Venid y lo veréis

Lydia, Valencia

Las fuerzas que cambian la historia son las mismas que cambian el corazón del hombre. Este era el lema que este año nos proponía EncuentroMadrid. Quiero escribiros sobre lo que estos días han supuesto para mí, pero tengo tantos apuntes en la libreta y en el corazón, que me parece imposible resumirlos en unas pocas palabras. Sin embargo, en pocas palabras he de dejarlos, así que a ello voy y voy a tratar de hacerlo a través de lo que en estos días he escuchado.
Muchos de vosotros quizá no sabéis qué es EncuentroMadrid. Ya escribí en una ocasión, la primera vez que estuve en este acontecimiento, que para mí había sido un “pararse y caminar juntos”. Hoy mantengo esta afirmación y la extiendo: EncuentroMadrid son las personas que a través de su experiencia, de su testimonio, de su trabajo y de su sacrificio nos revelan el deseo que está inscrito en nuestro corazón: la vocación de construir un mundo nuevo. Tomando palabras referentes al genial arquitecto y cristiano Gaudí, me atrevo a decir que EncuentroMadrid es un servicio a la sociedad, como lo era el arte para Gaudí, y es el fruto de la colaboración entre muchísimas personas, una colaboración que para dar sus frutos sólo puede basarse en el amor. Si Gaudí escribió poesía con su arquitectura, EncuentroMadrid escribe poesía con las palabras, los testimonios, las experiencias, las exposiciones y los espectáculos que allí acontecen: poesía que nos habla de la belleza, poesía que nos habla de la gratuidad, poesía que nos habla de la caridad, poesía que nos habla del sentido positivo del transcurrir de nuestra vida… Pura belleza.
Pura belleza, sí, pero empapada de realidad. Puede resultar sorprendente esta afirmación: «Todo momento en la vida es precioso, la verdadera cuestión es el cambio del corazón». ¿Todo momento es precioso? ¿Hay belleza en la enfermedad, hay belleza en el mundo de la drogadicción, hay belleza en la pobreza, en la persecución injusta…? Es una pregunta justa. El cristianismo nos ofrece una respuesta que en absoluto nos aleja de la realidad, sino que nos pone delante de esta realidad y nos permite que la conozcamos hasta el fondo: no podemos negar que existe el drama, el drama de todos, el tuyo, el mío, pero hay Uno que desde la Cruz tiene la mirada agachada para mirarnos, los brazos abiertos para abrazarnos. Y esto sucede hoy. Tú y yo somos sus brazos, tú y yo somos su rostro, tú y yo estamos aquí para dar testimonio de la belleza de la gratuidad, de la gratuidad de la belleza, dando gratis lo que gratis hemos recibido, porque la auténtica belleza sólo quiere transmitir al hombre un mensaje: la vida es un bien. Y en este sentido no quiero dejar pasar la consideración de que «nos sobrevaloramos por lo que hacemos y nos infravaloramos por lo que somos»: la belleza y la dignidad de tu vida, de la mía, de la de todos, no depende de lo que soy capaz de hacer, de lo que logro, de mis éxitos, sino que depende de lo que soy. Y soy una persona, todos lo somos, cuyo corazón tiene grabado a fuego el deseo de infinito, de plenitud. Enfermos o no, pobres o no, perseguidos o no, creyentes o no, todos tenemos en común el ser, nuestro ser único, que clama por una respuesta positiva a su deseo, una respuesta que el hombre puede hallar únicamente poniéndose en juego, poniéndose en riesgo.
Puede que nos falte una educación que esté a la altura de nuestro deseo, una educación que nos haya permitido descubrir la grandeza de nuestro yo, una mirada tierna y apasionada hacia nosotros mismos, pero lo que no nos falta es ese deseo que hoy y ahora puede ponernos en movimiento para que nuestro corazón cambie y, de este modo, podamos cambiar la historia.
No podemos quedarnos en el análisis, hemos de hacer un juicio: ¿y yo, yo que soy un corazón que anhela el infinito, qué puedo hacer? Quizás os ayude la próxima edición de EncuentroMadrid, pero no es necesario que esperemos un año más para ponernos en marcha, ya que nos alcanzan ahora estas palabras: «Venid y lo veréis».