Portugal. La nada y la ballena

«Una cuestión de afecto a la historia que nos ha fascinado». Durante el confinamiento, Constança y algunas amigas de la universidad pusieron en marcha una serie de encuentros sobre poesía, cine, música… y esto es lo que ha pasado
Maria Acqua Simi

Constança, Chicca y Eleonor son tres amigas portuguesas del CLU (universitarios de CL). Cuando la pandemia obligó al país a someterse a un largo confinamiento, «la carta de Julián Carrón empezó a hacernos compañía. Provocados por estos tiempos tan difíciles y por la falta de posibilidades para juntarnos, propusimos a nuestros amigos vivir también la cuarentena siguiendo esta historia que nos ha fascinado», cuenta Constança Duerte, estudiante de Letras en Lisboa. «Pensamos en un momento de encuentro por Zoom los viernes por la noche, donde proponer música, poesía, películas para ver durante la semana y luego juzgar juntos a la semana siguiente».

Eligieron un título para esta serie de encuentros, “¿Qué tiene que ver con las estrellas?”, y una línea guía: compararlo todo con la carta, porque «las propuestas que nos hace el mundo son muchísimas, pero si somos realmente hijos del movimiento queremos vivirlo todo y en todo comparándolo con este camino». Porque hoy «disponemos de un montón de información por ahí, también cosas buenísimas e interesantes, pero podemos perderlo todo si no lo juzgamos».

La pasión de estas chicas se mantuvo semana a semana, y el grupo empezó a crecer: de siete pasaron a veinte, luego treinta, cincuenta. Durante doce semanas, fielmente, decenas de jóvenes se ponían en juego proponiendo material para ver o escuchar, teniendo en mente una sola frase: «Vivir intensamente lo real». Y así fue. «Es conmovedor, porque esos viernes han estado llenos de diálogos que siempre partían de la experiencia personal de cada uno, nunca de nada abstracto», cuenta hoy esta estudiante. Poco a poco se fue pasando la voz y otros jóvenes pidieron sumarse. Les propusieron a todos sencillamente la carta de Carrón. «Nadie la evitó, los nuevos también se lanzaron y, partiendo de su lectura, surgieron propuestas siempre útiles y nuevas».

Lisboa

Algunos jóvenes trabajadores también se involucraron en el grupo, fascinados por lo que contaban sus amigos. «Asombrados por lo que encontraron, se dieron cuenta de que esta novedad faltaba en sus grupos de Fraternidad y de ahí surgió toda una serie de preguntas y la reanudación de un camino entre ellos», cuenta Sofia Gouveia, responsable del movimiento en Portugal. Los encuentros se sucedieron, llenos de ideas y conversaciones, los rostros del Zoom eran cada vez más, y más contentos. Entre las muchas poesías leídas, tres abrieron brecha especialmente entre los jóvenes universitarios.

Las dos primeras eran de Wendy Cope, tituladas Being Boring y The Orange. En el primer poema, dice la autora: «Alguien con quien estar en casa era todo lo que deseaba (…), aspiro a seguir adelante aburriéndome». «Es extraordinario, porque Cope cuando usa la palabra “boring” no quiere decir “aburrida”, sino que indica el descubrimiento de una novedad dentro de la normalidad, en lo real», apunta Constança. «The Orange también muestra una escena aparentemente sencilla, una chica que está pelando y comiendo una naranja con sus amigos. Pero de repente siente una alegría tan grande que siente gratitud por existir. Esa chica intuye que aun en medio de la normalidad existe una posibilidad de gratitud, porque ha encontrado un gran amor que le permite mirarlo todo así. Esto nos interesa porque nos dice que incluso confinados podemos ser felices».

La tercera poesía es de la escritora brasileña Alice de Sant’Anna y se titula Um enorme rabo de baleia (Una enorme coda de ballena). Describe a dos personas solas en una habitación. No tienen ningún tema de conversación, nada de lo que hablar. En un momento dado, una de ellas dice que le gustaría que irrumpiera en la habitación una ballena enorme para agarrarse a su cola y viajar allí.

«Esta última poesía me llegó a lo más hondo del corazón, así que hablé con mi profesora. Me parece que esas palabras expresan muy bien esta “nada aparente” –la cuarentena–, pero al mismo tiempo también un deseo de novedad inmenso que todos tenemos dentro. La ballena es un animal gigante, que no tiene nada que hacer en una habitación. Del mismo modo, lo que tengo nunca me basta. Yo también necesito siempre algo o alguien distinto y grande que venga a sacarme de mi torpor».

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El trabajo sobre estas poesías adquirió tal intensidad que Maddalena, inscrita en un seminario magistral de poesía, entregó como trabajo final de su máster las conversaciones que había tenido con sus amigos durante los Zoom de los viernes. La profesora, después de ponerle una buena nota, le sugirió que hiciera la tesis también sobre esas conversaciones. Y le propuso como título “La gracia de las pequeñas cosas”. Esa era la palabra justa, gracia. Pero no solo como protagonista de esas veladas, porque cada uno de los encuentros, tal como lo describen los jóvenes que han participado en ellos contagiando a otros durante el camino, ha sido un verdadero don.