Irpin, 5 de marzo de 2022. Los habitantes de la ciudad ucraniana debajo del puente derrumbado en la espera de salir del país (©Emilio Morenatti/AP/La Presse)

Ucrania. Lo más humano

El éxodo de Jarkov y las palabras de Irka: «Lo que más miedo me daba los primeros días de guerra era que me dijeras que Dios no existe». En "Huellas" de abril, el relato de Elena Mazzola y de sus chavales de la ONG Emaús

«El padre Aleksandr es un joven párroco en una iglesia ortodoxa de Kherson, la primera ciudad ucraniana conquistada por los rusos. Es amigo mío y casi todos los días hemos hablado por teléfono estas semanas. Por la mañana emite directos por Facebook para contar lo que está viviendo, pero cuando hablamos por la noche me cuenta su dolor y sus miedos». Hablamos con Elena Mazzola, Memor Domini y presidenta de la ONG Emaús de Jarkov. Ha regresado a Italia como refugiada, con sus compañeros y los huérfanos con discapacidad con los que trabaja desde hace cinco años. Consiguieron llegar tras una odisea de más de 48 horas. Hasta la frontera con Eslovaquia iban también con Maxim, Aleksandr y Georgi, tres hombres adultos, pero no les dejaron pasar. Aleksandr es el marido de Anastasia, directora de Emaús, que todavía da el pecho a su pequeño Matvei, de tres meses; Georgi acaba de cumplir dieciocho años, por lo que tiene la edad legal para ir a combatir al frente.

«El padre Aleksandr me dijo una noche: “Hago un montón de cosas para intentar ayudar, pero en mi interior soy incapaz de rezar. ¿Qué clase de cura soy? Me he pasado toda la mañana dando vueltas por la ciudad comprando papel higiénico y pañales… cuando aquí lo que falta es pan”. Yo le respondí: “Padre, es una cuestión de dignidad. Estamos en guerra pero no somos animales. Mañana te mando dinero y compras jabón y espuma de baño, ¡de los caros!”. Se quedó callado un momento y dijo: “¡El pintalabios de don Giussani!”». Resulta extraño oír de labios de un sacerdote ortodoxo de la Ucrania actual la famosa anécdota del fundador de CL. A los chavales que se quejaban porque una mujer pobre se había gastado el dinero que le habían dado en un pintalabios, les dijo que no habían entendido lo que significa compartir porque no aceptaban la necesidad del otro, pues en aquel momento sentirse guapa podía ser su necesidad más real. Y no su esquema moralista.

Elena Mazzola y unas jóvenes de Emáus en la cola hacia la frontera

De la experiencia del movimiento nació Emaús, una caritativa en un orfanato que con el tiempo se convirtió en una organización que intenta ofrecer una casa a jóvenes huérfanos y con discapacidad a los que el Estado post-soviético, cuando cumplen los 18 años, solo ofrece una vida en un hospicio. Elena, que antes de llegar a Ucrania trabajaba en la Academia de las Ciencias de Moscú con Tatiana Kasatkina, está convencida de que lo que la une a estos chavales es su vocación a la virginidad. «Me di cuenta cuando, por primera vez, Irka decidió contarme la historia de su vida. Me dijo que cuando las enfermeras vieron su cuerpo deforme se pusieron de acuerdo con el médico para darla por muerta y escondérsela a su madre. Por eso tiene el certificado de su propia muerte. Años después logró encontrar a su madre, que al poco tiempo cayó enferma y murió. Y se olvidaron de avisarla. Al oír todo esto, le dije: “Irka, ¿es que nunca nadie te ha dicho que tú siempre has sido amada y que eres un regalo?”. Por su reacción de sorpresa intuí que nunca había oído nada parecido. Entonces comprendí que nosotros tenemos algo que los demás no tienen: “Yo soy Tú que me haces”. Ese nivel de autoconciencia, la certeza de ser queridos, amados, que nos permite ver eso mismo en cualquiera».

Sobre este punto, “nadie nace sabiendo”. Elena tuvo que atravesar la soledad para experimentar algo así cuando, unos años después de que se abriera la casa de los Memores en Jarkov, se quedó sola. «Me sentía abatida. Me preguntaba: ¿qué sigo haciendo aquí? Tuve que preguntarme qué era lo que me sostenía en pie. ¿Una comunidad perfecta o una casa que cumpliera con todos los cánones? Por aquel entonces oí decir a Julián Carrón: “Si constatamos que estamos en los brazos del Padre, ¿qué es lo que nos falta para vivir?”. Y yo lo constaté en mi propia experiencia, con toda la precariedad y falta de estructuras que había en plena pandemia».

Pero en Irka y las demás chicas de Emaús arraigó la sospecha de que todos pueden traicionarte y la convicción de que nada dura para siempre. Cada una de ellas es un mundo lleno de dolor. «Ya han vivido su propia guerra. Ya han experimentado una violencia total en su propia piel», continúa Elena. Tanto que la propia Irina, cuando ya en enero empezaron a pensar en Emaús cuál era la mejor manera de ponerlas a salvo, le dijo: «Da igual, porque al final volverás a Italia y nos dejarás aquí». Pero no ha sido así. Elena y sus colaboradores han hecho todo lo posible para proteger a estas ciudadanas ucranianas que se encuentran entre los más indefensos de los indefensos. Cuando las tropas de Putin dieron comienzo a la ocupación (y Jarkov enseguida estuvo entre sus objetivos), la mayoría de los jóvenes de Emaús ya no estaba en la ciudad. Algunos ya estaban en Italia, mientras otros estaban con Elena en Leópolis.

Unos días después de salir de Ucrania, Irka confesó a Elena que «lo que más miedo me daba los primeros días de guerra era que me dijeras que Dios no existe». «Entonces comprendí –cuenta Elena– que había alcanzado la certeza de que era amada, y no solo por mí. En plena guerra, lo que más le aterraba es que nosotros perdiéramos la fe».

En medio de una incertidumbre total antes de que estallara el conflicto, lo que le permitió a Elena y al personal de Emaús tomar la iniciativa a tiempo y poner a sus chavales a salvo fue la mirada amorosa que nace de la fe. «Es algo que te hace más inteligente a la hora de leer los datos de la realidad. Prudencia y realismo han sido nuestras estrellas guía. Incluso en un momento en que la invasión rusa solo parecía el peor escenario, pero el menos probable».

Su teléfono no deja de recibir estos días mensajes de conocidos ucranianos pidiendo ayuda. Una de las primeras fue su asistenta, que ya se ha unido a ella. Anastasia, entre una toma y otra, no se separa del ordenador, donde organiza continuamente autobuses que salen hacia la frontera.

LEE TAMBIÉN- La paz de Francisco

Las llamadas y mensajes llegan también de gente dispuesta a acoger. «Es impresionante la disponibilidad que estoy viendo, una auténtica predisposición cristiana a la acogida, pero a veces corremos el riesgo de relacionarnos de manera abstracta porque la gente que llega está gravemente herida, aunque no se vea a primera vista. Hay que estar atentos a la persona real, concreta, mirarla y escucharla. Como diría el Papa, hay que descentrarse, no tener miedo a sufrir y llorar con ellos. Para mí, vale la pena». Lo que se recibe es aprender a «amar gratis, y eso es lo único que nos cumple. Aprender a amar como ama Cristo. Cuanto más inteligente eres, más entiendes, eres más humano». Más humano, ¿en qué sentido? «Para mí, estos días es importante no engañarse, fingiendo que todo va bien. Estoy viendo hechos preciosos. La gente que nos acoge y que vive con nosotros es un milagro en el sentido más concreto del término. Las tres chicas que salieron del orfanato el pasado mes de octubre y que ahora están aquí nunca habían estado fuera de la institución y han conocido Jarkov con nosotros… no sabían nada del mundo. Veo que son queridas, que son un don para nosotros y para el mundo, y me pregunto: ¿por qué justo ellas? Son realmente preferidas por Dios. Pero tampoco puedo ocultar que me siento mal. Para mí, tanta violencia resulta insoportable. Hemos tenido que huir sin poder llevarnos nada y están destruyendo nuestras casas. Muchos amigos y conocidos están viviendo bajo el terror de las bombas. Mi amigo Maxim tiene a sus padres y a un hijo en Mariúpol y durante más de diez días ni siquiera sabía si estaban vivos. Siento en mi interior un ímpetu violento de rebelión y rabia. Pero también es una ocasión para profundizar en la experiencia de Cristo, que murió en la cruz por mí. Quiero aprovechar este dolor para aprender a amar como ama Él, para llevar todo este dolor como lo lleva Él, porque esto introduce algo nuevo en el mundo. Algo muy real pero a la vez totalmente opuesto a la fuerza de la guerra. Entonces entiendo que la virginidad no es que “tú ames y des gratuitamente”, sino que es algo que nace de aceptar el drama y la soledad, míos y de los que me rodean. Y de reconocer, una y otra vez, Quién responde a este drama. Veo que esto abre a cosas inmensas».