Concierto en una residencia de Montreal

Canadá. Cuando cantar «expresa de quién somos»

Todo empezó con un pequeño “sí”. Como el de Héloïse y Max, que con varios amigos de Montreal responden a una invitación a cantar en residencias de ancianos afectadas por la pandemia
Claire Vouk

Empezó con un pequeño “sí”. Héloïse Brindamour, junto al resto del coro de Comunión y Liberación de Montreal, recibió un mail de Adélaïde, una amiga y compañera del coro que traba en una de las numerosas residencias de Montreal, especialmente afectadas por la pandemia. Adélaïde proponía que el coro participase en una tarde de cantos en el jardín de la residencia donde trabaja, utilizando altavoces para que todos los residentes, que llevan muchas semanas sin poder recibir visitas, pudieran oír la música desde sus habitaciones.

Cuando Héloïse recibió el mail, la difícil situación de los residentes ya formaba parte de sus principales preocupaciones. La terrible situación de la instalación que conocía por la prensa la turbaba profundamente y sentía que «quería hacer algo». Incluso había pensado en dedicar tiempo de voluntariado en alguna residencia. Sin embargo, siendo madre de un niño pequeño y teniendo en cuenta lo grave que podía ser esa labor, se había dado cuenta de que no era posible. «Estaba muy triste porque la grandeza de mis ideales no se correspondía con la medida de la realidad de lo que yo podía hacer», dice Héloïse.

Heloïse no respondió inmediatamente a la propuesta de Adélaïde. Sin embargo, cuando Adélaïde la llamó para invitarla el mismo día en que se iba a celebrar el evento, «pensé: “tengo que ir”. Me lo estaba pidiendo personalmente, y yo podía dar mi pequeño sí, era algo que podía hacer».



La tarde de cantos fue muy sencilla. Cuatro amigos cantando con sus tablet y teléfonos para leer la letra, acompañados de una guitarra. Sin embargo, con toda su sencillez, el gesto tenía claramente un gran significado para los trabajadores y residentes. «Vi que los empleados sanitarios y las familias estaban muy contentos por tenernos allí», cuenta Héloïse. Después de 45 minutos, al final de la actuación, una enfermera salió y preguntó si podían volver a empezar. Había llevado a todos los residentes a sus respectivas ventanas, de manera que pudieran oír la música, pero le había llevado casi una hora, por lo que algunos se habían perdido todo el concierto. Héloïse pensó: «Con todo lo que tiene que hacer esta mujer, se ha tomado tiempo para colocarlos a todos de modo que pudieran disfrutar de la música».

Unos días más tarde, la mujer de Max Zucchi, Kristina, le propuso algo parecido a su marido. Kristina es fisioterapeuta y le habían propuesto trabajar temporalmente en una residencia para compensar la falta de personal. «Pensó que sería bonito que algún amigo fuera a cantar para los residentes porque allí todo era muy silencioso y solitario», explica Max, que con tres amigos instaló un amplificador en el aparcamiento y se puso a cantar un variado repertorio, desde baladas de Québéc a antiguas canciones country americanas, mirando hacia las ventanas de la residencia.

Enseguida ambos grupos se unieron y empezaron a cantar por varias residencias, una o dos veces por semana. El aparente “impacto” del canto variaba de un lugar a otro. «A veces casi no vemos a los residentes porque probablemente no pueden acercarse a las ventanas, pero otras veces los empleados les sacan a los balcones», cuenta Max. Pero para él el significado del gesto no va unido a lo mucho o poco que los residentes pueden oír la música. «Lo bonito es mirar los rostros de mis amigos mientras cantamos, ver tanta alegría y felicidad. No importa a quién tengamos delante, es evidente que lo hacemos por algo más grande. Hemos encontrado a alguien que ha cambiado nuestra vida y queremos compartir esta alegría con los demás, sobre todo con los que más lo necesitan».

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Para Héloïse, el entusiasmo que sintió la primera vez que participó se fue desinflando con el paso de las semanas, pero la presencia de sus amigos le recuerda «las razones de aquel primer sí. Cada vez que voy hay un amigo nuevo, y ese también es un motivo por el que querer hacerlo, para estar con mis amigos». Esta experiencia la ha cambiado mucho. «Pensaba que “ofrecerse uno mismo” debía ser algo grande o doloroso, pero en cambio estoy aprendido que puedo ofrecer, poco a poco, a través de pequeños “sí” como estos». Para Max no es distingo. «En realidad, no parece nada especial, pero cantar en las residencias es un signo real de nuestra pertenencia a Jesús».