La Comunión "Drive Through" (en coche) en Harrisburg, Dakota del Sur.

USA. El padre John y el “drive trough”

Una joven parroquia de periferia en una ciudad de Dakota del Sur. La pandemia, la soledad de la gente y la suspensión de las misas presenciales. Un sacerdote cuenta lo que ha pasado… con esa fila de coches en su puerta
John Rutten

Aquí estoy, en medio de los Estados Unidos, preparando una nueva parroquia con una necesidad inmensa que se corresponde con un enorme deseo de que Cristo haga lo que siempre ha hecho: renovar el rostro de Su pueblo. El deseo de mi comunidad también es el de construir una iglesia donde podemos reunirnos, crecer y alabar a Dios.

Este es el camino que llevamos recorriendo tres años, desde que se instituyó la parroquia de St. John Paul II de Harrisburg, en Dakota de Sur hasta que nuestro mundo, como el de todos, se vio abrumado por la pandemia.

Padre John Rutten

Lo que pasó cambió a los que viven en esta periferia, desde los trabajadores sanitarios, que tenían que tomar precauciones extra para defenderse del Covid, a una familia económicamente estable con un niño enfermo de asma que, a pesar de disponer de la mejor asistencia médica del mundo, tuvo que ponerse en cuarentena antes de someterse a una intervención quirúrgica. Y luego estaban los ancianos…
De repente, la gente que vivía en las periferias se convirtió en “periferia” ella misma, aislándose de la mayoría de sus relaciones y muchos de ellos solos. Mi ministerio sin duda incluye preocuparme por la salud de mis fieles, pero con la pandemia se hizo evidente la necesidad de sostener también su salud mental y espiritual.

No contamos con las cómodas instalaciones amplias y espaciosas de las que otros pueden disfrutar. Solo tenemos en alquiler la sede de un antiguo banco que utilizamos como despacho y como capilla. Allí, los responsables de la parroquia se reunieron en marzo preguntándose qué se podía hacer para aliviar el impacto de Covid en nuestra comunidad. Queríamos estar delante de los hechos y estábamos dispuestos a buscar un camino común para escucharnos mutuamente, con todas nuestras diferencias. Suprimir las misas presenciales parecía algo incomprensible en aquel momento, se trataba de tomar una decisión muy difícil. Para nuestra parroquia recién nacida, no solo significaba perder el sacramento sino muchas nuevas relaciones vitales para la comunidad.

Entre discusiones, ideas y emociones, una de nosotros contó la historia de sus padres. No se habían preocupado por el virus hasta que se enteraron de que un familiar que vivía con ellos y que estaba enfermo corría el riesgo de morir si entraba en casa el Covid. Entonces cambiaron su estilo de vida y empezaron a adoptar todas las precauciones posibles. En esta historia percibí un esquema que se seguía repitiendo en otros casos: las decisiones e ideas de una persona se aclaran cuando la posibilidad de vivir o morir afectaba a alguien querido. Esto nos abrió los ojos, despertando el deseo de atravesar juntos las dificultades y servir a la comunidad más allá de los propios intereses personales. Así que suspendimos la misa presencial y pensé: «Señor, Tú también puedes renovar así a tu pueblo».

Cuando me desperté el primer domingo sin misa presencial, me preparé para celebrarla con un directo en Facebook. Esperaba llegar a todos, pero faltaba algo. Pensaba: «Ellos verán mi cara, pero yo no veré la suya. Quién sabe, si pasaran por delante de la puerta tal vez podría verlos y saludarlos». Invitaría a todos al acabar la retransmisión a subir en sus coches y pasar a recibir la bendición. Solo era una idea, pero que halló dentro de mí una energía inesperada. Fui al despacho y se lo conté a mis responsables. Les entusiasmó y en unas horas nació el “Ministerio Drive Through”. Fue una explosión de alivio y paz, tuve la sensación de que estaba siguiendo la iniciativa de Otro. Aquel díallegaron muchos coches a la puerta y los rostros que asomaban por sus ventanillas estaban llenos de deseo, de alegría y de vida.



Lo que más me sorprendió fue que acercarse para recibir la bendición era una manera de permanecer en contacto, de poder vernos las caras. También recordábamos así la tradición de hace la señal de la cruz al pasar delante de una iglesia católica porque allí se encuentra Jesús, en el Tabernáculo. Con el tiempo llegaron otros gestos. Regalamos botellas de agua bendita y enseñamos a los padres a bendecir a sus hijos por la noche, por ejemplo. También repartimos palmas, pidiendo a los niños que las sacaran a las ventanas el Domingo de Ramos.

Cuando volvimos a celebrar la misa presencial, con todas las medidas de precaución, vimos que algunas personas seguían sin poder venir. Algunos llevaban cinco meses sin recibir la Eucaristía. Entonces empezamos a repartir la Comunión mediante el drive through. Ahora seguimos celebrando online y después la gente sube al coche y viene a recibir la bendición.

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Una mujer me escribió diciendo: «No hay palabras para expresar nuestro profundo agradecimiento por poder recibir hoy su precioso Cuerpo por primera vez después de seis meses. Me siento una persona distinta. Darte las gracias no es suficiente. Hoy has marcado una gran diferencia en nuestra vida. Se me saltan las lágrimas. Creía saber qué era lo que me faltaba por no poder recibir su Cuerpo al menos una vez a la semana, pero lo que sentí el domingo me ha dejado atónita».

Sin tener siquiera una iglesia por parroquia, la vida y la muerte se han acercado a mí y de mi corazón ha brotado un deseo. Y Dios ha respondido a mi oración «renovando a Su pueblo».