Almaty (Unsplash/Alexander Serzhantov).

Kazajistán. «Lo que me salva a mí, y a todos»

Este año empezó en Almaty y en otras ciudades con protestas por la subida de precios y con la declaración del estado de emergencia. Más de doscientos muertos y miles de heridos. ¿Cómo mantenerse en pie delante de todo esto?
Silvia Galbiati*

¿Qué implica para mí vivir la responsabilidad personal del carisma en las circunstancias de la vida? Cada vez más, especialmente desde las protestas de principios de año, en un tiempo tan difícil y confuso, se abre paso en mí un juicio que ya escribía nuestro amigo Andrea Aziani en una carta: «Lo que hace falta es nuestra compañía vocacional. ¿Por quién? Por nosotros mismos, por nuestros amigos, por nuestros enemigos y por el mundo».

Día tras día veo que, incluso en las situaciones más complicadas e inesperadas, puedo estar en pie, puedo vivir y estar delante de todo llena de gratitud por haber sido conquistada por Dios dentro de una historia particular, que empezó hace muchos años y que llega hasta hoy. Llena de gratitud y conmoción por los hombres. Esta conciencia de haber sido elegida es tan definitiva para mí que es lo único de lo que puedo partir en la realidad, no como un esfuerzo, sino por naturaleza, volviendo a darme cuenta continuamente de que lo que me salva a mí es lo que salva a quien tengo al lado, a mis amigos y enemigos, al mundo entero.

En los días de más caos en Almaty, me impactó un hecho sencillísimo. Dos jóvenes tayikos venden fruta y verdura en una tienda cerca del centro. Trabajan en una situación totalmente precaria para mantener a sus familias en Tayikistán. Durante los enfrentamientos casi todo estaba cerrado y era difícil encontrar comida, medicinas y pañales. Con dos compañeros intenté tratar de entender cómo comprar algunas cosas para las familias a las que atendemos, nos preocupaba mucho porque no quedaban existencias. Preguntamos a estos chicos si podían conseguir patatas. Pasé al día siguiente pero no vi patatas, y la gente en la fila me decía que se habían acabado, pero uno de ellos me llamó aparte para decirme que me las había guardado. Me conmovió.

Pagué sin pensar y no esperé la vuelta. Cuando se dio cuenta, me llamó para darme el dinero. Todavía tenía presente la violencia que había visto esa mañana en la ciudad, cerca del centro, con tiendas, supermercados y farmacias destruidos y saqueados, semáforos derribados y coches quemados. Con todas esas imágenes en la cabeza, el detalle de aquellos chicos sin querer aprovecharse de la situación me conmovió muchísimo, porque mantenían su humanidad intacta a pesar de las circunstancias. Su gesto me dio una gran paz y, asombrada, me dije: mira a lo que ha llevado una relación tan sencilla todos estos años, cómo se contagia el bien. La justicia no nace de la revolución, sino de un bien que lo invade todo y a todos. Este pequeño detalle cambió mi manera de vivir esos días, que estuvieron llenos de angustia por no poder responder a todas las necesidades, pero también estuvieron llenos de la posibilidad de decir siempre sí, haciendo todo lo posible y pidiendo ayuda a Aquel que lo puede todo y a los amigos que como yo viven de ese amor que todos buscan y desean. Mi tarea no consiste en cambiar el mundo, en hacer que triunfe la justicia, sino en vivir de lo que he encontrado y, así, afrontar la realidad que se me da. Dentro de un designio que es más grande que el mío, con el tiempo, se construye la paz y la justicia.

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Cuando la situación se calmó un poco, la gente todavía estaba asustada, seguía habiendo enfrentamientos en la calle, con el ejército haciendo controles y los colegios cerrados. Pero nuestra gente quería que reabriéramos cuanto antes nuestro centro (para niños con discapacidad, ndr), como si para volver a empezar en medio de una situación inestable que da miedo, fuera necesario este lugar, fuera necesario vernos y estar juntos. No puedo dar a los que me encuentro nada menos que esto que me conquista y me salva. ¿Cómo? Reconociéndolo cada vez más y haciendo lo que debo hacer, respondiendo a la realidad concreta que Dios elige para mí.

Directora de la ONG Masp