Los ejercicios de la Fraternidad en la Isla Mauricio

Un hermoso camino que pasa (también) por isla Mauricio

Los Ejercicios de la Fraternidad en medio del océano Índico, con Laura, Tessa, Lily... Una amistad «cargada de afecto desde el primer saludo»
Stefano Siboni

Este año fui por primera vez a seguir los Ejercicios espirituales de la Fraternidad con la comunidad de la isla Mauricio. Iba con cierta extrañeza, pensando que me iba a encontrar con gente totalmente desconocida. Cuando mis compañeros me preguntaban qué iba a hacer esos tres días en Mauricio, les decía que iba a ver a unos amigos, lo cual era cierto, pero al mismo tiempo me parecía algo muy misterioso. Recé pidiendo que esa respuesta se hiciera carne, de modo que regresara con la conciencia de dejar un lugar querido y lleno de personas a la que me unía el afecto.

Vinieron a buscarme al aeropuerto Laura y su marido, Lekram, a los que empecé a conocer en el coche. Al día siguiente, en el polideportivo de Tamarin, empezaron los Ejercicios y en el desayuno ya conocí a varias personas de la comunidad. Para empezar, Laura volvió a sorprenderme. Había invitado al párroco de Tamarin, el padre Mariusz, un cura polaco que llevaba unos años en la isla, para celebrar la misa, y al terminar la celebración nos pidió a cada uno que le contáramos cómo habíamos conocido el movimiento. Fue una forma de conocerlos y sobre todo la ocasión de volver a tomar conciencia de la historia que nos había llevado hasta allí a cada uno. El comienzo menos programado pero más adecuado que podíamos imaginar.

Durante la comida me hicieron muchas preguntas, sobre todo sobre mi trabajo y mi vocación como Memor Domini, algo que conocían muy poco. Les impactó mucho el aspecto comunitario de nuestra vida y el hecho de vivir la vocación en el trabajo porque lo reconocían como una posibilidad también para ellos, pues basta con tomar realmente en serio la propuesta del movimiento. También hablaron ellos, como Monica, escritora y artistas que habló de su enfermedad y de su marido, al que hace unos años le diagnosticaron un melanoma con mal pronóstico. Contaba que esa época fue para ella como una segunda luna de miel al reconocer que su marido se le volvía a regalar de nuevo. Conoció entonces al padre Eriberto que le dio a conocer el movimiento, y ella se adhirió de corazón. O Pamela, que trabaja en la pastoral juvenil de la isla y me preguntó si quería hacer una entrevista con jóvenes de la diócesis para que vieran a alguien “joven” que entrega su vida a Dios.

Luego seguimos con las lecciones y al acabar la tarde me llevaron a ver el atardecer en la playa antes de cenar juntos. El domingo, después de la asamblea, Tessa insistió en quedarnos un rato comentando lo que más había impactado a cada uno. Lily dijo que en cuanto se publicara el cuaderno en francés le dedicaría una hora al día. Tessa me impactó mucho al decir que lo único que necesitaba realmente era el título de los Ejercicios, es decir, tener los ojos fijos en Cristo. Luego añadió que había sido la ocasión de volver a la alegría del inicio, al entusiasmo de cuando conoció el movimiento, a su “primera Galilea”. Michéle contó que durante la primera lección del padre Lepori no lograba enfocar la cuestión y no dejaba de preguntarse cómo volver a reavivar la fe, cómo renovarla si es cierto que no se puede perder. Pero luego se dio cuenta de que su fe ya se estaba reavivando escuchando a Lepori, viviendo los Ejercicios con nosotros y teniendo fijos los ojos en Jesús, que nos llamaba juntos. A Patrice, marido de Michéle, le impactó la oración de san Patricio, decía que no dejaba de resonar en su cabeza.

Al terminar los avisos, Laura lanzó la propuesta de inscribirse a la Fraternidad. Cuando les explicamos que se trata de reconocer el valor de un lugar fundamental para la propia vida y que los grupos de Fraternidad son lugares de amistad donde compartirlo todo ayudándose a mantener una tensión continua hacia Cristo, Patrice exclamó: «¡Entonces ya somos de la Fraternidad!».

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¡Qué espectáculo ver corazones que se mueven y conmueven igual que el mío! Pero aún más conmovedor ha sido el afecto mutuo del que estaba cargado ya el primer saludo y que luego fue tomando carne, tal como deseaba en mi viaje de ida. Reconozco que esto solo puede nacer de la conciencia de haber sido llamados juntos en este precioso camino que es el movimiento, aunque seamos pocos y estemos lejos.