Caritativa. “El sentido religioso” dentro de la cárcel
Historias de amistad con presos, con los que comparten una hora de su tiempo leyendo la Escuela de comunidad. Amistad que a veces continúa incluso después de cumplir la penaPublicamos el primero de una serie de testimonios dedicados a la caritativa, gesto esencial en la vida y en la propuesta educativa del movimiento
En la primavera de hace casi 15 años, junto a Eugenio Nembrini y otros amigos, visité la cárcel de máxima seguridad de Padua. Allí conocimos a un grupo de presos que trabajaban para una cooperativa, la cooperativa Giotto, empleados de talleres de pastelería, montaje de bicicletas, bisutería, maletas y teleoperadores del hospital para la gestión de pruebas y consultas. Fue una jornada apasionante. Hablando con varios presos, alguno de ellos tristemente famoso por las noticias, me quedé asombrado por el hecho de que, hasta en la oscuridad más oscura, Dios puede llamar al corazón del hombre. Volví a Cremona deseando repetir esta experiencia en la cárcel de mi ciudad.
Sí, pero ¿cómo? No se me ocurrían posibilidades concretas y, aunque por motivos de trabajo pasaba de vez en cuando por la cárcel, durante años no sucedió nada.
Pero Dios responde siempre a nuestra espera, tal vez no como nosotros pensamos, pero responde, ¡vaya si responde! Una tarde oí sonar el timbre del despacho de abogados donde trabajo y en la puerta había un cura, Roberto Musa, capellán de la prisión de Cremona. Me describió la situación en la cárcel y me pidió –mejor dicho, a través de mí, que entonces era responsable de la comunidad, pidió a todo el movimiento en Cremona– disponibilidad para ayudarle, para que no faltara una presencia cristiana dentro de aquellos muros, donde la mayoría de los presos eran extracomunitarios, enfermos psiquiátricos y drogodependientes.
¡No me lo podía creer! ¡Estaba sucediendo lo que tanto deseaba! Enseguida se lo conté a mis amigos y mandamos un aviso a toda la comunidad. ¡Se apuntó mucha gente! Así que, después de dos encuentros de preparación, empezamos. Nuestra presencia en la cárcel se articulaba en varias propuestas –desde catequesis a carpintería, teatro, clases de guitarra, apoyo en la misa, rezo del rosario, biblioteca– y hoy continúa solo con catequesis y teatro.
Desde hace casi diez años, con varios amigos de nuestra comunidad, interrumpido solo por el Covid, vamos a hacer catequesis en la cárcel. Proponemos a los presos ni más ni menos que lo que somos y lo que vivimos gracias a la experiencia del movimiento, les contamos cómo ha sido nuestro encuentro con el cristianismo y con la Iglesia, leemos con ellos la Escuela de comunidad y algunos textos o intervenciones que nos llaman la atención.
Tengo siempre en mente algo que don Giussani decía de sí mismo: ser como «un tubo» por el que pasa el agua de Otro. Si me concibo así, tengo la posibilidad de conocer cada vez mejor esa agua y saborear el ciento por uno al ver lo que sucede gracias a esa agua. Lo que experimento en la caritativa es esencialmente algo que Giussani describe así: «Lo que sabemos o lo que tenemos llega a ser experiencia solo si es algo que se nos da ahora: hay una mano que nos lo ofrece ahora, hay un rostro que viene hacia nosotros ahora, hay una sangre que corre ahora, hay una resu¬rrección que acontece ahora. ¡Sin este ‘ahora’ no hay nada! Nuestro yo solo puede ser movido, conmovido, es decir, cambiado, por algo con¬temporáneo: un acontecimiento. Cristo es un hecho que me está suce-diendo» (A. Savorana, Luigi Giussani. Su vida, página 889).
Vamos a la cárcel una vez a la semana, los viernes, durante casi una hora, de dos a tres de la tarde. Antes de entrar, en el aparcamiento, para ayudarnos a vivir este gesto leemos un fragmento de El sentido de la caritativa. No entramos en las celdas, sino que esperamos a los presos, que bajan de sus respectivas secciones a las aulas situadas en la planta baja. A veces no baja nadie, otras veces no conseguimos leer lo que teníamos previsto, porque a veces están alterados por las cosas que pasan.
Este último es un aspecto que me llama la atención y me ayuda a no dejarme llevar. Hay noticias que antes tendía a ignorar, pero ahora intento tomarlas en serio, también para poder juzgarlas juntos.
Pongo un ejemplo. El año pasado conocimos a un joven preso con problemas psiquiátricos que participó en varios encuentros donde leíamos El sentido religioso. Un día –viendo que, a causa de discusiones entre ellos sobre cuestiones de la vida en la cárcel, no podíamos empezar a leer el texto– llamó la atención de todos invitándoles a escuchar lo que queríamos leer porque, según sus palabras, sería sin duda mucho más interesante que todas sus discusiones. Ese chico venía para escuchar algo que había empezado a intuir que le interesaba. Y un hecho tan banal como este sacudió mi rutina. Me di cuenta de lo importante que era para mí estar allí con ellos.
Con algunos de los presos han surgido vínculos a partir de la propuesta de vida nueva que nos ha fascinado y que les comunicamos en la medida de nuestras capacidades. Las amistades que nacen en la cárcel –que a veces continúan aun cuando alguno de ellos sale tras cumplir la pena– son el signo de Otro que actúa. En la cárcel compartimos la vida, nuestra vida, nos juntamos partiendo de las preguntas de nuestro corazón que busca una respuesta.
Pienso en Diego. Un día, leyendo El sentido religioso, hablamos del vacío que sentimos, esa sed de felicidad que nada humano logra colmar. De pronto rompió a llorar, reconociendo por primera vez en su vida que todo lo que había hecho y le había llevado a la cárcel, lo había hecho para intentar colmar ese vacío.
Pienso en Michele, que en este tiempo ha salido y ahora trabaja en Roma. Todas las mañanas me manda un mensaje de buenos días. Hace unas semanas me llamó para contarme su situación laboral y pedirme consejo. Al terminar me dice: «Si no te cuento estas cosas a ti, ¿a quién se las cuento? Cada vez me doy más cuenta de que tal vez todo lo que me ha pasado, el hecho de ir a la cárcel, debía suceder, para conocerte». Si fuera por mí, por mi mezquindad… sin embargo, yo también he tenido que reconocer que este encuentro ha sucedido por gracia de Otro.
Y pienso en Víctor, que también ha salido de la cárcel, que un día nos llamó para invitarnos a comer en su autocaravana: el almuerzo de un rey. Hablaba de un reconocimiento, de una riqueza de vida, una sobreabundancia, una profunda gratitud que le lleva a vivir así, sin cálculo.
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Luego pienso en nuestro amigo Michele, uno de los primeros presos que conocimos y que, tras cumplir su pena, se pegó a esta compañía, a esta amistad. Su historia también me hace ver y tocar que es Otro quien actúa. Como dice Giussani en el cuaderno de la caritativa, «nosotros vamos a la caritativa para aprender a vivir como Cristo». ¡Ese es el desafío! Yo voy a la caritativa para ver y descubrir cómo Cristo vence también ahí, en mí y en los que nos encontramos.
Lo más bonito, y lo que me sorprende, es que un gesto así informe, es decir, dé forma a toda la vida. Es un gesto cuya eficacia no se queda encerrada dentro de la cárcel porque educa todo mi ser en la única posibilidad para vivir plenamente a la altura de mi corazón.