Foto Unsplash/Bill Oxford

Los quince minutos de Francesco

Habilitado por decreto para empezar a visitar a domicilio a enfermos de Covid. La historia de otro joven médico en tiempos de pandemia. Y de «cómo me cuida el Señor»
Paola Bergamini

El 23 de marzo, por decreto ministerial, Francesco se despertó siendo médico, sin examen de habilitación. Era lo que deseaba, pero cuando le llamaron para apoyar a los médicos de primaria en la atención a domicilio de enfermos de Covid, le entró miedo, por la posibilidad de contagio pero sobre todo por no estar a la altura, con el agravante que le recuerdan sus colegas: «Ten cuidado, que en cuanto te equivocas te pueden denunciar».

Para aprender, solo tiene quince días de apoyo con un médico. Durante un trayecto en coche, su compañero, unos cuantos años mayor, le cuenta cómo cambió su vida cuando hace tres años fue de misionero a Nueva Guinea. «Conocí a un hombre que me amaba, a mí y a los demás, como nunca había visto amar a nadie. Conocí la fe y desde entonces mi vida cambió». Al escucharlo, Francesco recuerda cómo conoció el cristianismo, y responde: «Vivimos algo hermoso, que se vea». Nace entre ellos una familiaridad por la que muchos compañeros creen que son amigos de toda la vida, aunque antes ni siquiera se conocían.

También cambió su manera de trabajar. Antes de entrar en las casas, Francesco debe prepararse y luego tiene quince minutos para la visita. Decide dedicar los diez primeros minutos a comprender la situación del paciente, si necesita ingreso o si basta con tenerlo monitorizado, el resto del tiempo habla con él y con su familia para ver qué necesitan. La mayoría son ancianos, muchos de ellos solos, así que después de unos días los llama para saber cómo están. El hijo de una mujer le dice: «¿Pero solo llama para saber cómo está mi madre? No me puedo creer que en medio de tanta confusión y miedo haya alguien como tú. Esta noche puedo irme a dormir tranquilo».

Carmelo tiene 89 años y lleva varios días con fiebre, por lo que sospecha un posible contagio. Francesco va a visitarlo y enseguida se da cuenta de que no tiene nada que ver con el Covid. Tiene una mano hinchada por una herida que se le ha infectado. «Tienes que ir al hospital para que te la curen», le dice. «Ni hablar», es la respuesta. Francesco manda a su mujer a la farmacia y se queda tres horas desinfectando y suturando la herida. A los cuatro días, le llama. «Pero con todas las visitas que tienes que hacer, ¿me llamas a mí? ¿Por mi mano?». Carmelo se echa a llorar.

LEE TAMBIÉN – Cecilia y los puntos de luz

Antes de Navidad, llaman a Francesco por un paciente que está muy mal y desorientado. Nada más llegar ve que el hombre vive en una casa de Memores Domini. Al terminar la visita, le dice: «¿Sabes? Yo también soy del movimiento. Desde hoy pediré por ti en mis oraciones». «Yo también me acordaré de ti y rezaré por ti». En el viaje de regreso, Francesco piensa: «¡Cómo me cuidas, Señor!».