Francesco, Antonella, su hijo y Danil (de espaldas)

Ucrania. «Te necesito»

En 2015, Danil pasó sus primeras vacaciones en casa de Antonella y Francesco por un proyecto de Familias para la Acogida. Cuando estalló la guerra hablaron, y él les preguntó: «¿Puedo ir?»
Paola Bergamini

En 2015, Francesco y Antonella recibieron desde Familias para la Acogida la petición de alojar a niños ucranianos durante los meses de verano dentro del proyecto “Hijos de la esperanza”. Su primogénita está casada, el otro hijo es mayor, había sitio en su casa de Milán… No es que fueran muy jóvenes, pero al final respondieron con sencillez: ¿por qué no? Durante cuatro años, hasta 2019, cuando se cerró el proyecto, Danil estuvo pasando las vacaciones con ellos. El primer verano tenía nueve años, no sabía ni italiano ni inglés. «No fue nada fácil. Lloraba todos los días. Menos mal que estábamos fuera con otras familias que nos ayudaron. Poco a poco empezó a fiarse. Él y también su padre, que llegó a pedirnos que lo bautizáramos», cuenta Antonella. Tras el estallido de la guerra, todos los días se escribían hasta que a primeros de marzo el chaval preguntó: «¿Puedo irme con vosotros?». No era un momento fácil para Antonella y Francesco, que están teniendo problemas de salud, pero no dudaron en decir que sí. Sus amigos les bombardeaban con llamadas, primero para tener noticias del chico y luego para ofrecer todo tipo de ayuda. «Al salir de misa, gente que solo conocemos de vista se acercaba para preguntarnos si necesitábamos algo. Tuvimos que devolver tres cajas de ropa nueva de tanto que recibimos», continúa Francesco.

Después de un viaje rocambolesco de una semana, llegó Danil. En pocos días Francesco y Antonella se dieron cuenta de que su casa había recibido el impacto de un tsunami de bien. «Teníamos construida nuestra zona de confort, podíamos estar tranquilos. Vivir a lo nuestro, navegando entre las dificultades. Danil me puso delante la gran pregunta: ¿para qué vivo?», explica Antonella. «Con su mirada me hacía sentir responsable no solo de su bienestar físico, sino sobre todo del amor que puedo darle, el mismo amor que me constituye a mí. Era como si volvieran a ponerme la vida en mis manos».

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El chico va todos los días a clases de italiano. De la situación de su país habla poquísimo, solo una vez les enseñó un video donde se veía su casa con un tanque en el jardín. No quiere ver las imágenes del telediario, así que la televisión, que antes siempre estaba encendida, ahora está apagada. Un domingo, invitaron a Danil a pasar el día con los bachilleres, con otros chavales de su edad: misa, cantos y cena. Cuando fueron a recogerle estaba radiante. «Que esté en casa me recuerda que no puedo tenerlo todo siempre bajo control. Su presencia me dice constantemente: te necesito. Verlo es como mirarme en el espejo: tiene la misma necesidad que yo de ser feliz», dice Francesco. Danil es un chico de pocas palabras, pero una noche les dijo: «Aquí soy alguien importante».