Gulu, Uganda.

«Tú existes para hacer las cosas bellas»

Unas semanas en Uganda colaborando en un proyecto de AVSI con niños huérfanos en Gulu. La experiencia que una joven ha contado en el Equipe de profesores y bachilleres

Este verano, en julio, estuve en Uganda con AVSI gracias a una beca que permite que los estudiantes mayores de 16 años pasen unas semanas colaborando en sus proyectos. Me fui con el deseo de encontrarme con los rostros de las mujeres de la exposición de Rose en el Meeting 2021, que tanto me habían conmovido. Necesitaba que me ayudaran y me miraran, y lo extraordinario es que no solo he encontrado lo que buscaba, sino también una correspondencia con el deseo de ser amada, que en los últimos años había crecido muchísimo.

Me pasé dos semanas con otros jóvenes como yo que viven en un orfanato en Gulu, al norte del país. Es un lugar que acoge a niños huérfanos o abandonados. De estos últimos, casi todos tienen alguna discapacidad. Luego hay diez mujeres, “las madres”, que hacen literalmente de madres de estos niños. Cada una de ellas cuida a un grupo, creando un ambiente familiar. Nosotros estábamos allí para jugar con los niños y ayudar a estas mujeres. Entre ellas hay una que me impactado especialmente, auntie Grace, la tía Grace. Es la que más me ha sacado de la “definición de mí misma” que llevaba encima y que me oprimía. Todavía recuerdo su sonrisa llena de gratitud por la poca ayuda que le podía ofrecer. Con ella, entre otros, estaba Daniel, un niño de casi dos años que habían acogido tres semanas antes, al que su madre había abandonado en un mercado.

Trabajando en el orfanato de Gulu

Daniel se pegó literalmente a mí esos días, lloraba si no lo abrazaba o no jugaba con él, agarrándose a mi falda, llamándome mamá (algo que, después de conocer su historia, me emocionaba hasta las lágrimas). Grace estaba allí con él esperándome todas las mañanas, sin celos ni proyectos, sino agradecida. Un día me puso un nombre en acholi, la lengua de su tribu, como suelen hacer allí según la impresión que les cause una persona nueva: me llamo Abèr. Cuando me dijeron lo que significaba, pensé que lo decían por decir, como un piropo que le podrían decir a cualquiera: “bella y que hace las cosas bellas”. ¿Llamarme así a mí, que lucho conmigo mismo porque me siento nada, indigna de recibir amor?

Al día siguiente me preguntó si me gustaba ese nombre. «Sí, es muy bonito, pero no entiendo por qué a mí», le dije. Ella me miró y me respondió: «Porque así es como yo te veo. Has venido hasta aquí y has querido encontrarte conmigo y ayudarme. Veo cómo quieres a Daniel. Tú existes para hacer las cosas bellas». En ese momento mi corazón dio un vuelco. Una mujer ugandesa, madre de ocho hijos que no son suyos, a la que conocía desde hacía poco más de una semana… va y me dice sin rodeos que yo existo para hacer las cosas bellas. A mí, tan pequeña, que soy juez de mis propios errores y defectos, de mi aspecto. Ver pasar a través de los ojos de otra persona un “yo” que no me quería creer, que de hecho estoy segura de que no soy, me derrumbó. Me rompió el corazón. Desde entonces, después de ese bofetón, empecé a buscar dentro de mí esa manera de mirarme. No solo quiero reconocerme necesitada, sino también merecedora de esa mirada de amor con la que me mira Grace. Mientras estuve allí escribía un diario y ese día puse: «¡No debo olvidar esa mirada!». Hablando con Seve, el director de la Luigi Giussani High School de Kampala, me dijo que podía volver a casa con la certeza de ser amada, no como una impresión o una apariencia, sino una certeza: «El corazón del hombre está hecho para ser amado, el corazón del hombre se mueve y se conmueve».

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Ahora todavía me pasa que a veces me olvido y vuelvo a recaer en mis paranoias. Pero ahí están esos encuentros, esas miradas, esas lágrimas que me lo recuerdan y me reclaman. Conversaciones, frases, gestos que te ponen delante el hecho de que eres pequeñas pero mereces ser amada. «You are a value», tú tienes valor; «You make things beautiful», tú haces las cosas bellas; «I will never forget your face», nunca olvidaré tu rostro. Una experiencia que no pasa, que no se queda en un pasado nostálgico sino que es un trampolín, un inicio, la tesela de una historia. Antes de irme, me tía me escribió una nota con una frase de Julián Carrón que ahora siento aún más verdadera: «Ahora empezamos al menos a vislumbrar que todo lo que la vida suscita en nosotros –la sensación de vacío, la tristeza– dice lo grande que es nuestro corazón, que estamos hechos para una plenitud que va más allá de cualquier imaginación. [...] Solo el que está dispuesto a participar en la aventura de vivir podrá descubrir, según un designio que no conoce, personas en las que ver brillas lo que uno desea».

Agnese