Con el corazón en el trabajo 3. El “bálsamo” de la doctora Janjão

Neonatóloga en un hospital de Lisboa, siempre rodeada de madres, compañeros, enfermeros… Cuenta cómo la fe tiene que ver con lo que hace todos los días. Y cómo, hasta un lugar de sufrimiento, puede ayudar a construir esperanza…
Sofia Gouveia Pereira

Maria João Leitão, a la que llaman Janjão, es neonatóloga. Desde 2004 trabaja en la Unidad de Cuidados Intensivos del hospital Dona Estefania de Lisboa, donde atiende embarazos complicados, a neonatos en situaciones extremas y a sus padres. Ella también es madre de cuatro hijos y a veces le toca hacer turnos de 24 horas para acompañar a sus pequeños pacientes, que a menudo nacen para vivir solo unas horas, o minutos. Otros pasan meses, incluso años, en el hospital. A su lado están, todos los días, sus madres.

«Me ha ayudado mucho la experiencia que tuve antes de llegar aquí», cuenta. Durante cinco años trabajó como pediatra en un pequeño hospital de provincia donde aprendió lo esencial. «Allí es donde empecé a conocer a las familias de los niños, a darme cuenta de cómo es su vida, tan complicada y tan rica. Al ser un hospital pequeño, se vivía una dimensión comunitaria, tanto entre nosotros los médicos como con los padres. El equipo, formado por enfermeros, terapeutas y fisioterapeutas, era muy cercano a las familias. Allí aprendí la importancia de los vínculos».

Maria João Leitão

Cuando llegó a Lisboa, deseaba trabajar así, tanto que pidió ir a un ambulatorio, a pesar de que para los de cuidados intensivos eso no es obligatorio. «La consulta se llenó inmediatamente y empecé a conocer a niños y padres. En estos años, he visto volver a suceder la misma posibilidad de comunión, sobre todo con mis colegas, en un lugar donde habitualmente entre médicos y enfermeros se da una cierta distancia». La secretaria, por ejemplo, creó un “fondo festivo”, en el que cada miembro del equipo podía contribuir libremente. «Con este fondo se compra un regalo cada vez que una madre cumple los años un niño cumple “un mes”. Así como cuando algún niño muere –algo que, por desgracia, sucede a menudo–, al menos a su familia no les falta un recuerdo nuestro».

Estando al lado de las madres, Janjão se ha dado cuenta de algo. Las miraba cómo vivían unos dramas inmensos y le impresionaba cómo sus preguntas casi siempre eran las más sencillas: cuánto pesa el niño, si le han bañado… Con el tiempo, ha visto cómo se pasan las mañanas enteras pensando todo lo que le van a preguntar a los médicos y enfermeros, intentando hacer preguntas que no tengan una respuesta dolorosa. «A veces pueden parecer alienadas, o ilusas. En cambio, solo intentan no sufrir demasiado. Casi como si, por no decir ciertas palabras, el corazón no se rompiera, las puertas del futuro no se cerraran y la luz de la vida no sea apagara».

Por todo esto, Janjão ha fijado un horario para sus encuentros con los padres, para disponer al menos de una hora para hablar con ellos. «A veces basta con preguntar qué les preocupa. Ni siquiera eso es obvio, porque a los médicos se nos puede olvidar». Para ella, estar con los padres no es «estar delante de un “caso difícil” o del familiar de un enfermo, sino de un corazón idéntico al mío».

Le ayuda la Escuela de comunidad, a la que nunca renuncia, aunque eso suele suponer ir corriendo después de un turno de un día entero. «Es como un bálsamo en medio de mis jornadas que hace que penetre en todo una mirada nueva». Es decir, te abre a la posibilidad de «responder a la circunstancia que tienes delante», sea la que sea. Puede ser que la respuesta sea tan sencilla como la invitación a tomar un té. «Todo vale la pena cuando abrimos nuestro corazón a otro corazón», señala Janjão. «Nunca debemos pensar que hay algo que hacer que no sea importante». Así sucede en su planta.

En un momento dado vieron que con muchas madres, sobre todo extranjeras, la relación de tú a tú era complicada, que rechazaban la ayuda individual. «Entonces pensamos en un momento más informal, juntos, de compañía, para favorecer la libertad de pedir ayuda». En el primer encuentro, les preguntaron qué necesitaban y su respuesta no se la esperaban: «peluquería y manicura». Están en el hospital todos los días, al lado de sus niños, durante semanas, meses, a veces años. «Una mamá dijo que le hacía falta un lugar donde tomar un té con alguien».

Así nació el “té de las mamás”, junto a la psicóloga y la auxiliar. Empezaron a verse todos los días a las 15.30h, en el cambio de turno de las enfermeras. De las galletas pasaron a los cantos, las meriendas de Navidad, las confidencias, las excursiones y el grupo de WhatsApp, «donde se mezclan las fotos del primer baño, noticias sobre las operaciones, una sonrisa, la primera palabra…», cuenta Janjão. «Cosas banales para muchas familias pero que aquí no se pueden dar por descontado. Son signos de esperanza».

«Aquí nos encontramos con personas, y ahí radica toda la diferencia», dice Ana, después de cinco meses en el hospital acompañando a uno de sus hijos hasta la muerte y a su hermano gemelo en su lucha diaria por sobrevivir. «He crecido como persona», dice, ella que intentaba hacerle frente a todo eso sola, rechazando el apoyo psicológico, hablando lo menos posible y no haciendo preguntas. Quería convencerse de que todo iría bien. Hasta que llegó un momento en que no podía seguir así y dijo sí a la invitación de otra mamá: «¿Nos tomamos un té juntas? No podemos sufrir solas».

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Con el tiempo, hasta los protocolos del hospital se han visto tocados por los vínculos, incluso con el capellán. «Ha empezado a venir mucho por aquí, a acompañar a los padres, incluso a los no creyentes», cuenta Janjão. «Se ha convertido para todos en una presencia importante. Hasta el punto de que ha surgido una atención nueva hacia el Bautismo. Antes se hacían de una manera un poco improvisada, si se daba el caso y como surgiera, pero hoy tenemos un registro creado adrede y –en el carrito de las urgencias– una botellita de agua bendita de las reliquias de los pastorcillos de Fátima. Además, Jacinta estuvo ingresada en este hospital...».