Libro del mes. El virus y la lucha de Job

Varias semanas como capellán en un hospital de Madrid durante los peores momentos de la pandemia. De habitación en habitación, un tú a tú con el dolor, las preguntas, la vida, la muerte... Ignacio Carbajosa recoge esos días en un diario
Paolo Perego

Ojos, labios, llagas, dolor, muerte. Carne y sangre. En medio, un mundo de eternidad, gratitud, libertad. «Terreno sagrado, un santuario» donde «he visto lo humano y lo divino». Hasta allí se dejó guiar Ignacio Carbajosa, biblista de la Universidad de San Dámaso en Madrid y responsable de CL en España, obedeciendo a una realidad que le hería, como a todo el mundo, la de su país. 

Estamos a primeros de abril. Los contagios por Covid19 y los ingresos hospitalarios alcanzan el pico. Los hospitales de la capital están abarrotados y el sistema sanitario, al borde del colapso. Los muertos, muchos, aumentan a diario: 950 el 2 de abril, el primer día del autor en la planta como capellán del hospital San Francisco de Asís de Madrid. Una tarea vinculada a la emergencia, después de renunciar a la “oportunidad” de un confinamiento dedicado a sus estudios y dar su disponibilidad a la diócesis. «Yo soy sacerdote. He sido llamado a dar la vida, no a preservarla». 

Poco más de un mes de servicio entre los enfermos, narrado en un diario donde no hay una sola palabra de más para describir la experiencia de «un testigo privilegiado de la vida y la muerte de tantas personas», un «espectáculo de altísima dignidad y espantosa fragilidad». Muchos encuentros, uno tras otro. Con el cuerpo encogido y el Alzheimer de Purificación; con Justa, que le pregunta cómo murió su marido el día anterior en la planta de abajo; o con Giulio, el misionero italiano sordo que «se resiste a morir»… 

Marc Chagall, ''Job'', 1975 (detalle)

Carne. Y sangre. Como la del Crucifijo durante la Semana Santa, colgado en todas las habitaciones, al que siempre señala: «Mira a este». Con todos los enfermos que conoce durante esas semanas, aunque solo los viera una vez. O quizás por última vez.

«¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para mirar por él?». El verso del Salmo 8 resuena continuamente como un estribillo frente a la pasión, muerte y resurrección de Jesús visible, tangible en la vida de Luis Miguel, que lleva dos semanas con respirador, un hombre paciente, siempre con el pulgar levantado «para decir ok», y un «gracias» que brota quién sabe cómo después de rezar un Ave María y un Padre Nuestro poco antes de morir. Nacho llama a su esposa y le cuenta su encuentro con su marido. «¿Pero él también pronunció las oraciones?», pregunta conmovida.
Luego está el encuentro con Juan Carlos. Nacho entró en su habitación por error. No estaba en la lista de los que pedían visita del capellán. Poco importa, un saludo y basta para que enseguida surja la conversación. «Yo le agradezco a usted que venga, aunque no rece». Vence la misericordia, escribe Nacho. Le habla de su mujer, su motivo para luchar. Y él le acompaña hasta el final. «Tú no vives para ti mismo» y «tampoco mueres para ti mismo». Juan Carlos no es capaz de hablar. Nacho le acaricia: «¿A quién estoy acariciando?»

De habitación en habitación, un Via Crucis sin adornos, esencial, con cuerpos semidesnudos, respiradores, pañales sucios. «Imposible hurtar la palabra misterio al dolor. Imposible por tanto mirar a Dios sin dejar este misterio abierto, sin la pregunta del porqué». 

Es la experiencia de volver a ponerse en juego a cada instante, desafiado por lo que tiene delante. Incluso yendo al fondo de su propia historia y vocación, sobre todo ante el lecho de varios religiosos. Sin decirlo, Nacho realiza esta verificación continua. Nada puede darse por descontado, es una batalla. «¡Qué difícil es vivir estos momentos si no existe una conciencia clara de que no estoy solo, de que pertenezco al que me está haciendo en este instante!». Y añade: «Pero yo también dialogo, en silencio, con el resucitado». Habla entonces de Job, un personaje bíblico muy querido para él, al que dedicó una exposición en el Meeting de hace dos años, sobre su "lucha" con Dios. «Me expreso como él, herido, casi escandalizado (el casi lo salva el diálogo no interrumpido)». 

El domingo de Pascua, el camino del Calvario no acaba. «El resucitado entra en el hospital en mi persona para abrazar con sus llagas todavía frescas a estos otros Cristos a los que ha asociado a su pasión…». Resurrexit sicut dixit, le contesta Jorge. Todo termina ahí, en la Resurrección. «¡A ver si es verdad, Padre!». 

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Una serie de encuentros con vidas y hechos donde se abre paso la grandeza del hombre y su deseo, aun cuando el cuerpo está muriendo, cuando la utopía del hombre que se hace a sí mismo se desmorona. «El Señor en medio de la podredumbre», comenta Carbajosa delante de Asunción, que vomita la Comunión. Como está también en el «gracias» -«¿sufre y dice gracias?»- de Elvira. O en la cara de Rolando, el último encuentro del domingo de Pascua. «Joven. Más joven que yo». Inmóvil, entre cables y tubos. Nacho recita las palabras de la unción. Una mueca y una lágrima que desciende por el rostro de Rolando. «Una vez más el misterio del ser humano: en medio de la debilidad más absoluta, sale a la luz, expresado en una lágrima, el deseo de eternidad que nos constituye».

Ignacio Carbajosa
Testigo de excepción
Diario de un cura en un hospital del Covid

Encuentro
14 euros