Florence y Obote Milton

Uganda. Las tres oraciones de Florence

Es una de las “mujeres de Rose”. Iba a casarse por la iglesia veinte años después de su matrimonio por el rito tribal. Dos semanas antes de la boda, fue asesinado
Anna Leonardi

Obote Milton murió a dos semanas de su boda. Decidió casarse con Florence por la iglesia 20 años después de la ceremonia tribal. No todo iba bien entre ambos, pero Florence lo deseaba desde que conoció el movimiento de CL en el Meeting Point de Kampala, un centro fundado por Rose Busyngye que acoge a personas enfermas de Sida. Quedó marcada a fuego por esa amistad cuando, aislada por todos debido a su enfermedad, descubrió un lugar que no la miraba como alguien con “fecha de caducidad”. Todo sucedió una mañana. Se levantó de la cama y se fue con sus hijos al Meeting Point. Allí había conocido mujeres como ella que aprendían a leer y escribir. Eran felices y no parecían enfermas. Muchas también trabajaban, lo que les permitía llevar a sus hijos al colegio. A Florence le bastó esto para dejar de mirarse como alguien a quien ya solo le queda morir y decidió empezar el tratamiento.

Con los años, Florence arrastró también a Obote a esa vida nueva. Ella vendía cebollas, tomates y carbón, y él empezó a trabajar de vigilante en la Luigi Giussani Primary School, lo que permitió a sus seis hijos ir al colegio y a la universidad. Pero Obote tenía altibajos. A veces se emborrachaba, así que le despidieron y le volvieron a contratar varias veces. Le pasaba igual con Florence, aunque siempre le abrió las puertas de casa a pesar de todos los problemas que le causaba. Nada le hizo desistir de su decisión de «casarse delante de Dios». Quería volver a recibir la Comunión y le decía a todo el mundo que cuando muriera le gustaría llegar delante de Dios estando casada. Por fin empezaron a ir a catequesis para prepararse para recibir el sacramento del matrimonio en la noche de Pascua de este año. Pero luego «Jesús aceleró misteriosamente las cosas», cuenta Rose, que en toda esta historia ha sido compañía y apoyo para la familia.

La noche del 13 de marzo, Obote sufrió un asalto mientras estaba de servicio en otro colegio. Recibió un grave golpe en la cabeza y Florence salió disparada al hospital acompañada de sus hijos mayores. No se lo dejaban ver. Le pidieron dinero para las medicinas, el oxígeno y el tac. Ella reunió todo lo que tenía y llamó a Rose. Hablaron con los médicos, necesitaba una intervención quirúrgica, pero no había camas disponibles. Después de varias llamadas, Rose encontró un hospital que podía atenderlo. Trasladaron a Obote y le operaron. Comenzaron así diez días de agonía. La hemorragia cerebral afectó a gran parte del cerebro, el diagnóstico era reservado. Rose se puso a recaudar dinero para pagar las facturas, que ascendían a cuatro mil euros diarios. La mañana del 23 de marzo, tras comunicar el fallecimiento, se negaron a devolverles el cuerpo hasta que no saldaron hasta el último chelín. Ese día Rose fue a casa de Florence con varios amigos para organizar el funeral, pues quería llevar a su marido a su pueblo natal, al norte del país. El resto del tiempo solo estuvieron en silencio.

En las paredes de aquel barracón de pocos metros colgaban los carteles de Pascua y Navidad del movimiento de años pasados. Florence los miraba de vez en cuando, es lo más valioso que tiene. Por la tarde, varias mujeres del Meeting Point organizaron una misa para recibir el cuerpo. «Yo estaba muy enfadada –cuenta Rose– con los médicos, con los ladrones, con el sistema sanitario. También con Obote que, debido a su alcoholismo, al final tuvo que salir del colegio y buscar trabajo en una zona bastante mala». Florence la sacó de todos esos pensamientos cuando, tambaleándose, se puso en pie para la oración de los fieles. «Nunca habíamos visto aquí a una viuda tomando la palabra durante un funerale», explica Rose. «Lo que dijo me hizo darme cuenta de todo lo que yo no estaba mirando. Me había encerrado, mi cabeza se había fijado en una sola cosa: “Dios mío, fulmínalos a todos, a los asesinos y a los médicos que nos han tratado tan mal…”». Ante una asamblea que esperaba escuchar las lamentaciones habituales, Florence formuló en lengua acholi tres oraciones. La primera por los asesinos: «Perdónalos, Señor, porque no sabían que matando a Obote te estaban matando a Ti. Rezo por ellos, para que descubran lo preciosa que es la vida y puedan comprender lo que han hecho a Obote. Que Dios pueda convertir sus corazones». La segunda: «El cuerpo es el templo de Dios y el alma no se puede matar. Hoy es un día de fiesta porque Obote ahora está con su Creador». Y por último: «Doy gracias a Dios por la fuerza que me ha dado para criar a mis hijos. Le pido que me la siga dando porque la necesito para seguir viviendo».

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Rose, que hasta ese momento no había sido capaz de mirar al ataúd, alzó por fin la mirada. «Sus palabras me donaron una sensación total de justicia. Si Dios era la sustancia de lo que estaba sucediendo, entonces Obote estaba a salvo. Florence me lo devolvió más incluso que si yo hubiera sido capaz de salvarlo con todos mis intentos. Más que si Dios hubiera hecho justicia como yo pretendía». Rose se quedó impresionada por la conciencia tan pura de Florence. «Es algo que me pasa mucho con estas mujeres. Son sencillas, no han ido a clase, pero dicen cosas que solo pueden de una experiencia viva. A veces tengo la sospecha de que el Misterio les da clases nocturnas…».