(Foto Unsplash/Kim Jui Jin)

Suicidio asistido. «Nunca perdáis la esperanza»

Dulce, doctora especializada en geriatría y cuidados paliativos en la Johns Hopkins, en Maryland, comparte su experiencia frente al debate sobre el suicidio asistido en Estados Unidos

En enero estuve en la parroquia de St. Jane de Chantal con un amigo para hablar de la propuesta de ley de legalización del suicido médicamente asistido (SMA, definido como el acto de un médico que prescribe al paciente un fármaco letal con el fin de su muerte), que los legisladores de Maryland están revisando actualmente. Se trata de una práctica distinta de la eutanasia, donde es el propio médico que proporciona la muerte al paciente con un fármaco letal.

Me sorprendió la falta de conocimiento del tema y de la propuesta de ley, lo que me preocupó mucho porque si esta propuesta se convirtiera en ley, no solo tendría repercusiones en mis pacientes, sino también en mí. Por ese motivo, aunque normalmente no me gusta implicarme en política, escribí a los legisladores y organicé un acto para hablar con mis amigos y mostrarles el documental Shining the Light on Assisted Suicide (Arrojando luz sobre el suicidio asistido, ndt.), realizado por Laura Jones, fundadora de la Dignity Mandate Foundation.

Este documental no solo cuenta la verdad sobre esta propuesta de ley, sino que también expone convincentes argumentaciones humanas (no religiosas) que se pueden utilizar para escribir a los legisladores para oponerse a la ley.

Soy médico especializado en geriatría y cuidados paliativos en la Johns Hopkins y en mi trabajo trato a pacientes y familias con distintas exigencias. Quisiera compartir con vosotros la historia de uno de mis pacientes porque esta historia aclara los motivos por los que NO apoyo el suicidio asistido.
El señor Elk es un afroamericano de 74 años que vive solo en Baltimore. Rechazó el tratamiento para el cáncer de próstata porque quería morir. Luego su hijo lo acogió en su casa para cuidar de él. Su hijo llevó al señor Elk a mi clínica de cuidados paliativos para ayudarle a gestionar el dolor, cosa que pudimos hacer. Entonces el señor Elk empezó a desear vivir porque ya no estaba solo. Aceptó el tratamiento contra los síntomas del cáncer de próstata y con el tiempo vi cómo el señor Elk y su hijo se iban acercando y crecía su afecto mutuo. Después de dos años, la situación del señor Elk empeoró. Cuando ya no podía venir a la clínica, su caso pasó a atención domiciliaria. Murió en casa, sostenido por el amor de su familia, con la ayuda de la atención médica domiciliaria. Este vínculo entre padre e hijo no habría crecido si el señor Elk hubiera podido optar en su momento por el suicidio asistido.

Merece la pena preguntarse: “¿Por qué soportar una enfermedad y todo su sufrimiento?”. A la luz de esta experiencia concreta, mi respuesta es que nuestra manera de afrontar el sufrimiento puede hacernos bien, en nuestra vida y en el mundo. En el caso de este hombre, fue la oportunidad de retomar la relación con su hijo.

LEE TAMBIÉN – «La muerte de mi abuelo y el don de una compañía»

Tengo colegas dentro y fuera del movimiento que viven en estados o países donde el suicidio asistido y la eutanasia son legales. Muchos de ellos tienen una actitud de derrota, de resignación, o al contrario, reaccionan abiertamente en contra. Un amigo mío, activista pro-vida, que me ayudó a compartir este tema con nuestros amigos, nos dijo: «Nunca perdáis la esperanza». Creo que tenía razón porque yo no quiero identificarme con una “lucha de bandos” ni con los “resignados”. Quiero estar del lado de la esperanza, la que pone su fe en Cristo; no en la ley o en el proyecto de ley, sino en esa Persona que se me da en este momento histórico concreto, donde el valor de la vida se pone en discusión, donde la libertad y la independencia se erigen como valor definitivo y la dependencia y la muerte se perciben como el enemigo.

Me pregunto: ¿qué está tratando de decirme el Misterio? ¿Por qué me ha llamado a vivir este momento particular? Este diálogo es muy interesante y, aunque no elimina ninguno de mis empeños contra el proyecto de ley, los llena de sentido. Uno de mis amigos que estuvo en el acto dijo algo verdaderamente esclarecedor: debemos comenzar por nuestra casa, hablando de estas cosas y mirando cómo nos tratamos y nos cuidamos nosotros mismos. Esto lo percibo verdadero para mí, como persona que afronta estos problemas no solo en mi familia sino también en mi trabajo diario. En primer lugar necesitamos aprender nosotros, y luego compartirlo con otros, porque la vida tiene valor y es importante incluso cuando hay sufrimiento.

Jone, la fisioterapeuta de don Giussani que al final de su vida sufría la enfermedad del Párkinson, decía de él en aquella época: «La enfermedad seguía su curso y comenzó a aparecer el síntoma más temible: el dolor. Sin embargo, Giussani decía: “Dios permite el sufrimiento para que la vida sea más vida. La vida sin sufrimiento se empequeñece, se encierra”. [...] A veces me entristecía porque no sabía cómo ayudarle, pero él me decía: “No estés triste porque esto también es positivo, creo que es la manera de participar en la pasión de Cristo. Él también era un hombre como yo”».

Para terminar, yo no estoy a favor del suicidio médicamente asistido porque no quiero que mis pacientes interrumpan su recorrido humano. A estas personas que sufren podemos ofrecerles cuidados paliativos, en vez de hacerles ingerir 90 píldoras que les harán sufrir náuseas hasta 104 horas. Los cuidados paliativos son un itinerario que acompaña a los pacientes y a sus familias en su camino, en vez de negarles el sentido de su vida.

Lo que me da miedo es que el suicidio asistido transmita, sobre todo a los jóvenes, el mensaje de que no hay que soportar la vida cuando provoca sufrimiento. Entonces el sufrimiento se verá como “una condena a muerte” en vez de como un motivo para pedir ayuda a otros. Si seguimos por este camino, el suicidio asistido acabará llevando a la eutanasia a personas afectadas por enfermedades degenerativas y demencias. Como médico geriatra y de paliativos, mi tarea es ayudar a los pacientes a seguir siendo autónomos el mayor tiempo posible. Con este propósito, existen ya varios servicios de asistencia domiciliaria (por ejemplo, asistencia geriátrica, paliativa, sanitaria a domicilio o en residencia). He sido testigo muchas veces de cómo afrontar la fatiga del cuidado en casa ha hecho que se reavivaran las relaciones familiares. Una hija me decía: «Nunca habría pensado que podría estar con mi madre así. Doy gracias por este tiempo que he pasado con ella porque me ha permitido recuperar muchas cosas».
Dulce, Bethesda (Maryland-USA)