La Colecta "permanente" en Guado Tadino (Foto: Paolo Perego)

Repartiendo alimentos todo el año

El 27 de noviembre se celebra la XXV Jornada de recogida de alimentos, el sueño del “fondo común” de los italianos. Una visita a Gualdo Tadino, donde la necesidad mueve mucho. Porque «no todo es negro»
Paolo Perego

Un año pasado debido a la pandemia. Al menos en su formato más clásico. El año pasado no había voluntarios para recoger alimentos en los supermercados, fueron sustituidos por vales de compra que se podían adquirir en las caras, las llamadas charitycard (tarjetas de caridad, ndt.), que también estarán disponibles este año, en la edición número 25 de la Jornada Nacional de Recogida de Alimentos, pero también volverán los equipos del peto amarillo para llenar bolsas de comida en miles de supermercados italianos. Claramente, cumpliendo con todas las prescripciones anti-Covid.

La primera edición fue en 1997. «Ha nacido el “fondo común” de los italianos», dijo don Giussani al ver la movilización de tanta gente, diez años después del nacimiento del Banco de Alimentos, que nació con el sueño de que de toda esa actividad de recuperación y redistribución de excedente alimentario pudiera nacer una dimensión educativa para todo el pueblo. Hoy la jornada de recogida de alimentos es solo la parte más visible de todo lo que hace el Banco, pues los alimentos recogidos ese día –según marca la tradición, el último sábado de noviembre– se reparten inmediatamente y se agotan en pocos días. Hablamos de menos del 10% de toda la comida que el Banco recoge cada año en empresas e instituciones con las que atiende a más de 7.500 asociaciones y organizaciones que asisten más de un millón y medio de pobres en todo el país. Un dato que creció durante el confinamiento.

Pero estos meses, junto a la pobreza, también ha aumentado la solidaridad. De hecho, en algunos casos ha sido arrollador. Visitamos Gualdo Tadino, en Umbria, donde aquel sueño de don Giussani tomó carne movilizando a una ciudad y convirtiéndose en algo duradero y muy participativo. Para contarlo hay que partir del Banco de Solidaridad (BdS) que lleva varios años trabajando en la ciudad y alrededores. Es una de esas obras que hay entre los “miles de brazos” que se extienden por toda Italia llevando a casa de quien lo necesita pasta, aceite, leche, legumbres, y que se nutre a su vez del Banco de Alimentos. «Nuestra historia empieza en 1997, con una serie de terremotos que golpeó varias veces la región», explica Giuseppe “Peppe” Ascani, empleado público que se encarga del BdS con varios amigos. El peor seísmo llegó en abril de 1998. «El Banco de Alimentos intervino enseguida para apoyar a miles de desplazados y nosotros echábamos una mano». Después de la emergencia, la ayuda a los más necesitados continuó adoptando la forma del BdS en 2011.
Junto a Peppe, para gestionar el pequeño almacén y repartir las cajas a los pobres, están Bruno, militar; Mauro, empresario de la cerámica; otro Mauro y Francesco, ambos jubilados. «Después del terremoto, con la reconstrucción, la economía volvió a funcionar. Aunque tal vez un poco “drogada” por tantos fondos». El gran sector industrial –casi 5.000 personas de los 15.000 habitantes trabajan en el sector de la cerámica y en la fábrica de electrodomésticos Merloni– empezó a entrar en crisis en los primeros años dos mil, con cierres y regulaciones de empleo. «Los problemas volvieron a dejarse notar, y todavía se notan», cuenta Bruno. «Con la ayuda del Banco de Alimentos, siempre hemos atendido, dentro de nuestras capacidades, a unos treinta núcleos familiares. Luego llegó la pandemia y nos encontramos con algo extraordinario. Toda la ciudad se movilizó para echar una mano y atender a la gente, cada vez más numerosa, que tenía dificultades. Llegamos a atender a unas ochenta familias». Instituciones y asociaciones que hacían donaciones, gente que llamaba a los amigos del BdS para que recogieran «algún paquete de pasta y otras cosas que hemos comprado de más»… Por su trabajo, Bruno salía durante el toque de queda y se encontraba con situaciones complicadas. «No podía quedarme indiferente, así que cuando volvía a casa, ya sin uniforme, publicaba un video en Facebook: “Hay una persona que tiene este problema, se necesita esto o lo otro”». En algunos supermercados se instaló de manera permanente un carro de la compra para recoger comida.



«Con la pandemia nos encontramos con mucha gente que tenía problemas para hacer la compra», recuerda Maximiliano, dueño de un pequeño supermercado en el centro, «pero el carro del Banco siempre estaba lleno, y lo sigue estando». Se convirtió en una recogida fija, con dos carros a la semana en la época más difícil. Y él, en su tienda de barrio, entre confidencias y algún que otro “ya te pagaré”, hacía su parte con algunos que sabía que tenían problemas, pues desde su mostrador logra conocer bastante bien el bolsillo de sus clientes. Jessica, una de sus empleadas, valora muchísimo ese carro colocado en la entrada, aún hoy, cuando la emergencia ha amainado. ¿Por qué? «Porque hace unos años la necesitada era yo y mi familia recibió ayuda. Es una manera de que la gente pueda seguir ayudando a los que lo necesitan». Su hermano, en otro supermercado, ha colaborado en la creación de una recogida de frescos después de ver gente buscando en los contenedores de basura. En la periferia de la ciudad, Elio tiene una tienda en un centro comercial, donde ese carro de la compra también se ha convertido en una institución. «Sé lo que es pasar hambre. Hasta los doce años la había en mi casa. A principios de los ochenta, mi padre puso en pie un negocio de fruta y verdura en pocos metros cuadrados. Yo también me metí y ahora se ha convertido en mi vida». Cuando Bruno o Peppe llaman con una necesidad particular, «siempre se encuentra alguna manera de llenar ese carro dedicado al Bds, nunca falta gente que siga comprando un poco más de lo que se lleva a casa», afirma Elio.

El señor Luigi, por ejemplo, profesor jubilado de Tecnología, que acaba de hacer la compra. Él y su mujer ayudaban a dos ancianas de su vecindad. «Comida, ropa… Luego murieron. ¿A quién podíamos ayudar?». Peppe era un viejo conocido, padre de un antiguo alumno. Encontrárselo por la calle es bastante fácil, pues por aquí todos se conocen. «El profesor nunca deja de hacernos algo de compra regularmente», cuenta Peppe después de despedirse de él. Daniela también ha llamado varias veces a Bruno para entregarle comida que había comprado de sobra. Tiene un hijo con discapacidad y su marido, que es comercial, se quedó sin trabajo durante la pandemia. «Cumplíamos los parámetros para recibir comida del Ayuntamiento. Y nos quedábamos con una parte, pero no dejamos de comprar algo para los demás necesitados». Luego están las madres del colegio, de las que habla Barbara. «En pleno confinamiento, estaba comiendo con mi marido y le pregunté: “¿Tú crees que todo el mundo come?”. Él llamó enseguida a su compañero Bruno: “Claro que hace falta ayuda”. WhatsApp y grupos de amigos hicieron el resto. Haciendo algo más de compra y recogiéndola, ha nacido con algunos una amistad sorprendente».

Un grupo de forofos de la quiniela donó el premio que habían ganado con su apuesta. El club local de los Lions también aportó una cifra considerable en vales. «La relación con el BdS no es nueva para nosotros, ya es de hace años», declara Andrea Angeletti, presidente del grupo. «Nuestro lema es “A tu servicio”. El bien común está en el ADN de nuestra asociación». Y de esta población en general, según cuenta sor Maria Pamela, monja agustina del Niño Jesús, que con una decena de hermanas saca adelante la casa que alberga históricamente una escuela infantil y de primaria. «Todas nos contagiamos de Covid. Yo acabé en el hospital. Pero la ciudad se preocupó por nosotras y nos acompañó mediante los amigos del BdS, no nos dejaron solas». Encerradas en el centro, «a nuestra manera estuvimos presentes con velas encendidas en las ventanas para no dejar de dar esperanza a todos». Aún convaleciente, dos días después de volver a casa, sor Maria Pamela reabrió la escuela «y volvimos a atender a la docena de familias necesitadas que conocemos. La ayuda de la ciudad nos ayudó y nos ayuda a ayudar».

Ayudar a ayudar, en el fondo, también ha sido la opción del Ayuntamiento de Gualdo. «Porque funciona mejor cuando apoyar a quien es mejor que tú a la hora de responder a las necesidades de la población», concluye el alcalde, Massimiliano Presciutti. Durante la emergencia, el Ayuntamiento emitió vales de compra para personas necesitadas. «Podía hacer un bando, publicar una lista de requisitos para acceder a ello… En definitiva, poner en marcha otra maquinaria burocrática que acabaría siendo lenta y poco eficaz», cuenta. «Pero ya conocíamos la actividad del Banco, conocíamos a la gente que lo hacía y cómo lo hacía. Así que les confiamos la tarea de gestionar todo esto». No a ciegas, ni sin controlar de manera certificada la lista de beneficiarios, pero de hecho fue una opción política a contracorriente. «Depende de qué es lo que más te preocupa y de quién tienes delante. ¿Es un riesgo? Sin duda. Pero, aparte de conocer las entidades en las que confío, si no arriesgara nunca llegaría ser un buen administrador». Tal vez en un contexto así sea más sencillo, añade, pero no se da por descontado al escuchar el diálogo que tiene con Mauro y Peppe, lleno de nombres y apellidos, de situaciones particulares que conoce al detalle, sin ocultar su malestar por no lograr siempre resolverlo todo como querría. «Como la crisis del sector industrial, con pocas posibilidades para los jóvenes… No es fácil».

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Ellos también lo saben muy bien, un puñado de antiguos trabajadores de la fábrica Merloni. Luciano, 58 años, se encargaba del almacén. Desde hace tiempo, igual que sus compañeros, está afectado por una regulación de empleo. «Es frustrante. Pero durante la pandemia sentíamos la necesidad de hacer algo. En el fondo, aunque fuera poco, algo llevábamos a casa». No hizo falta mucho: una propuesta y el boca a boca. Muchos donaron parte de sus ingresos al BdS «para hacerles saber que nosotros también estábamos ahí». Y por dignidad, que sigue latiendo fuerte a pesar de no poder trabajar. «Por cultura, por afecto a nuestra tierra». El futuro no es color de rosa y en mayo se acabarán los últimos pagos. ¿Y entonces? Menea la cabeza: «No lo sé, pero la vida es ahora».

En el almacén del Banco, un local concedido gratuitamente por el Ayuntamiento, preparan una caja de alimentos. «Es para Carlo», explica Peppe. Tiene 65 años y Mauro lo recuerda entre las naves de la fábrica, uno de los primeros que contribuyó a ponerla en pie. «Un trozo de queso… Pon algo de carne. ¿Has metido la pasta? Fíjate en que son dos, también está su mujer». Van retirando de las estanterías lo que hace falta. «Antes solo nos abastecía el Banco de Alimentos. De hecho, la única participación de la gente venía de la recogida anual. Hoy el BdS también consigue atender a los pobres con la ayuda de la ciudad». La caja está preparada. Carlo vive en la colina que se ve enfrente de Gualdo. Lleva tiempo sin pagar el alquiler y los propietarios han decidido vender. «No sé dónde iré», dice. Nos recibe en casa con su nieto y su nuera, entre perros y gatos. Dejan la caja en la silla. Es importante. De hecho, es vital. Pero también lo es poder compartir sus problemas con alguien. Las facturas, la puntuación para acceder a un piso de protección, los 160 euros de la renta mínima que ya no reciben y que «no sabes lo que es no poder comprarle una chuchería mi nieto». Menos mal que está Peppe y el Banco. «Solo tengo esto. Todo lo demás es negro». «No, Carlo. No todo es negro, ¿ves esa caja? No es solo comida… Es el abrazo de una ciudad entera». De todo un pueblo.