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Una flor que brota entre los libros

Una chica india pide ayuda en matemáticas. Sus amigas también se apuntan a las clases. Un voluntario cuenta la sorpresa de un cambio que sucede ante sus ojos

Llevo varios años como voluntario en Portofranco (centro de ayuda al estudio, ndr). A mediados de marzo, me propusieron seguir a una chica india con dificultades en matemáticas. Nos vimos por Meet: cara triste, una media de 4 que recuperar. El tiempo pasó enseguida y, después de resolver algunas ecuaciones, le pregunté por su vida, puesto que tenía ganas de hablar. Al día siguiente me mandó un mensaje preguntándome si podía invitar a algunas amigas, así que me encontré con otras dos compañeras suyas de clase, también indias como ella.

Al acabar la clase, me dijeron que una de ellas era musulmana, llevaba un velo muy bonito, de colores con perlitas, enganchado al pelo, pero tenía una cara muy triste. La otra chica era de religión sij, muy abierta y sonriente. La tercera, mi alumna inicialmente, me dijo que no cree en nada, pero sufre crisis de ansiedad por lo que a veces se bloquea en clase cuando le preguntan o tiene que hacer un examen.

Nos vimos varias veces, entre ecuaciones, sistemas, parábolas, elipsis, alternados con la comparación entre estilos de vida distintos entre la cultura occidental y la oriental, la sugerencia de preguntar a su madre por los ejercicios de meditación y relajación para controlar la ansiedad, los comentarios sobre la belleza de los velos, la afirmación de una de ellas diciendo que el deseo más grande de la vida es el de ser amados. Yo intento valorar cada aspecto de su humanidad, señalando las diferencias y reconociendo su importancia.

Poco a poco, las dificultades de las matemáticas se fueron reduciendo y vi cómo sus rostros iban cambiando. La primera chica empezaba a sonreír al darse cuenta de que podía aprobar, y tenía menos ansiedad. La musulmana empezó a abrirse, aunque todavía hay cierto rastro de tristeza. Con la sij hemos hablado de su religión y compartí con ella la agradable sorpresa de que, en medio del budismo y el hinduismo (me había informado en internet), en 1400 apareció un pensador o gurú hablando de un Dios único y de la posibilidad de que los hombres lo pudieran conocer y encontrar. Me da la sensación de que veo su humanidad reforzada, valorada, y eso también ha beneficiado al estudio de manera evidente. A mediados de abril me pidieron que también les ayudara con física, una asignatura que nunca había enseñado y que siempre me ha costado bastante. Pero acepté, así que empecé a estudiar física.

Ha sido como un crescendo en el que se iban mezclando la alegría por entender las fórmulas matemáticas y tal vez una mayor conciencia de su valor como personas. En mayo invitaron a otra compañera musulmana que también tenía dificultades con el estudio, pero lo abordaba de una manera mucho más serena. A finales de mes llegaron los primeros resultados importantes: del 4 pasaron al 7, llegando hasta el 8 en algunos casos. Notas que he recibido con sorpresa y gratitud. Hasta su profesora de matemáticas se ha quedado sorprendida por el camino que han hecho.

En junio, la primera chica me envió varios mensajes de voz donde, emocionada, me decía que las últimas notas habían sido también muy buenas y que esperaba no tener ningún problema para pasar de curso. Y añadió que su padre quería conocerme.

Quedamos en un bar. La chica estaba feliz, pero su padre un poco inseguro, pues no domina bien nuestro idioma, pero me preguntó quién era yo y a qué me dedico. Le conté que Portofranco nació de la intuición de un sacerdote católico que, ante las dificultades en el estudio de varios jóvenes, les propuso una ayuda individual guiada por voluntarios.

Le conté que todo eso era también fruto del deseo de otro sacerdote, don Giussani, que en los años cincuenta se dio cuenta de que la religión católica ya no resultaba útil para vivir y por eso dio vida a un movimiento. Por último le conté cómo había conocido yo esta historia y que de ahí nacía mi labor como voluntario.

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El padre, budista, me preguntó quiénes eran los católicos, como si hubiera entendido que había dos tipos, pues no me había comprendido bien. Después de casi dos horas de charla, me dijo: «Siempre evito hablar de religión porque luego trae peleas, pero hoy no ha sido así». Conmovido, un poco cohibido, me dio las gracias por haber devuelto la sonrisa a su hija y haberle ayudado a superar sus problemas con las matemáticas y la física. Le respondí que todo esto también era una sorpresa para mí porque, paso a paso, había visto una vida florecer, y que yo también estaba muy agradecido a su hija porque con su libertad también había tocado mi corazón.
Massimo