Jimmy Tamba en el Meeting de Rimini (Archivo Meeting)

Sierra Leona. El fruto de una amistad

De niño soldado a padre adoptivo. Jimmy Tamba cuenta su encuentro con el padre Berton, con CL y la familia Nembrini. «No se pusieron a analizar lo que me había pasado. Me mostraron todo lo bueno que hay en el mundo»
Maria Acqua Simi

Jimmy Tamba fue niño soldado. Desde que conoció al padre Giuseppe Berton (misionero javeriano que salvó a miles de chavales durante la guerra civil que sufrió Sierra Leona de 1990 a 2001), su vida cambió. Hoy trabaja en colegios de su país para identificar, junto con otros profesores, los casos de niños vulnerables dentro del programa de adopción a distancia de AVSI. El mismo programa que hace años le acogió a él. No le gusta hablar de los años que pasó con los rebeldes del Frente Revolucionario Unido, hombres dispuestos a todo con tal de controlar los yacimientos de oro y diamantes, que secuestraron a casi 40.000 menos que usaron para combatir.

Las heridas de esa generación destrozada siguen abiertas y duelen aún más por los retrasos en el sistema económico, educativo y sanitario que sufre uno de los países más pobres del África occidental. El padre Berton, que murió en 2013, fundó en 1985 el Family Home Movement, asociación que sigue contando con el apoyo de AVSI y que se dedica a proporcionar el calor de un hogar y una familia a miles de huérfanos y marginados. Hombres como Jimmy, que testimonian que hasta las heridas más profundas pueden ser ocasión de bien. Su experiencia no solo le ha llevado a hacerse trabajador social, sino también a adoptar a dos niñas que ya siente como suyas.

¿Quién es Jimmy Tamba?
No es fácil explicarlo. Fui un niño soldado, secuestrado y entrenado para formar parte de un ejército y combatir en una guerra que no era la mía y en la que no entendía nada. Quien haya vivido alguna experiencia así sabe lo difícil que es recuperarse. Muchos han acabado cayendo en las drogas o en la depresión, se han vuelto locos o viven como vagabundos, enfermos y solos. Yo tenía 11 años cuando me secuestraron. Me encargaron de las comunicaciones, transmitía los mensajes de las unidades de combate. Al cabo de dos años y medio me liberaron, pero estaba muy mal. Me llevaron a Freetown con un amigo, pero él tenía miedo porque sabía que vivir algo así te causa graves heridas, así que me abandonó por el camino. Al final llegué a UNICEF y ellos se pusieron en contacto con el padre Berton para que me ayudara.

¿Qué recuerdas de tu primer encuentro con el padre Berton?
Tenía 15 años. Tardé en conocerlo porque cuando llegué, él estaba en Italia. Cuando volvió quiso conocerme enseguida. Yo estuve tres días en silencio total. Pero poco a poco empezamos a charlar. Nunca me preguntaba por lo que me había pasado, no quería analizar nada, solo charlar conmigo un rato todos los días. Me costaba mucho expresarme así que empezó a llevarme por ahí, a enseñarme lugares bonitos, cosas buenas que hay en el mundo. Me pidió que me esforzara en escuchar a los demás porque, como decía siempre, para curarse hay que darse cuenta de a quién tenemos alrededor. Solo al cabo de mucho tiempo me preguntó por mi historia y por fin fui capaz de contársela.

¿Y has aprendido a escuchar?
Sí. Gracias al padre Berton y gracias a los amigos de Comunión y Liberación. En 2005 vino a Sierra Leona la familia Nembrini a pasar sus vacaciones de Navidad. Salimos de Freetown, fuimos a las montañas a pasar unos días de descanso y allí pude conocerlos mejor. Nos hicimos amigos. Les acompañaba su hijo menor, que por aquel entonces era muy callado y reservado, pero entre nosotros surgió una sintonía inmediata. Sus padres estaban sorprendidos. Al año siguiente me invitaron a ir a Italia y allí conocí el movimiento de primera mano. Estuve con los bachilleres y universitarios, hice amigos extraordinarios y conocí también a la gente de AVSI. En el fondo, todo surgió allí.

Luego volviste a casa…
Sí, volví para estudiar en la universidad. Al principio quería ser periodista pero en mi país eso es arriesgado y además estaba mal visto, como si quisieras convertirte en un “chivato”, así que empecé a estudiar administración y mientras tanto acompañaba a niños que se iniciaban en la fe. Poco a poco me convertí en trabajador social de AVSI. Cambié de carrera, me matriculé en Políticas, pero justo en ese momento conocí a dos niñas que necesitaban ayuda y que hoy es como si fueran mis hijas.

¿Y eso?
Tienen una historia parecida a la mía. Cuando las conocí no sabían lo que era tener una familia ni se habían sentido nunca felices. Hoy la mayor tiene veinte años. Entonces era una niña huérfana porque sus padres habían muerto durante la epidemia de ébola. Se había quedado sola. La rondaba un hombre que decía que quería hacerse cargo de ella, pero en realidad solo tenía intención de casarse con ella, aun siendo menor. Solo tenía 11 años. Aunque iba al colegio, estaba cada vez más triste y enfadada, pues estaba sufriendo abusos. Cuando la conocí como trabajador social, empecé a acompañarla sin más pretensión, como Berton había hecho conmigo. Al cabo de un tiempo, un día me sonrió. Después, poco a poco, empezó a contarme su historia. Yo la escuchaba, solo la escuchaba. Hoy es una hija para mí. Gracias a Dios ha acabado sus estudios y pronto irá a la universidad.

¿Y la segunda?
Mi otra hija entró en mi vida cuando tenía tres años. Su madre la había abandonado y nunca se ha sabido nada de su padre. Vivía con su abuela, anciana y enferma, que ya no era capaz de mantenerla. La conocí a través de una maestra preocupada por esta niña que lloraba todo el día. Así que fui a verla y me encontré con una situación muy complicada. La abuela apenas podía andar, no tenía dinero para pagar el colegio, ni siquiera para darle de comer todos los días. Muchos días subsistía con un trozo de pan que le daba algún vecino. Igual que con Mariama, empecé a acompañarla y al final se ha convertido en mi hija. Desde entonces han pasado siete años y estoy muy contento porque son felices. Más felices que yo.

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¿Más felices que tú? Cuesta creerlo.
Sí. Cuando estoy enfadado o triste, basta que ellas me animen para volver a empezar. La pequeña es fantástica. Cuando me duele algo, siempre me dice: «Si te pones triste, me pongo mala, me muero. ¡No puedes hacerme eso!». Así me arranca una sonrisa y vuelvo a empezar. Ellas tienen una gran confianza en la realidad, ¡muy grande! Hay un momento en especial que no olvidaré nunca.

Cuenta…
Una noche organizamos una cena por el cumpleaños de Saleh, la menor. Todos le felicitaban pero ella no lo entendía. Era la primera vez que celebraba su cumpleaños. Le dije que era un día precioso, una bendición, pues era el día que Dios había elegido para que viniera al mundo. Me miraba con ojos brillantes, no lo entendía. A la mañana siguiente, su abuela me contó que volvió a casa más contenta que nunca, que no había dejado de hablar toda la noche contándole detalles de la fiesta, asombrada porque todo aquello había sido solo para ella. Por primera vez, me dijo su abuela, estaba llena de alegría.

¿Qué es lo más importante que te gustaría dejar a tus hijas, y a los jóvenes con los que te encuentras?
Esa alegría. Para mí es importante saber escuchar y compartir la vida. Pero lo que quiero dejarles es la certeza de que la vida es alegría.