Almaty (Unsplash/Esten Erbol)

Kazajistán. Llevar a Dios “dentro”

Otra historia de un país golpeado, a principios de año, por el caos, con muertos y heridos por una crisis económica. Una mujer musulmana apasionada por la cocina y un encuentro que la lleva a abrir un horno de pan...
Lucia Beltrami

Hay un hecho, un rostro mediante el cual Dios responde a la pregunta que más me apremia desde enero. Después de volver a la normalidad, después de la violencia y el estado de emergencia, ahora serpentea una falta de esperanza, un vacío, un olvido, tan mortales como las balas. ¿Dónde se funda mi esperanza? ¿Y qué testimonio doy yo de algo que sea capaz de abrazar con amor y con verdad a toda la gente de mi país?

Soy profesora de italiano. Aruzhamal es una de mis alumnas, es kazaja y de tradición musulmana. Tiene cuarenta años, está casada y es madre de tres hijos. Ella es la pequeña de cuatro hermanos y según la cultura kazaja, el hermano menor tiene la obligación de atender a toda su familia: padres, suegros, hermanos mayores, aparte de su marido y sus hijos. Como tiene un gran talento en la cocina, siempre le piden que se encargue de todo en todas las ocasiones. La conocí porque su pasión por la cocina la llevó hasta mí porque quería aprender italiano para entender los videos de cocineros italianos en YouTube.

Aruzhamal siempre me ha llamado la atención por su sencillez, su positividad, su disponibilidad para servir a todos sin quejarse. Pero un día, hace dos años, llegó que parecía otra… demacrada y triste. Estaba pasando por un momento de profunda crisis, personal y con su marido, se sentía incapaz de mirarle, todo le hacía daño y le ofendía. Me decía: «Tengo la sensación de haberlo hecho todo mal en la vida, de haberme equivocado. Siempre he servido a todos con amor, ¿pero quién me ama a mí realmente? Dar, dar, dar, ¡y sentirse tan vacía! Después de una discusión muy dura con mi marido, me siento triste y muy enfadada con él. Los kazajos musulmanes creemos que cuando dejas entrar un mal pensamiento, albergas un espíritu malvado y empiezan las desgracias. Así es como me siento. Toda mi familia dice que es culpa mía, que soy una exagerada. ¿Es imposible lo que deseo, ser feliz y sentirme amada de verdad?».

Lucia dando clase

Mientras la escuchaba, pedía al Espíritu que se hiciera presente mediante la Virgen. Le dije: «¿Y si esta tristeza no fuera un mal pensamiento? ¿Y si fuera un don del Altísimo? ¿Acaso el Creador omnipotente no nos ama y nos dona continuamente, pues en este instante no nos hacemos nosotros mismos? ¿No será tu capacidad para servir, cocinar y dar –algo que siempre te he visto hacer con alegría y positividad– lo que hace que tu corazón se parezca al de Dios? Tu marido se ha equivocado, sí, ¿pero ese error tiene el poder de destruir todo lo que ha habido? Cuando todos los demás se oponían a tu viaje a Italia, él fue el único que te apoyó para cumplir tu sueño. ¿Sabes? Yo también quiero ser feliz y amada. Vamos a desearlo juntas y ya veremos cómo nos responde el Altísimo».

Nos dimos un abrazo y nos despedimos porque tenía que irme a dar clase. Al día siguiente, cuando estaba en el aula, alguien abrió la puerta de repente. Era ella, con una cara resplandeciente, pidiéndome que saliera un minuto. Salí y me abrazó con fuerza, dándome las gracias con estas palabras: «Ayer, nada más entrar en casa, corrí a abrazar a mi marido porque ya no había rabia en mí. Se quedó tan asombrado que por fin pudimos hablar de lo que pasó aquel día, de mí, de nosotros. El Altísimo respondió enseguida… a través de ti. ¿Sabes por qué? Porque eres católica y los católicos viven como tú, con una mano tocando a Dios y con la otra tocando al hombre, pero profundamente». «Para nosotros, Dios está allí», dijo señalando con las manos hacia arriba, «¡para vosotros está aquí dentro!», dijo señalando hacia abajo.

Desde entonces no ha parado. Nunca había trabajado fuera de casa y se apuntó a un máster para pequeñas y medianas empresas. Al terminarlo con éxito, escribió y presentó al menos dos proyectos al Gobierno para obtener financiación para abrir una cafetería con taller de panadería donde prepara pasta para platos salados y dulces. Además de venta directa desde su negocio, también da servicio a algunos supermercados.

Poco antes de que comenzaran las protestas de enero, por fin pude ir a verla. Es un sitio realmente bonito, con las paredes de colores y murales. También trabajan allí sus hijos, una en el mostrador y el otro en el reparto. Pero la que más trabaja es ella, y es una revolución porque en la mentalidad kazaja si eres el jefe no tienes que hacer nada, solo mandar trabajar a los demás. Hasta el nombre que ha elegido es toda una declaración: “Pasta bella”. Cuando le pregunté por qué había querido llamarlo así me dijo que había visto tanta belleza en Italia y en nuestro centro que se había dado cuenta de que, si yo no hubiera tomado en serio su deseo, ella nunca habría llegado hasta allí. Quería ofrecer un lugar hermoso y productos de calidad, para poder mostrar a otros lo que nosotros habíamos sido para ella. En medio del caos de enero, mantuvo abierta la actividad y se puso a hacer pan durante esos días, en los que tanta falta hacía. Le pregunté por qué lo hacía y si no tenía miedo, y me respondió: «Hace falta pan y haciéndolo respondo a lo que sucede… Igual que tú, igual que vosotros, llevo a Dios dentro. Mi país no es violencia y saqueos, sino pan bueno».

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Así es como Dios responde a mi pregunta. La esperanza es “Dios dentro”: despertarse, estudiar, dar clase, estar con la gente, desde el taxista hasta el alumno, preparar la comida mendigando la presencia de Cristo… Dios dentro, también en medio de la violencia y del olvido, con una vida nueva que florece por Su gracia y por nuestro sí dicho con sencillez.