Un momento de la Conference del CLU en Atchinson, Kansas

Kansas. La chispa del Campus

La primera “Conference” de los universitarios de CL en Estados Unidos. Un pequeño Meeting de un fin de semana que ha movilizado a sesenta estudiantes americanos y cuatro italianos
Davide Perillo

«He visto el mismo trabajo que estamos haciendo aquí: la verificación de la fe en la vida entera. Y hoy esas personas, aunque están al otro lado del mundo, son mis amigos porque me ayudan a crecer en esto». Al «otro lado del mundo» para Giovanni Pellegrini, que estudia quinto de Física en Milán, es a ocho mil kilómetros, en Atchison (Kansas). Concretamente el Benedictine College, donde el último fin de semana de septiembre los universitarios de CL de Estados Unidos organizaron su primera Conference. Tres días de encuentros, exposiciones y espectáculos con el título “Faith and Culture: Luigi Giussani and the Christian Presence on Campus”, y con un deseo muy claro: mostrar a todos que han conocido a Cristo y que eso les ayuda a estudiar, a amar, a divertirse… a vivir.

Giovanni llegó con tres amigos italianos después del equipe del CLU dedicado precisamente a La verificación de la fe, por invitación de su responsable, Francesco Ferrari. «Nos pidió que lleváramos un signo de amistad a los jóvenes que estaban organizando esto en EE.UU», cuenta Beatrice Galeotto, en su primer año de posgrado de Filosofía en la Católica de Milán, que no se imaginaba que iba a vivir lo que Maria Zagra, compañera de Beatrice, define ahora como «la semana más bonita de mi vida», porque «estaba con gente que no había visto nunca pero me sentía en casa, en cada instante».

Desembarcaron en Kansas una semana antes, con tiempo para vivir los últimos preparativos con la comunidad local, «unas treinta personas, aunque el núcleo más estable serían una docena en total». Para ellos era un momento muy importante, el primer gesto público de los universitarios de CL en Estados Unidos, un mini-Meeting que convocó en Atchison a unos sesenta jóvenes procedentes de varios estados.

El programa era intenso. Empezando por la bienvenida de Kim Shankman, deán del College, el discurso de Aaron Riches, teólogo que contó cómo redescubrió la belleza de la fe al toparse con el «gusto de vida» de la gente de CL, la lección de Michael Waldstein sobre el evangelio de Juan y el tema del encuentro según Giussani (con un título que lo decía todo: “A Life Changing Encounter”), el testimonio de Sofia Carozza, neurocientífica, sobre la relación entre la fe y el trabajo de investigación, la exposición sobre don Giussani (“De mi vida a la vuestra”), el concierto del pianista Kuok-Wai Lio, aparte de conversaciones, comidas, veladas de cantos… encuentros con «jóvenes como nosotros cuya vida ha cambiado por lo que han encontrado, y se nota», como dice Pietro Lanzi, que estudia Matemáticas en la Estatal. «Uno de ellos, Mason, se había criado en una familia no católica –madre hippy y padre no sé muy bien qué– y conoció a un sacerdote en el instituto. Quiso estudiar en el Benedictine porque quería estar cerca del CLU, a pesar de que tenía que costearse sus gastos». Él fue quien, después de conocer el Campus, la fiesta que organizan los universitarios de Bolonia, durante unos meses que estuvo estudiando en Italia, pensó: «Tenemos que hacer algo así».

Así prendió la chispa de esta Conference. «Me ha impactado la libertad que tenían para exponerse delante de todos –añade Pietro–. Contaban su experiencia y la proponían claramente, incluso con pragmatismo: “Estamos aquí por este motivo, hacemos esto y nos vemos aquí”, con una presentación de Power Point. Yo deseo una libertad así».

María también se quedó impactada «por la sencillez de su propuesta: sin filtros, sin armazón. Tal vez al principio estaban un poco cohibidos. Se notaba que era algo nuevo para ellos. Nosotros estamos más acostumbrados a ciertas cosas, por las elecciones universitarias, las fiestas… Como en la planta de arriba había una cafetería, fuimos para invitar a la gente que pasaba por allí. Al principio se sorprendían un poco, pero luego venían». ¿Encuentros? «Muchos. Pienso en un chaval que al final bajó y ya no había forma de que se fuera. Vino al concierto y el domingo, después de la misa, vino a decirme: “Quería darte las gracias por el día de ayer”. Estaba agradecido». El último día, Joseph, el responsable del CLU, invitó a todos los presentes: «Esta noche, para quien quiera, cantamos juntos en mi casa». «Ese apartamento estaba abarrotado de gente –recuerda María–. No dejaban de llegar».

En definitiva, la propuesta de una vida. Sencilla y radical a la vez. «Aparte de volver fascinada, traigo una pregunta –dice Beatrice–. ¿Yo estoy dispuesta a ser el rostro de Jesús allí donde voy? ¿De verdad creo? Para mí ha sido una posibilidad de conversión, de volver a lo esencial». Recuerda que la última noche, antes de irse, cantaron juntos Non c’è nessuno, de Adriana Mascagni. «Me enteré de que la escribió para despedirse de sus amigos. Mientras cantábamos: “ahora debo partir, pero el amor no puede acabar”, pensaba: esto es verdad. Mañana estaré en Italia, pero lo que he vivido aquí no puede acabar, también lo puedo vivir allí».

¿Y sus amigos? ¿Qué se llevan a casa de Kansas? «Para mí ha sido un regalo –dice Giovanni–. Algo que cuando lo cuentas, los demás te dicen: “¡qué envidia!”. Pero no por el viaje, sino porque me siento más libre a la hora de amar. Miraba a esos chicos mientras cantábamos y pensaba: yo quiero a esta gente. Aunque no los conozca, aunque no vuelva a verlos. Eso es, una libertad para amar». Pietro: «Me llevo a casa amigos, eso seguro. Desde el primer día hubo una familiaridad inexplicable. Era evidente que la belleza que hemos visto es obra del Señor, nada de lo que hemos hecho nosotros sería capaz de explicarla».

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María también habla de gratitud «por algo gratuito, inmerecido. Vuelves a casa, piensas en algo así y dices: Dios mío, ¿y ahora qué? Pero no puedo negar que aquí también están pasando cosas que me muestran un amor hacia mi vida». ¿Algún ejemplo? «Bea y yo hemos propuesto a nuestros amigos rezar laudes juntos por la mañana porque hemos visto que los de Atchison lo hacen allí, al amanecer. Y al volver pensé: no puedo no empezar mi jornada así, abriendo mi corazón al único que lo puede colmar».