El padre Pigi Banna guía el Via Crucis en Santarcangelo di Romagna

Triduo GS. «¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia?»

Cinco mil bachilleres en el Triduo Pascual de Rímini. Entre lecciones, Via Crucis y testimonios, tres días muy valiosos para preparar la Pascua y afrontar los últimos meses de curso más conscientes de las preguntas de su corazón
Michele Brusa

A finales de marzo, cinco mil bachilleres y profesores, de Italia y del mundo, nos pusimos en marcha con destino a Rímini para vivir juntos el Triduo pascual.
Ya el jueves por la noche nos esperaba una sorpresa en el salón. La música de entrada que ayuda a guardar el silencio no se escuchaba en estéreo, sino que la estaba tocando una decena de chavales en el escenario. Entre instrumentos de viento, teclados y guitarras, la mirada de los músicos estaba fija en la partidura, las manos tendidas sobre las teclas para no fallar ni una sola nota, todo para ayudar a los que entraban a concentrarse en lo que iba a suceder.
Una chica del servicio de orden me contaba que, viéndonos entrar la primera noche, se sorprendió por cómo dejábamos de correr al llegar a las primeras filas, casi parándonos para escuchar.

Una pregunta de Pär Lagerkvist nos acompañó a lo largo de estos tres días de Triduo. «¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia?», se preguntaba el escritor, y no solo él pues casi todas las aportaciones que recibió el padre Pigi Banna hacían referencia a este sentimiento de nostalgia, vacío, ausencia en las vidas y en los corazones de quien las habían escrito.

Es como si dijéramos: «Mejor solos que equivocados». Un vacío que intentamos llenar solos porque tenemos la fijación de gustar a los demás, nos decía don Pigi, de no ser juzgados por molestos o pesados. Todos los intentos, sin embargo, resultan inútiles cuando, como atestiguaba una chica, «¡cuanto más intento llenar ese vacío, más lo noto!». Por tanto, incluso el intento de aislarse del mundo se vuelve inútil y contraproducente, como le pasó a Judas que, tras traicionar a Jesús y creyéndose más libre, acabó ahorcándose.



La gran mentira de nuestra época, nos decía Pigi, es creer que nuestro malestar es un error y que existen en nosotros preguntas a las que tenemos que contestar solos. En cambio, como describe perfectamente Marina Corradi en el artículo La mia crepa (Mi grieta), incluso esta grieta en nuestro corazón, esta herida, puede convertirse en instrumento para entender que siempre necesitamos algo y que solos no somos capaces de curarnos. «¿Por qué esa herida? Si no la tuviéramos, yo, físicamente sana, yo, no pobre, yo, afortunada, no necesitaría nada», escribe Corradi. «Es nuestra salvación, ese muro roto, esa brecha. Por la que puede entrar un chorro de gracia, incontrolable, y fecundar la tierra abrasada y árida».

¿Qué es lo que nos permite no quedar atrapados en los cientos de otros pensamientos que ocupan nuestra mente? Solo uno que nos quiere, no «porque te necesito», sino por el sencillo hecho de que existes. Solo de esta forma vemos renacer nuestro yo. Como cantábamos en Fire of time de David Ramírez, necesitamos un tú que «me recuerdas quién era, quién quiero ser / Tú me recuerdas que no estoy vacío, aunque no esté completo».

«¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia?». San Pedro resulta ser el personaje que contesta a esta pregunta por antonomasia. Él había encontrado a un hombre, Cristo, con el que daba gusto pasar el tiempo, un hombre del que ya no podía apartarse. Lo que caracteriza a la figura de Pedro es que nunca consigue definir a Jesús y que delante de Él la única pregunta que le surgía era: «¿Quién eres tú?».
A menudo, en cambio, nosotros creemos, nos reclamaba don Pigi, tener ya la respuesta a esta pregunta y por lo tanto acabamos construyendo un recorrido lógico, como por ejemplo: «percibo una ausencia, se trata de la ausencia de Cristo y ahora que lo sé todos mis problemas se solventarán».
De esta forma acabamos desarrollando una imagen de Cristo según nuestra medida y nuestras emociones o, como dice don Giussani, con la tentación «de “apartarse” de este seguir, por la presunción de saber ya lo que se nos pide seguir. La incorrección más grave es suspender el método, pensando que uno lo suple con su propia capacidad».

El Via Crucis del viernes por la tarde fue la mejor ocasión posible para verificar lo que se nos había dicho por la mañana. Había que entender si verdaderamente el acontecimiento cristiano es el punto de vista clarificador de la experiencia de nuestra vida, o solo una respuesta ya sabida que de vez en cuando consigue levantarnos el ánimo. Personalmente el método ha sido el de un seguimiento sencillo y silencioso de la cruz, como el de Pedro que, simplemente, se mantenía pegado a su fascinación por Cristo.



El sábado por la mañana escuchamos el testimonio de Rose Busingye, llegada a Rímini desde Uganda. Nos contó que a ella le conquistó la decisión de Dios de hacerse de la misma carne de la que estamos hechos nosotros. Su mirada y sus palabras atestiguaban una vida acompañada por esta pregunta: «¿Quién eres tú?». Más de una vez nos hizo reflexionar sobre la imagen del Ícaro de Matisse: ese corazón rojo en un cuerpo negro que da sentido a todo el cuadro, ese puntito que, siempre y sin faltar, nos atrae a algo más grande. Es ese mismo corazón que permite a Cristo volver a agarrarnos de los pelos y hacernos bajar de los árboles de nuestras ideas y construcciones lógicas.
Cómo decía Julián Carrón en el saludo al término del Triduo, «la posibilidad de percibir esta ausencia es precisamente el recurso más importante que habéis recibido, es como un regalo que se hace a vuestra naturaleza de hombres: el detector para descubrir qué responde de verdad a vuestra espera».
Jesús ha apostado todo por nuestro corazón (empezando por el de aquellos dos primeros que encontró a orillas del Jordán), dejándonos libres para no entender y huir, pero confiando en nuestra pertenencia al único lugar que nos libera. El mismo Carrón escribía que «Jesús reconoció que tenían [los apóstoles] la capacidad de captar lo que respondía a su deseo infinito de felicidad», y del mismo modo el padre Pigi nos deseaba una feliz Pascua preguntándonos: «¿Y nosotros a quién pertenecemos? ¿Quién nos puede contestar?».