Testimonios desde el monasterio

Quien vive, encuentra
Si la obediencia a la historia que me cautivó me llevó a decir: «Si no entro en el monasterio, pierdo todo lo que he encontrado», ahora puedo decir que no solo no he perdido nada, sino que ha habido un salto cualitativo, por el que la autoridad y preferencia que me hicieron empezar (es decir, el encuentro inicial con el movimiento) se han ido incrementando con el tiempo, lo que me hace estar cada vez más agradecido por el encuentro que he tenido, experimentando una “identificación” cada vez mayor con aquella preferencia original, y comprenderla cada vez mejor. En el monasterio he podido redescubrir más claramente esta potencia totalizadora del inicio. Lo que me pasó al principio vuelve a suceder en el monasterio. Ahora el movimiento ya no es el conjunto de todos esos gestos en los que antes podía participar, sino una vida que se comunica, el Acontecimiento de Cristo en mí. Estoy aquí, en el monasterio, porque aquí el inicio se reaviva continuamente. De hecho, decía don Giussani, «cuando un carisma se encuentra con otro carisma, no lo excluye, sino que lo abraza, lo potencia, lo reaviva». Esa humanidad que encontré al principio empieza a coincidir conmigo.
Giovanni

Oración y testimonio
Cuando a las cinco de la mañana, algo somnoliento, bajo al oficio de lectura, suele resonar en mí un verso de Dante que me acompaña desde hace muchos años y que vuelve a recordarme la tarea: La esposa de Dios surge al madrugar al esposo para que le ame. La Iglesia, es decir nosotros, va a “despertar” al Señor cantando sus alabanzas para poder recibir esa Mirada amorosa que le da vida. En realidad, a los pocos salmos, te das cuenta de que Él ya estaba allí esperándote. Esas palabras milenarias que se te ponen en los labios, las mismas que rezó Jesús, te desplazan más que cualquier intento tuyo, porque leen toda tu humanidad en toda su profundidad. Y, aunque te distraigas, ahí está el cauce de la comunidad que prosigue en la oración y –como en la vida cotidiana– espera tu regreso.
O bien, durante la jornada, el toque de la campana cuando te llama al coro y te interrumpe cuando estás inmerso en un trabajo o en una lectura apasionante, pero precisamente por esa interrupción llega mi salvación, porque me recuerda dónde poner mi consistencia, mi esperanza, y me permite recuperar el Significado de lo que estaba haciendo, devolviéndome un gusto más pleno.
Además, justo en este año de pandemia, desde que nadie puede participar en nuestros momentos de oración, cuando el mundo entero se ha suspendido, ha ahondado en mí –paradójicamente– la conciencia del alcance universal que tiene este gesto. Estamos aquí por todos, en representación del grito, la pregunta y la alabanza de toda la Iglesia, de toda la humanidad, aunque nadie nos vea. Matteo

La misericordia es un lugar
En un momento histórico como este, marcado por la crisis del Covid19, me pregunto: ¿qué es lo que mantiene hoy en pie esta Casa? ¿Y qué me mantiene en pie a mí ahora? Este monasterio existe porque hay Uno que está presente, que ha querido y quiere esta Casa para poder encontrarme, para poder construirme, para hacerme ser yo mismo. Para que yo pueda ser feliz. Para mí, esta es una cuestión decisiva porque solo tengo esta compañía, estos hermanos –que no he elegido yo, que me han sido dados– para poder caminar. Llevo siete años en la Cascinazza y siempre tengo la sensación de hundirme en mis límites, pero con el tiempo cada vez me veo más acogido precisamente en mis límites. Cada vez me descubro más hombre. Te descubres haciendo cosas que nunca te habrías imaginado, por ejemplo cortando la hierba de las zanjas, y luego empiezas a trabajar de otra manera diferente a como tú habrías pensado, siguiendo el criterio de otro. Y vives una alegría que no es fruto de un esfuerzo especial por tu parte.
Giorgio

Nacidos el mismo año
Nací en 1971, justo igual que la Cascinazza, hace 50 años. Desde los 27 estoy en este monasterio. Hace poco, Matteo, un joven campesino, vino a sembrar maíz en nuestros campos. Durante la pausa para comer me preguntó un poco sobre nuestra vida. Impresionado por lo que le conté, no lograba entender cómo una vida como la nuestra, “encerrada en un agujero”, podía tener sentido. Luego, de repente, durante un descanso, me dijo: «Tú estás con el Señor el día entero, 24 horas, yo en cambio solo estoy con mi mujer dos horas al día». Yo también me quedé impresionado por esta afirmación suya, y reconozco en él esa misma Presencia que Matteo ha visto en mí. Esa Presencia que me hizo dar mis primeros pasos en mi familia, en el movimiento, en la llamada del monasterio… y luego el descubrimiento de este lugar, creado por el Señor para mí, para amarme, para cumplir mi humanidad dentro de esta misteriosa continuidad con el primer encuentro.
Fabio

La obediencia como método para vivir
El método más importante para vivir en el monasterio es la obediencia, como Cristo obedecía al Padre. La obediencia tiene dos características: debe ser total y libre. “Total” porque si yo decido hasta dónde obedecer, o dónde es importante y dónde no, eso quiere decir que no estoy obedeciendo a otro, me estoy siguiendo a mí mismo. “Libre”, y también alegre, porque en el fondo reconozco que yo solo no puedo hacerme feliz. Entonces, por esa pasión por que mi vida se cumpla, decido entregarme a quien va por delante en el camino y sé que puede conducirme hacia la meta. Stefano