Luca, profesor en Gainesville, Florida.

Florida. En nuestros ojos los hechos

Luca da clases en Estados Unidos desde hace siete años. Nos cuenta cómo vive últimamente la relación con sus amigos. Una vida donde «Jesús acontece y me pide que le siga»

Doy clase en una escuela superior, vivo en Gainesville desde 2015 y soy de los Memores Domini. Siguiendo al movimiento, estoy experimentando un amor que hace solo unos años me parecía imposible. Un amor por mis alumnos, compañeros y amigos, que se están convirtiendo para mí en el lugar donde se renueva mi encuentro con Cristo. Cuento cuatro episodios que me están ayudando a descubrir la necesidad de mi corazón y cómo responde Jesús.

El primero se refiere a los Ejercicios de la Fraternidad. Este año éramos 25 personas siguiéndolos al norte de Florida. Me conmovió el sí de cada uno de nosotros, con historias, culturas y edades muy distintas, pero unidos por el mismo encuentro y el mismo deseo de seguir a Cristo. Pienso en Vince y Joe, que conocieron CL hace treinta años y que han renacido al encontrarse con un grupo de jóvenes que lo están conociendo ahora y que traen una bocanada de aire fresco a nuestras vidas. El viernes me acostaba pensando en lo misterioso y atractivo que es el carisma que hemos encontrado, que llega hasta los rincones más increíbles.

Algo parecido me pasó hace poco en una cena en casa de Carie con Whitney, Enrico, Desa (los dos últimos son Memores y viven conmigo). En un momento dado uno de nosotros dijo: «Fijaos lo extraño e increíble que es que estemos aquí sentados en esta cena, por el sí que tantas personas han dado en estos años». Una serie de hechos que nos han traído hasta aquí y nos han puesto juntos. Lo que conocí en Italia también está en Florida. Me domina la conmoción, un silencio lleno de asombro por cómo Jesús entra de golpe en mi vida. Cocinando para unos amigos que llegaban a su casa después de un trayecto de más de dos horas para verse, los ojos de Carie brillan cada vez que habla del movimiento, de cómo prepara la cena pensando en sus invitados, el cuidado con el que pone la mesa (nada obvio en América). O Whitney, que en el funeral de su madre se sorprendió al ver que no se sentía enfadada ni sola, por la certeza de que Aquel que le daba a estos amigos ahora era el mismo que le había dado a su madre. O Jessica, que me mandó una felicitación de cumpleaños en una tarjeta llena de gratitud por el movimiento y por nuestra presencia.

¿Por qué esta gente está tan agradecida? ¿Qué es lo que ven? ¿Quién eres Tú, que me sales al encuentro en el corazón de Florida, en una amistad que de otro modo sería imposible? Estos años estoy descubriendo cuánto los necesito para seguir al movimiento.

Nuestra Escuela de comunidad en Gainesville, después de un tiempo con mucha gente (a veces llegábamos a ser 15 o 16), ahora ha visto cómo la mayoría de la gente cambiaba de ciudad por motivos de trabajo, y volvemos a ser 6 o 7. Hace dos semanas fui sin esperar demasiado, éramos cuatro. Silvio habló de su trabajo, de las preguntas que le surgen, de cómo se pone delante de un paciente, y volvió a abrirme de par en par al ver que él lo esperaba todo de ese momento, mientras que mi corazón estaba envuelto en mil proyectos y preocupaciones. ¡Qué gratitud por Su continua corrección y compañía! ¿Qué es lo que necesito? Si miro estos años, una compañía que siempre se me ha dado milagrosamente. Y siempre distinta de la que yo pretendía.

El segundo episodio se refiere a la graduación de este año. Después de la ceremonia, todos se fueron a celebrarlo, pero cada uno a su manera. Cada uno tenía su fiesta solo con su familia y amigos, aunque todos deseaban estar juntos después de cuatro años. La verdadera comunión no nace de nuestro esfuerzo o de un objetivo común. Esto me ha hecho volver a mirar con agradecimiento mi relación con los de casa: reconocer que Cristo está aquí y nos llama como fuente de la comunión entre nosotros. Somos distintos, cada uno con sus ideas y su historia, pero entre nosotros hay algo más fuerte que todas las diferencias, incomprensiones o límites. Cuando nos vemos para cenar, a veces después de una jornada dura, la mera presencia del otro es una ayuda, aunque yo esté todo el tiempo en silencio. Que ellos estén es un consuelo para mi corazón: sé que Tú estás conmigo. ¿En qué lo veo? Por ejemplo en Desa, que también es profesor, que se ha pasado todo el día estudiando y desea compartir lo que ha aprendido, o Enrico –enfermero– que a lo mejor ha tenido que enfrentarse a la muerte de un paciente o ha conocido a uno nuevo y le brillan los ojos mientras lo cuenta. Los primeros que perciben esta comunión son los demás, los que vienen a vernos. Pienso en Caroline, que estudia Medicina y conoció el movimiento el año pasado, o en el padre Clay, que hace dos días nos dijo en una cena que, arrastrado por la rutina de la vida, había empezado a olvidar que necesita amigos de verdad. Entre nosotros hay una comunión objetiva de la que a veces ni siquiera nos damos cuenta, pero que atrae y fascina. Y a mí se me devuelve a través de su mirada, que yo necesito para reconocer a Jesús presente.

El tercer episodio se refiere a Robert. Empecé a visitarle en la cárcel porque en noviembre de 2017 vinieron a Florida Silvia y Francesca, dos ancianas italianas que venían a visitar a dos condenados en el corredor de la muerte. Una noche cenamos con ellas y nos impactó la humanidad de estas dos mujeres. Así fue como empecé primero a escribir y luego a visitar a Robert, que con el tiempo fue trasladado del corredor de la muerte a una prisión general porque su condena fue conmutada por una cadena perpetua sin condicional. Él siempre espera que llegue nuestro encuentro. Es conmovedor ver cómo ha cambiado, hasta pedir los sacramentos para ir a misa (viene de una familia baptista). En él descubro un mundo nuevo, donde no se borra el pasado ni todo el sufrimiento que ha causado.

En el último huracán que sacudió Florida, los presos de la zona afectada fueron trasladados a la cárcel de Robert. Una noche, leyendo el Evangelio (se estaba preparando para recibir los sacramentos) se encontró con un pasaje donde Jesús dice: «Todo el que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, hijos o tierras, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna». Entonces salió de su celda, reunió a sus compañeros y después de leer ese pasaje organizó una recogida de comida y jabón para los desplazados. Él donó la sopa que tenía para cenar porque «ya estoy recibiendo mucho». ¿Quién eres Tú, que atraer el corazón de un hombre así?

Hace unos meses, cuando fui a verlo, me recibió con una gran sonrisa y me contó que estaba domesticando a una lagartija, le daba de comer y la cuidaba. Puede parecer una tontería, pero Robert me estaba mostrando con su lagartija lo que mi corazón desea, una relación donde no haya vergüenza ni cálculo. Cuando voy a ver a Robert, me doy cuenta de que Jesús ya me está esperando. Muchas veces hago el trayecto sin ganas, porque la semana ha sido dura, porque está lejos, porque no es fácil estar en la cárcel, te cachean y a veces te da miedo meter la pata… Pero cuando estoy delante de él, estoy delante de Alguien que ya me estaba esperanza, que lo espera todo de una lagartija y de mí, que mendiga sencillamente mi atención, porque eso es todo lo que tiene, y me espera ansioso por hacerme sus preguntas sobre la fe. Qué potencia tiene nuestro carisma para permitirme saborear la realidad de esta manera, qué potencia tiene Jesús para abrazarme con tanta misericordia.

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El último episodio fue a mediados de mayo. Fui a Miami para visitar a Joep, un amigo de los Memores Domini. Una mañana fui solo a misa y al salir se me acercó una mujer mayor y me preguntó por Pepe (otro amigo enfermo que antes vivía con Joep y ahora ha vuelto a vivir en España), me pidió que le dijera que reza por él todos los días. Cuando se lo conté a Pepe, me dijo que no sabía quién era… Personas en los lugares más disparatados de Florida piden por él o te cuentan cómo les acompaña la relación que tenían con Pepe. Ese día iba inmerso en todas mis preocupaciones, pero volví a casa con lágrimas en los ojos porque Tú, Jesús, estás conmigo. No se nos ha prometido ver todos los frutos de nuestra presencia, pero Él acontece, me busca y me pide que le siga.

Me viene a la mente la cita de san Agustín en la Escuela de comunidad: «En nuestras manos los textos, en nuestros ojos los hechos». Él acontece y eso basta en la vida. Me pone de rodillas pidiendo volver a verlo cada mañana al despertar. Estos hechos, estas personas, me dicen que el Maestro está aquí y me busca. ¿Estoy disponible para reconocerlo y seguirlo en un rostro siempre nuevo y distinto de mis proyectos?
Luca, Gainesville (Florida, USA)