Claudia Piccinno con padre Paolo Bargigia (a la izquierda) y el marido

República Checa. Cuando todo cambia

Las palabras de un artículo, la nueva vida en el extranjero, el marido y los hijos que piensas conocer bien... Claudia cuenta lo que, en su experiencia, resiste ante los desafíos de la vida. De "Huellas" de junio
Paola Ronconi

«Un martes de mayo en la web de CL vi un artículo sobre la asamblea de los responsables europeos en Cracovia que empezaba con estas palabras: “La fatiga de la vida diaria, la aridez que siempre vuelve". ¡Me fulminó! ¿Pero cómo era posible? ¡Tenía los Ejercicios de la Fraternidad, la Pascua, pero la trama de la vida siempre está hecha así!». Exactamente igual que Carrón había explicado en Rímini: estás en un momento complicado (A), encuentras algo que te saca de ahí y te hace dar un paso adelante (B), pero pronto pasa y vuelves a estar como antes (A).

Claudia Piccinno no estaba en Rímini, lo siguió todo desde Esztergom, en Budapest. Lleva cinco años viviendo en Praga con su marido y dos hijos. Es de CL de toda la vida, desde que en 1985 se encontró en su colegio, en Florencia, con Paolo Bargigia. Cuando empezó su nueva vida en el extranjero «tuve que cambiarlo todo», recuerda ahora, con un acento florentino que el checo no ha apagado. «Dejar mi trabajo como abogada, dedicarme totalmente a mis hijos, ponerme a estudiar un idioma difícil.». Las cosas normales, cotidianas, se hacen complicadas cuando hasta comprar el pan parece un examen. Pero «yo quiero ser feliz ahí, en las situaciones banales de la vida», afirma.

La suya es una de las contribuciones que Carrón leyó en la lección del sábado por la mañana. «¿Cómo resistes tú, Cristo, en mi matrimonio, con los amigos, en la relación con los hijos que crecen, en los desafíos de la vida cotidiana, en los miedos que me atenazan, en las cosas que antes me gustaban tanto y que ahora me dejan casi indiferente?», escribió. Y habló de una amiga enferma que le había confesado: «Yo espero de mi matrimonio que Dios haga suceder aún grandes cosas». En cambio, Claudia dice: «Me di cuenta de que en “mi matrimonio perfecto todo estaba en su sitio", ya no esperaba que Dios pudiera hacer esas grandes cosas». Pero, cuenta, «retomar un camino tenaz» (como decían las palabras de Giussani en la Jornada de apertura de curso) les animó, a ella y a su marido, a empezar la caritativa en Praga, con los enfermos de un hospital.

Esas dos horas al mes volvieron a poner a «Jesús entre nosotros». «Mi marido es muy diferente a mí y cuanto más pasan los años, más descubro que en realidad no sé “quién es". Estamos juntos, estamos casados, pero cada uno tiene su relación personal con el Señor. Extender la crema en la frágil piel de los enfermos nos ha hecho conscientes de que tenemos en común el deseo de seguir a Cristo a través de la compañía que Él nos hizo encontrar hace tantos años».

Los Ejercicios, y luego el artículo sobre Cracovia («Fijaos, la esperanza está en vosotros», decía Carrón), la han vuelto a poner a trabajar. «Han iluminado lo que me sucedió después». La tarde de aquel mismo mar¬tes tenía las reuniones de las clases de sus hijos. «El profesor de primero nos paró a mí y a los padres de los dos peores de la clase. Yo había ido pensando que no había ningún problema. Nos dijeron: “Estos tres llevan un tiempo gastando bromas pesadas a una niña de la clase, rozando el acoso. Los hemos mandado al director y el psicólogo está siguiendo el caso, es una situación muy fea y quizás haya que tomar medidas"». Claudia se hundió. «Crees que conoces a tus hijos y descubres que son todo lo opuesto a ti. Qué le había enseñado yo a este chico. con todos mis intentos de mostrarle el bien». Pensó entonces en lo que había escuchado desde Rímini, en esas páginas sobre las que está trabajando en la Escuela de comunidad, donde había leído en la introducción: «Cuanto más busco el control, cuanto más me quedo yo, menos se salva, menos resurge. Sé que tengo que aprender a ofrecer justamente lo que más mal hace, lo que yo no puedo ajustar y como mucho soy capaz de esconder, como se hace con el polvo debajo de la alfombra».

Allí, en el colegio, junto a las madres de los “peores", un flash: todo lo que uno vive es «ocasión para entrar en una mayor familiaridad contigo, oh Cristo, y ahí, en ese instante, Él resucitó ante mí. Escuché a los profesores, dije lo que tenía que decir, a mi hijo en casa le echamos una buena bronca, pero pude mirarle por lo que es y no por el error que había cometido, porque había Otro que lo estaba mirando a través de mí. Y estaba en paz. Por la noche me dije: esta es “la esperanza que hay en mí". Existe, y consiste en poder estar en relación con Él, esperando poder ver Su resurrección». En todo momento.