Queridos amigos,

No puedo pensar en vosotros sin conmoverme, al identificarme con el momento tan bello y dramático que estáis atravesando a vuestra edad. ¡Cómo me gustaría estar cerca de vosotros!

Es un periodo en el que sale a la luz «el misterio eterno de nuestro ser» del que habla Leopardi. Sé que a veces os desconcierta la aparición en vuestra vida de este gran misterio, hasta el punto de que os desborda por todas partes, pues es tan inmenso que no lo podéis dominar.

«¿Quién eres tú que llenas mi corazón de tu ausencia?», dice Lagerkvist.

Pero la posibilidad de percibir esta ausencia, este «misterio de nuestro ser», es precisamente el recurso más importante que habéis recibido, es como un regalo que se hace a vuestra naturaleza de hombres: el detector para descubrir qué responde de verdad a vuestra espera. Ernesto Sábato lo percibió estupendamente: «La nostalgia de ese absoluto es como un telón de fondo, invisible, incognoscible, pero con el cual medimos toda la vida».

Me sorprendo siempre cuando pienso que Jesús apostó todo por el corazón de los dos primeros con los que se encontró a orillas del río Jordán, por el corazón como criterio de juicio: «Venid y veréis».
Al decirles esto, Jesús reconoció que tenían la capacidad de captar lo que respondía a su deseo infinito de felicidad, haciéndolos conscientes de su dignidad.
Al mismo tiempo, los puso frente a un desafío incomparable: no podían hacer trampas ni con su corazón ni con lo que le correspondía, una vez lo habían encontrado.
Al invitarles a ir con él, Jesús ofreció a Juan y Andrés la posibilidad de descubrir el alcance de Su amistad, tan decisiva para alcanzar la felicidad que buscaban, sin sustituir su libertad. Más aún, la desafiaba como nadie habría podido hacer. ¡Hasta ese punto el atractivo de Su presencia ponía contra las cuerdas su corazón!

¡Os reto a que encontréis una aventura más fascinante que esta!

Feliz Pascua
Vuestro compañero de camino,
Julián