Johnny y George durante su ordenación sacerdotal

«Nuestro sí entre las ruinas de Siria»

Dos hermanos gemelos se consagran sacerdotes en Alepo. Johnny y George Jallouf cuentan cómo maduró su vocación durante la guerra. Nada de heroísmo. «Solo le pedimos a Dios ser felices»
Maria Acqua Simi

Johnny y George Jallouf son gemelos. Nacidos en Alepo en 1996, crecieron en una familia numerosa, siendo los pequeños de cinco hermanos. Sus padres pertenecen a una gran comunidad que se formó antes de la guerra con 200.000 fieles. Tras el conflicto que ha sacudido este país, obligando a miles de personas a huir, quedan algo menos de 20.000. Pero el buen Dios, como dicen estos dos hermanos, nunca ha dejado de actuar, hasta en los momentos más difíciles. Ellos lo saben bien, pues bajo las bombas fue donde maduró la vocación de ambos, sin que el uno supiera del otro, y ahora son hermanos menores de la Custodia de Tierra Santa. Hace dos semanas fue su ordenación y el encargado de bendecir su consagración en la iglesia de San Francisco de Alepo fue su tío, el padre Hanna Jallouf, nombrado recientemente por el papa Francisco obispo de la ciudad. «Desde pequeños hemos respirado la belleza de una vida cristiana gracias a nuestros padres y a la participación en la parroquia, ayudando en misa como monaguillos, cantando en el coro de la misa y luego con los scout. Todo eso nos fue formando y sosteniendo aquí, donde los cristianos somos minoría».

Los pequeños Johnny y George Jallouf vestidos de frailes

El primero en hablar es Johnny. «Recibí la llamada de Dios a los 15 años. Era muy joven y durante mucho tiempo me peleé con esto porque tenía pensado casarme y ser médico. Estudiar medicina era mi sueño. Cuando estalló la guerra, todos mis sueños y proyectos parecieron derrumbarse. Sentía un vacío, un miedo dentro que casi me paralizaba. Recuerdo perfectamente el día, tenía 17 años y sufría un gran malestar, en que me puse a rezar el Padre nuestro y al llegar a la frase “hágase tu voluntad” me di cuenta de que esas palabras tenían que hacerse carne, debían ser concretas y tangibles. Entonces le dije a Dios: “¿Qué quieres que haga? Yo quiero vivir contento, pero dime tú cómo”». Alepo estaba siendo bombardeada aquellos meses. El Isis, los rebeldes, el ejército y los kurdos invadieron cada palmo de la ciudad combatiendo entre ellos. «La gente se moría a mi alrededor, todos sabíamos que podíamos morir. Yo rezaba y leía el libro de santa Teresita, Historia de un alma, meditaba el evangelio buscando respuestas». Una segunda frase, después de la del Padre nuestro, lo dejó impresionado: “Dame almas y quítame lo demás”. «En ese momento comprendí que el cuerpo sin alma no es nada y que tal vez Dios me quisiera como sacerdote para cuidar las almas heridas de mi gente, y no para operar cuerpos en un hospital. Ahí empezó un camino de discernimiento que me llevó al sacerdocio. Pero –escribe esto– no lo entendí solo, sino en una relación con muchos amigos que me acompañaron y a los que siempre preguntaba un montón de cosas. Eran religiosos de la Custodia de Tierra Santa, monjas y sacerdotes. Nunca me dejaron solo».

Su hermano George también miró siempre con simpatía a la gente que entregaba su vida a Dios. «Desde pequeño, haciendo de monaguillo, miraba con afecto y admiración a los curas. Todos los que conocía me fascinaban por su vida y su alegría. Una alegría que no decaía ni durante la guerra. Se abrió en mí esta pregunta, este deseo de ser todo para Cristo, con silencio y discreción. Johnny preguntaba a todos, pero yo al principio iba por mi cuenta. También yo opuse alguna resistencia, ¡en mi adolescencia soñaba con ser un gran cineasta! Pero la fuerza de atracción del Señor era mucho más grande». Una vez emprendido el camino vocacional, jugando ya con las cartas descubiertas, los dos vivieron en Jerusalén y en Italia. El año pasado, cuando un terremoto sacudió Turquía y Siria, causando miles de muertos, los dos decidieron volver y eligieron Alepo como lugar para su consagración sacerdotal.

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«Lo hicimos por agradecimiento. Agradecimiento a nuestros padres, a nuestra madre que antes de nosotros perdió a una hija que esperaba y que siempre nos encomendó a la Virgen, agradecimiento a la Iglesia y al pueblo cristiano que nos educó en la fe. Volver aquí era una forma de decirle a nuestra gente que no tenga miedo, pues estamos seguros de que el Señor nos ama a cada uno, y para cada uno tiene un designio bueno. La esperanza es algo muy concreto». El padre George se quedará en la ciudad como vicario de la iglesia que lo vio ser un pequeño monaguillo y el padre Johnny volverá a Jerusalén como subdirector del conservatorio Magnificat. Dicen que están dispuestos a ir allí donde sople el Espíritu, «disponibles para responder a Dios que nos llama dentro de la realidad, sea la que sea».