Hasta donde la justicia te lleve

A propósito de la transición española
Fernando de Haro

Noche de primavera. Buena temperatura para conversar en la calle. Un grupo de universitarios, sorprendidos y admirados, repiten algunas frases que acaban de escuchar. Ha terminado la inauguración del EncuentroMadrid 2012. Son estudiantes que han asistido en los últimos años, como todo los españoles, a un recrudecimiento de eso que Todorov llama el «abuso de la memoria». Y acaban de recuperar otra memoria, la del pasado reciente de su país, la de una reconciliación que hizo posible una auténtica refundación. Acaban de oír a Enrique Múgica – judío, primero comunista, luego socialista, opositor al régimen de Franco –, y a Fernando Sebastián – arzobispo emérito de Pamplona –. Los dos fueron protagonistas en la transición de la dictadura a la democracia. Múgica y Sebastián han despertado sorpresa y admiración no sólo por lo que han dicho, sobre todo por la complicidad de la que han hecho gala. El obispo y el socialista, el católico y el judío son amigos, han buscado con ahínco, desde mediados de los años 50, la superación de las dos Españas. Múgica recuerda el cambio que se produjo en la izquierda: «nos dimos cuenta de que había que romper con la idea de que éramos enemigos entre nosotros». Sebastián recrea la transformación de una Iglesia que, alentada por el Concilio, fue un factor decisivo para el cambio. Favorecimos «una mentalidad de perdón – sabíamos quiénes habían muerto y cómo –, pero teníamos la voluntad de sobreponernos». El arzobispo lanza un mensaje para el presente: «no puede ser que los católicos no hablen con los no católicos y viceversa; todos somos compatibles y llevamos dentro la misma historia, pero para saberlo hay que hablar lealmente entre nosotros». En la presentación también ha intervenido Fernando Abril Martorell, consejero delegado del Grupo Prisa, uno de los grupos mediáticos más influyentes, hijo de otro hombre clave de ese período. Abril Martorell sostiene que aquel período sigue siendo una referencia de la que no se puede prescindir.
El EncuentroMadrid ha albergado este año una arriesgada exposición: “La transición, una historia de reconciliación”. No ha sido un ejercicio de arqueología política, más bien un intento de comprender el origen de ese extraño fenómeno que se produjo desde mediados de los años 50 en España. Un cambio cultural que permitió, cuando llegó el momento oportuno, una transformación pacífica de las instituciones. Los verdaderos cambios siempre se producen, primero en la mentalidad, y luego en las instituciones. Stanley Payne, uno de los hispanistas que mejor ha estudiado el siglo XX, ha colaborado con la exposición y es claro al destacar la “excepcionalidad española”: «antes de la muerte de Franco ningún régimen autoritario institucionalizado – o, en términos más sencillos, que hubiera durado diez años o más –, había sido derrocado sin una guerra exterior, como ocurrió en el caso del Estado Novo en Portugal. Lo que tuvo lugar en España, sencillamente, no tuvo precedentes. Es la mayor aportación que España ha hecho al mundo en la edad contemporánea».
La exposición se ha celebrado cuando algunas voces dicen que la transición fue un ejercicio de olvido y que las exigencias de justicia de los que perdieron a sus familiares en la Guerra Civil y el franquismo no han sido adecuadamente satisfechas. Por eso se pide revisar la Ley de Amnistía de 1977, que benefició a los dos bandos. Charles Powell, que también ha querido colaborar con la muestra, sale al paso de los que hablan de falta de memoria. Es otro hispanista, presidente de la Fundación Transición Española, y uno de los mayores expertos en esos años. Powell sostiene que no hubo olvido sino una memoria clara de lo que había sucedido y deseo de superarlo: «Si tuviéramos que buscar un eslogan, o una idea fuerza, para describir la actitud de buena parte de la sociedad española el eslogan principal sería “nunca jamás”, es decir, no volvamos nunca al enfrentamiento civil». El enfrentamiento civil había dejado centenares de miles de muertos. ¿Qué hizo posible el cambio? Los siglos XIX y el XX han dejado en Europa suficientes testimonios de que los pueblos, por su propia inercia, tienden a abusar de la memoria. El mal por los agravios sufridos, lejos de disolverse con la inercia del tiempo, suele incrementarse. La historia de las relaciones entre Francia y Alemania, hasta que aparecen Schuman, De Gasperi o Monnet es un buen ejemplo. Como lo es la de los Balcanes.
Oscar Alzaga, catedrático de Derecho Constitucional, se pasea entre los paneles de la exposición en la Casa de Campo. Fue otro de los protagonistas de la transición. Democratacristiano, conoce al dedillo el proceso constituyente en el que intervino. Recuerda cómo se puso del lado de los comunistas en enero de 1977 para que pudieran despedir, con una manifestación pública, a sus cinco abogados asesinados en Atocha. Fue antes de que el PCE fuera legalizado. «La reconciliación no es darse abrazos ante una cámara de televisión – explica –, la reconciliación es ponerse a trabajar juntos, hacer posible que nuestros hijos y nuestro nietos puedan vivir en el mismo país, estudiar en las mismas escuelas, trabajar en las mismas empresas, andar por los mismos caminos, hacer las leyes juntos. En la transición se hace un llamamiento a todos los españoles pero no como mero sujeto pasivo, sino para que protagonicen una nueva etapa de la historia». ¿Y por qué los españoles a los que se les llama a ser protagonistas eligen en un punto remoto de su libertad romper con el odio? Powell responde: «ya en los años 60, por la modernización del país, por la regeneración demográfica del país, por la europeización de la sociedad española, por la apertura al mundo exterior, eran mayoritarias las voces partidarias de una reconciliación y no de perpetuar el enfrentamiento». La reconciliación europea, tras la II Guerra Mundial, sirve de referente. El desarrollo económico favorece un modelo social no basado en la utopía sino en el deseo de prosperidad. La Iglesia educa en el perdón. Y, de un modo consciente o inconsciente, los españoles reconocen que la exigencia de justicia no se puede satisfacer con una reparación que hubiera sido imposible. Esa exigencia traza todo su recorrido y se hace, de un modo u otro, religiosa: se abre a un más allá. Noche de primavera.