Paolo y Elena con los tres hijos

Grecia. «Nuestra vocación es el mundo»

Paolo y Elena viven en Atenas. La caritativa, las cenas, el encuentro con otros movimientos y asociaciones, y los Ejercicios espirituales. «Para redescubrir, en la mirada del otro, la belleza de nuestro carisma»
Maria Acqua Simi

Paolo y Elena llegaron a Atenas en 2019, después de pasar once años en Rotterdam. Con sus tres hijos, Roberto, Maria Chiara y Teresa. Su llegada a la capital griega sigue el curso de la brillante carrera de ingeniero naval de Paolo. Ambos son del movimiento y tuvieron que dejar en Holanda una compañía consolidada que en Grecia está por reconstruir. La capital es inmensa, con cinco millones de habitantes y «una discreta desorganización a la que no estábamos acostumbrados», dice Elena. «Lo primero que hicimos fue preguntar a la secretaría internacional de CL si había alguien del movimiento en Grecia. Nos pusieron en contacto con Rosaria y Nikola, que viven en Larissa». Miraron el mapa: Larissa dista 400 kilómetros de la capital. Pero la distancia no es una objeción.

«Enseguida nació entre nosotros una familiaridad que sin duda tiene su origen en nuestra historia común, a base de llamadas y encuentros en la medida de lo posible, generando una amistad que nos sigue sosteniendo. Ellos son los que nos presentaron a Fabiola y Filippo, por ejemplo, una pareja de la asociación Papa Juan XXIII dedicada en Atenas a jóvenes madres refugiadas y sin hogar».
En el corazón de la ciudad, Fabiola y Filippo tienen una casa-familia y un apartamento llamado “La Cabaña”, donde acuden pobres y mendigos a buscar un plato de comida caliente, una ducha y una cama limpia donde dormir.
Lo más bonito de estos tres años y medio en Atenas ha sido la amistad con esta gente. Una amistad que, según Elena, ha devuelto a su familia una nueva estima por el movimiento. Algo que ha brotado inesperadamente precisamente de sus amigos de las asociaciones Papa Juan XXIII o de Punto Corazón, con los que se reúnen para ayudar a los sintecho.

«Un día invitamos a los de la casa-familia de Fabiola y Filippo, eran quince personas. Les sorprendió que les invitáramos a todos. Para nosotros era algo normal. Para ellos era la primera vez. A veces uno piensa que los que acogen no necesitan nada, pero tienen el mismo deseo de ser queridos. Esa noche fue el comienzo de una relación que nos ha llevado a seguirles, a hacer la caritativa con ellos y a invitar también a nuestro hijo mayor».

Durante su primera Navidad en Atenas, invitaron a Elena y Paolo a una fiesta para recaudar fondos para los sintecho. En el evento participaron dos voluntarias de Punto Corazón, Aneis y Roki, que también ayudan a las hermanas de la Madre Teresa con el apoyo escolar para niños y asistencia a familias vulnerables en los barrios más complicados de la capital. «Esa noche nos preguntaron si mi marido y yo éramos de la Papa Juan XXIII. Con un poco de temblor, respondí que éramos de Comunión y Liberación». Enseguida sonrieron y dijeron que conocían muy bien los textos de don Giussani, que hacen muchas meditaciones con sus libros, sobre todo con El sentido religioso.

«Vi en sus ojos un gran afecto por nuestra historia, que me hizo redescubrir en un instante la esencialidad y la belleza de nuestro carisma –continúa Elena–. Ellos también se han convertido en una presencia habitual en casa. Cuando les preguntamos qué necesitaban para su obra, nos esperábamos peticiones materiales, pero solo nos pidieron pasar algo de tiempo juntos, de vez en cuando, para que su corazón pudiera descansar. ¡Pero qué libertad! Sin duda, cada una de las personas que hemos conocido desde que llegamos aquí ha sido un don. Alguien nos ha elegido personalmente a cada uno para hacer que la relación entre nosotros sea tan familiar. Porque el otro, aunque sea de una asociación o de un movimiento diferente, siempre está en camino, como nosotros».

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Pero eso no es todo. En estos tres años han surgido otras relaciones. Como la amistad con el obispo de Atenas, que en su momento se encargó traducir El sentido religioso en griego, o con el padre Rafi, de la comunidad armenia, o las amigas de la casa de los focolares. «Trabajan con niños y adolescentes. También las invitamos a cenar a casa. De hecho, siempre tenemos el deseo de construir lugares de humanidad allí donde estamos. Para nosotros, invitar a alguien a cenar es compartir la casa, la comida y también a Cristo, que no ha hecho más que traer la plenitud a nuestra vida. Y recibimos mucho a cambio. Sobre todo, una compañía humana. Por ejemplo, aquí no hay juveniles ni bachilleres y nuestra hija pequeña, que ahora tiene diez años, va al grupo de los focolares. Para nosotros, es de gran ayuda».

Hace unas semanas decidieron proponer los Ejercicios espirituales de CL a todas las personas que habían conocido durante estos años. «Nos reunimos en la pequeña parroquia del padre Rafi para escuchar juntos la lección del padre Lepori del sábado por la mañana y luego tuvimos una breve asamblea antes de la misa y de cenar juntos. Todo lo que ha surgido ha superado con creces nuestra imaginación. En un momento dado, una de nuestras amigas focolares dijo: “Hoy he tenido la posibilidad de ir más al fondo de la pertenencia a nuestro carisma, gracias”».

Elena no lo duda. «No hemos hecho nada especial. Sencillamente estamos delante de lo que ya existe y está vivo en varias zonas de esta metrópolis: el cuerpo de la Iglesia. Los Ejercicios y la vida de estos años, desde Holanda hasta Grecia, nos han recordado que nuestra vocación es la apertura al mundo. Y el rostro de nuestros amigos de otros movimientos y carismas nos testimonian que el Espíritu sopla de forma misteriosa pero preciosa: una gracia gratuita».