Refugiados ucranianos en Polonia (@Gabriel Pietka)

Polonia. «Como tener a Dios en casa»

Celina acaba de jubilarse y ahora entiende por qué en su juventud tuvo que estudiar ruso. Anna y su marido han abierto su casa a cinco desconocidos con los que ha aprendido el valor de su tiempo y de su dinero

En marzo me jubilé. Antes me preguntaba qué haría cuando llegase ese momento, pero la vida me ha enseñado a no preocuparme excesivamente. Como dice un proverbio nuestro, «no te preocupes por el futuro, porque Dios ya está allí».
Las circunstancias no dependen de nosotros, nos vienen dadas. Solo debemos acogerlas. Después de estos terribles años de pandemia, ¿acaso podíamos esperar que la guerra llegara a nuestras fronteras? Me preguntaba qué podría hacer en esta situación y empecé a buscar por internet toda la información relativa a Ucrania. Pero, para poder tocar las dimensiones reales del sufrimiento, quise ir hasta la estación. Ver a la gente exhausta y hambrienta, después de haber perdido todo lo que tenían, me hizo ver que lo primero que podíamos ofrecerles era parte de nuestro corazón. Para mí y para mi familia ha sido algo normal ofrecer sitio en nuestra casa y así nuestra familia ha crecido en dos personas: una abuela y un nieto de trece años.
En nuestra juventud, hace más de treinta años, tuvimos que estudiar ruso. Entonces nos preguntábamos por qué, y ahora descubrimos la utilidad de esa lengua para comunicarnos con los ucranianos. Cuando me jubilé, uno de mis sueños era retomar los idiomas, pero no esperaba aprender también ucraniano. Y es que somos del Señor, todo en todos. En Él reside nuestra esperanza.
Celina, Cracovia


Nuestro mundo ya no es seguro, estable ni previsible. Ante el estallido de la violencia, mi primera reacción fue rezar. No como gesto piadoso, sino como ocasión de relación con el fundamento ontológico del mundo, de la historia y de todo ser humano. Mientras rezaba: «Creo en un solo Dios, Padre Omnipotente, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible», estas palabras me devolvieron enseguida la paz. Él es el Señor de todo, la vida y la muerte le pertenecen, ningún hombre es un peón de ajedrez en manos del poderoso. Cada momento tiene sentido en relación con Él. Esta certeza es más grande que el miedo, aun en las pesadillas recurrentes de una explosión nuclear.
Cuando estoy delante de mis alumnos, me preguntan por qué estudiar análisis financiero cuando hay una guerra. Ahora empiezo todas mis clases con esta pregunta. Y comparto con ellos la certeza de que este momento no es solo una “prueba” sino una oportunidad para llegar a ser más humanos. Para profundizar en nuestras preguntas en busca de respuestas.
Estoy descubriendo que la realidad, tal como es, es mi vocación. Las necesidades de la gente son enormes y radicales. Muchos acogen a refugiados en sus casas, y dicen que tienen miedo. Ante este desafío, pienso en la letra de la canción Lasciati fare (Déjate hacer, ndt.) de Claudio Chieffo. La certeza del amor de Cristo por mí es más grande que el miedo. Por eso, cuando nos llamaron buscando alojamiento para una familia de cinco personas durante unos días, aceptamos. Nuestro mayor deseo era acogerlos como hermanos. Un proverbio polaco dice que «tener un huésped en casa es como tener a Dios en casa». Les preparé camas, un baño, toallas, comida, deseando que se sintieran tratados como amigos queridos. Pasamos juntos cinco días, luego se fueron a un apartamento que les han donado. Con ellos he aprendido que cada persona es ante todo un bien, un don. Este tiempo extraordinario ha sido una verdadera gracia para mí. He recuperado el valor de mi tiempo, que no es solo para trabajar sino que está a disposición del Señor, que puede pedirme que lo emplee esperando al médico o haciendo la colada. También he aprendido el valor de mis ahorros. Ahora que sirven para ayudar a gente que tiene hambre o no tiene hogar, valen cien veces más. La relación con nuestros nuevos amigos no acaba aquí. Nuestra amistad empezó en circunstancias trágicas, pero sé que durará toda la vida, incluso cuando por fin llegue la paz. Aunque la paz ya ha llegado hasta mí, que espero el día de mañana pidiendo a Jesús que me permita hacer Su voluntad.
Anna, Cracovia