con el tiempo otro padre en la figura de don Giussani, «ese padre que mira todas las cosas, toda la realidad, sin miedo. Y tú le miras a él para aprender esa mirada que poco a poco va haciéndose tuya».

Es algo que también sucede ahí, en ese salón durante la asamblea. Mientras habla Davide con esos chicos que le miran atentamente. «Dios te da la posibilidad de tener un padre. Precisamente por ese infinito que te constituye, al que Él desea servir». Eso es lo que hace Jesús, concluye Prosperi. «Lo podéis verificar en vuestra experiencia. Basta con que os miréis en acción, en las cosas que os pasan. Como el ciego de nacimiento. Todos decían que era imposible que hubiera vuelto a ver. Pero él veía. Era un hecho. Y porque veía pudo reconocerle. Para nosotros es igual que para el ciego. En mi historia particular, dos mil años después, él puede salirme al encuentro. ¡A mí! ¿Cuántos ciegos habría entonces? Pero él se encontró con aquel. Precisamente él. Como ahora con nosotros, con cada uno de nosotros. Para glorificar nuestra vida».