Padre Giuseppe Ambrosoli

Padre Ambrosoli. El médico de ojos buenos

Beatificado el 20 de noviembre el comboniano que consagró su vida a Uganda. Heredero de una famosa familia empresaria de la miel, fundó uno de los hospitales más importantes del país
Filippo Ciantia

Al norte de Uganda, en la región de la tribu de los Acholi, a poca distancia de la frontera con Sudán, se erige en la sabana una roca imponente, la Montaña del Viento. En sus laderas se sitúa un hospital que en 1957 fundó el médico y misionero comboniano beatificado el pasado domingo 20 de noviembre, Giuseppe Ambrosoli.
El padre Giuseppe era el séptimo de ocho hijos en una familia que se hizo famosa por la miel Ambrosoli. Nació en Ronago, en la provincia de Como, el 25 de julio de 1923. Gracias a una profunda educación cristiana en su familia y en el grupo de Acción Católica del Cenáculo, forja de vocaciones religiosas y laicales, fue madurando, sobre todo durante los años de la guerra y sus estudios de medicina, su vocación misionera. En 1951 consagró su persona y su profesión a la misión en África y se convirtió en un seguidor de san Daniele Comboni.

En 1955 fue ordenado sacerdote y al año siguiente llegó a Uganda, donde le asignaron la ciudad de Kalongo. Allí había, cerca de la misión, un ambulatorio que se convirtió a lo largo de los años en uno de los hospitales más importantes del país, sobre todo por la presencia de Ajwaka Madit, el gran doctor. Un “gran” médico no solo por su extraordinaria maestría y habilidad quirúrgica, sino sobre todo porque en su mirada y en sus acciones la gente reconocía un “espíritu diferente”. No como los espíritus que conocían, que infundían miedo y dependencia. Era un espíritu de servicio amoroso a los enfermos, de humildad, de aceptación del sufrimiento. Era un hombre que se abandonaba siempre en manos de su Dios, y también de su Hijo, llamado Jesús, y a una madre, María, por la que sentía una ternera mayor que por su madre en la carne, Palmira. Se alimentaba de la Eucaristía diaria y en ella encontraba la energía necesaria para pasar horas sin descanso con sus enfermos, con delicadeza y pericia. En la sala de operaciones se sentía como en el paraíso porque podía servir, cuidando las heridas y los males de sus hermanos y hermanas africanos, amándolos como sentía y sabía que Dios le amaba.

La montaña no solo tiene un nombre local, Oret, sino otro en árabe, Jebel Habub, que significa “montaña del viento”. Justo allí llegaban los mercaderes de Sudán para comerciar con colmillos de elefante, armas, comida y sobre todo esclavos. Gracias a él, esta montaña pasó de ser un símbolo de esclavitud y opresión a convertirse en un signo de paz para todos, de acogida y liberación de las enfermedades y del mal. Uganda es una tierra maravillosa, la Perla de África, rica en belleza natural y talentos humanos, pero también en enfermedades, epidemias, miseria y pobreza, tiranía y guerras. Después de la dictadura de Amin, a mediados de los ochenta la guerrilla luchó durante más de dos décadas en la región acholi. El hospital estaba en medio del conflicto, pero el padre Giuseppe siguió, junto a sus colaboradores, sirviendo a los enfermos y a los que sufren, sin ahorrarse nada a pesar de que su salud se resintió.

El monte Oret, en cuyas laderas se sitúa el hospital fundado por el padre Ambrosoli

Durante aquellos años, una santa inquietud se fue afirmando cada vez más en el corazón de Giuseppe, llenando sus muchas horas de oración al alba, en una iglesia aún desierta. Se acerca a la figura de Charles de Foucauld y hace suya la oración del abandono: «Padre mío, me abandono a ti. Haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco».
Los combates se intensificaron, hasta que el ejército regular decidió evacuar el hospital con todos los médicos, equipos y enfermos que se pudieran mover. El padre Giuseppe se sentía morir cuando el 13 de febrero de 1987 tuvo que dejar la obra de tantos años de su vida, de tantos sacrificios y tanto trabajo. Mientras que convoy se alejaba, veía el humo de las instalaciones ardiendo. Pero, sin que Ambrosoli lo supiera, el hospital se libró. Después de colocar a los enfermos en los alrededores del hospital y a las estudiantes de la escuela de obstetricia en el hospital de Angal para que no perdieran ese año de estudio, exhausto y dolorido se instaló en Lira, esperando la ocasión de poder volver a su amada Kalongo, cuando le diagnosticaron de una malaria grave. El 27 de marzo de 1987, Ajwaka Madit, que había cuidado a tantos enfermos, moría sin asistencia médica en el exilio.

Mientras el padre Giuseppe moría, desde Kitgum estábamos en contacto por radio con las dos monjas que lo atendían. Impotentes y doloridos.
En septiembre de 1980 llegamos con Luciana a Kitgum para trabajar como médicos. Cuántas veces habíamos visto a aquel médico de ojos buenos, normalmente para hacerle alguna consulta o para encomendarle a algún enfermo muy grave que solo él podía curar. ¡Cuánto nos enseñó!
¡Qué ternura y dulzura nos transmitía! En la misión de Kalongo había un pequeño cenador con uvas rojas, típicas del norte de Lombardía. A los misioneros les encantaba tener algo que les recordase a su tierra. Cuando maduraban, Giuseppe siempre había llegar dos o tres racimos a Luciana, pero sobre todo a nuestras hijas, Maddalena y Monica, a las que llamaba “princesas”.
Qué desgarro aquel inesperado día de marzo, demasiado cruel.
Sin embargo, había algo más grande.

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En efecto, el hospital había sido custodiado por el pueblo cristiano y reabrió sus puertas para seguir protegiendo y curando a “sus enfermos”. Así el gran doctor siguió sirviendo.
Entre mayo de 2016 y abril de 2017 también pude dirigir el Hospital Memorial de Giuseppe Ambrosoli.
Tras el reconocimiento de la curación milagrosa alcanzada por intercesión del padre Giuseppe, su beatificación se programó para el 20 de octubre de 2020, pero hubo que posponerla por la pandemia.
Todo estaba ya dispuesto para la ceremonia del domingo pero desde septiembre otra epidemia amenaza a Uganda. El virus del ébola se ha extendido por seis distritos, con graves restricciones de movimiento, muchos enfermos y numerosos muertos. Teníamos previsto viajar a Kalongo, pero tuvimos que renunciar.
Pero el pueblo llano se puso en camino, muchísimos a pie, hacia la Montaña del Viento para honrar al beato Giuseppe. El pueblo es ajeno al peligro de contagio porque Ajwaka Madit y su Dios están con ellos, más aún, Giuseppe siempre será uno de ellos.