(Foto: Matteo Jorjoson/Unplash)

Milán. «Aquí cada uno es un mundo»

La asociación San Martino cumple treinta años dedicándose a la integración de extranjeros. Hombres y mujeres que llegan buscando una vida mejor o para estudiar. Vamos a conocerlos
Paola Ronconi

Ante la palabra “inmigración”, enseguida pensamos en las imágenes de cuerpos amontonados en pateras precarias a lo largo de nuestras costas. Gente desesperada hasta el punto de arriesgar su vida y la de sus seres queridos en busca de una vida mejor. Va por oleadas. Periódicamente, sus historias vuelven a los informativos (demasiado a menudo de manera trágica). Porque muchos mueren en el intento, porque llegan más de los que se pueden acoger.

En la asociación San Martino de Milán lo dicen sin medias tintas. «Las pateras solo son la punta del iceberg de un fenómeno mucho más grande. Las cifras reales ilustran otro tipo de inmigración», más silencioso pero no menos dramático. Mario Porcelli es un directivo jubilado que desde hace cuatro años es el administrador único de la asociación, «y aún no he terminado de entender de qué hablamos cuando hablamos de inmigración».

San Martino nació hace 30 años «en una fase aguda de oleadas migratorias que llegaban a la capital lombarda, para atender a los extranjeros en el proceso de integración», donde sus necesidades pasan por encontrar una casa, un trabajo, un médico. Aparte de los que huyen de sus países, de los clandestinos, de los que se albergan en casas de acogida, también estamos hablando de los que cuidan a nuestros ancianos o de jóvenes que vemos en las zonas universitarias y que hablan varias lenguas porque vienen de los países más dispares. Te puedes encontrar con ellos donde menos te lo esperes: en el dentista, con su impecable bata blanca, en un estudio de proyectos de vanguardia… y no puedes evitar una leve sorpresa porque seguimos sin acostumbrarnos a que los extranjeros ocupen puestos de cierto nivel. «No hacemos acogida, apoyamos al extranjero que busca trabajo y le guiamos con el follón burocrático de permisos de residencia, reunificación familiar, permiso de ciudadanía», explica Porcelli.

En el video conmemorativo de los 30 años de la asociación (que cumplieron en 2019), Michael cuenta que llegó de la India con un título de enfermero y quería que su mujer también se trasladara con él a Italia. «Muchos me decían que el procedimiento era largo, casi imposible, que nunca se emitían los documentos correctamente a la primera». Estaba a punto de rendirse. «Luego conocí a la gente de San Martino y fue como un oasis en medio del desierto. En siete meses mi mujer ya estaba aquí».
Sylvie viene de Camerún. Conoció la asociación mediante el ayuntamiento de Milán. «Me ayudaron con el permiso de residencia y ahora trabajo con ancianos. En mi país los cuidamos en casa y yo les atiendo como si fueran mi familia. La San Martino también es como una familia para mí», gracias a sus empleados y a los voluntarios que le regalan su tiempo.



Son centenares los que se han implicado en la aventura de esta asociación y no la han dejado nunca, porque si bien es cierto que «la integración no es un proceso automático, también es verdad que no basta con afrontar los procedimientos, es fundamental un encuentro humano si queremos que la llegada de personas de otros países sea un hecho positivo que nos enriquezca a todos». Lo afirma Marina Levi, corazón histórico de esta asociación y auténtica experta en la jungla legal italiana en esta materia. Por eso dice que «nunca dejo de estudiar», porque la normativa cambia continuamente. «El proceso migratorio presupone una decisión firme por parte de los que llegan a nuestro país. Es un camino en el que hay muchos sujetos e instituciones implicados. Nuestro papel consiste en dialogar con varios sujetos: las instituciones, la familia del inmigrante, el empleado altamente cualificado, el estudiante que necesita encontrar trabajo, las empresas que quieren contratarlos pero necesitan garantías y ciertos requisitos». Sin duda, ante un extranjero que quiere vivir y trabajar en otro país siempre se puede decir: que entre, ya se las arreglará. Pero Porcelli insiste en que «esto tiene un coste, para él y para el país que lo acoge». En cambio, aclara Marina, mientras «trabaja de manera legal, consigue traer a su familia, ya sea su esposa o su padre enfermo, y tiene una situación afectiva estable, se esfuerza por aprender el idioma y quiere esto también para sus hijos, es decir, se preocupa por su educación y por sus amistades, entonces su presencia aquí, su trabajo, contribuye al bien de todos, a la sostenibilidad del país». De hecho, conquistar todo esto con mucho esfuerzo tiene un valor social que el país acogedor también debe atesorar.

Uno de los principales ámbitos de trabajo actualmente en San Martino es la selección y búsqueda de cuidadores, ofreciendo un servicio tanto a los que buscan trabajo como a los que necesitan una persona cuidadora. Son más de un millón y la mitad trabajan en negro. ¿Qué suele pasar? «Las mujeres que llegan en avión de un país del este de Europa pasan unos días juntas pero enseguida encuentran trabajo (la oferta es altísima) y la mayoría de las veces conviven con la persona que cuidan. ¿Con quién se integran? Con el anciano, si la cosa va bien, con sus familiares, porque no conocen el idioma ni las reglas básicas de nuestro país. Pero eso no basta. Al primer problema que aparece, estallan. Además, ese hijo que han dejado en su país con su familia quiere venir y estar con su madre. ¿Podría encontrar un trabajo a media jornada para ocuparse de él? ¿Dónde pueden vivir? ¿Y cómo insertamos al chaval en un colegio si no conoce el idioma? Y si no va a clase, ¿con quién va a pasar su tiempo?».



Marina continúa: «¿Usted metería en su casa a una persona sin papeles, sin saber ni una palabra de nuestro idioma, con poca (o ninguna) experiencia para cuidar a su padre?». La respuesta obviamente es no. Tal vez, lo más interesante del trabajo de San Martino es hacer que el inmigrante tome conciencia de que hay ciertas condiciones sine qua non que respetar. «Hay que estudiar, sobre todo el idioma, hay leyes que tienen que conocer y competencias que nunca se acaban de adquirir. Por eso organizamos un curso muy breve con médicos voluntarios que les enseñan cómo mover un cuerpo frágil, cómo alimentarlo, cómo cuidarlo. Hoy la edad media es mucho más alta que hace treinta años y han aparecido nuevas enfermedades que hay que saber afrontar, como el Alzheimer, por ejemplo». Además, en estos cursos cada uno cuenta su historia y a veces te enteras de que a una de ellas le gustaría poder traer a su padre enfermo de Ucrania, o que se le ha caducado el permiso de residencia, o que su marido ha perdido el trabajo y están pasando por una situación crítica. «Yo te ayudo a ir dando los pasos necesarios», prosigue Marina. «A veces no llegas a la fase aguda de una situación que luego corre el riesgo de estallar, cono los daños que puede generar tanto al cuidador como a la persona cuidada». La integración pasa por ahí. Si además añadimos que ir a la comisaría con los documentos necesarios y respetando los plazos evita tener que volver más veces, perdiendo tu tiempo y el de los demás, se puede entender por qué la San Martino es conocida y valorada en muchas oficinas públicas de Milán.

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Otro ámbito es el de los estudiantes. «Si no fuera por los extranjeros, nuestras universidades correrían el riesgo de colapsar por la caída demográfica. Estamos en un mundo globalizado en el que se invierten grandes cifras, pero luego se pierde ese dinero porque resulta muy complicado pasar del estatus de estudiante al de trabajador. Sencillamente, la gente se deprime y se marcha». Por eso desde hace unos años San Martino colabora con la Universidad Humanitas y con el máster del Politécnico de Milán, donde se han dado cuenta de que los estudiantes extranjeros suponen una inversión y les ofrece apoyo en procedimientos legales como el permiso de residencia o la orientación laboral.

Pero el fracaso también forma parte de este acompañamiento. Hay casos en que Marina ha llegado a decir a su pesar: «Tienes que volver a casa». «Es dramático porque a esa persona que te has encontrado Dios la ha puesto en tu camino, pero la realidad te muestra que no es posible seguir el camino de la inmigración. No es realista animar a un chaval a quedarse si no tiene papeles o duerme en un banco a la intemperie. Sin duda se habrá endeudado para poder llegar hasta aquí y tendrá una situación familiar complicada en su país, pero es bueno acompañarle y ayudarle a tomar conciencia. Si en Pakistán tiene una casa y existe un proyecto que le permita volver, su bien está allí. Las normas pueden gustar o no, pero hay que obedecer a la realidad. La gente llega con maletas de ilusiones pero no debemos dejarles que se engañen». Cada uno de los que se acercan a San Martino es una historia y un mundo. Pero escuchando a Marina y Mario podemos pensar que realmente el otro es un bien para mí.