(Foto Unsplash/Bastien Jaillot)

El misterio de Giovanna

La historia de acogida de una niña con una grave enfermedad. Y el diálogo con un amigo lleno de preguntas. Un testimonio de la última asamblea de Familias para la Acogida y la respuesta de Giorgio Vittadini, que guiaba el encuentro

Giuliana
Giovanna es una niña de diez meses que acogimos hace poco en casa. Padece una enfermedad rara: «No oye, no ve, se alimenta por sonda, no tiene tono muscular y tiene una esperanza de vida de poco más de dos años». Así nos la presentaron en una llamada fugaz de un trabajador de los servicios sociales. Una amiga que también trabajaba en este caso añadió: «Lleva unos meses en el hospital y están esperando a alguien que la acoja para darle el alta. Sus padres son muy jóvenes y no son capaces de afrontar la situación. El dolor es demasiado fuerte. Hasta los siete meses, Giovanna era una niña aparentemente sana, pero se han derrumbado ante un diagnóstico tan duro. ¿Podéis ayudarnos?». Hablé con Paolo, mi marido, que esa mañana estaba en Milán con nuestro hijo mayor por una consulta médica delicada y vital. Las circunstancias no definen las respuestas, solo la certeza de un amor recibido puede aclarar el camino. Paolo y yo estamos seguros de que hemos nacido para ser amados, así que nuestro sí era total. En la cena compartimos la propuesta con nuestros hijos. Nos encontramos con cierta perplejidad, mucho “sí” y una objeción: «Me da miedo tanto dolor». Abrazamos esta observación e hicimos un trabajo juntos. Al final respondió: «Me fío de vosotros, yo os sigo».
Al cabo de unos días, Giovanna entró en casa tal como es, dándolo todo. Nuestros ojos y nuestro corazón se dejan llevar por su sobreabundancia, signo de que estamos hechos para un destino bueno. Al poco tiempo vino a vernos un amigo que se quedó impactado por la presencia de Giovanna, estuvo charlando con nosotros y luego se fue a su casa. Al día siguiente volvió enfadado, con un montón de preguntas que le habían atormentado toda la noche: «¿Qué proyecto tiene Dios con ella?», nos dijo. «¿Qué puedo hacer para que Él me escuche y haga algo por ella?». Ante sus preguntas, entre una azada y la siguiente (recibí su rabia estando en el huerto), me sorprendí como delante de la gruta de Nazaret. Delante de ese Niño volví a experimentar el acontecimiento que ha marcado nuestro destino. «Dios no se hizo hombre por un proyecto para sí mismo, sino por un proyecto de salvación para cada uno de nosotros», le dije. «No pregunto qué proyecto tiene Dios para Giovanna, sino para mí al ponérmela delante. La presencia de cada uno de nosotros en la vida de esta pequeña es nuestro sí a Cristo. Tú ya estás respondiendo a la llamada de Cristo, te has movido». La discusión continuó un rato, luego entramos en casa con los demás. Pietro (nombre ficticio) se dedicaba como siempre a todos, con una mirada constante, fija en la pequeña Giovanna; le propuse que la tomara en brazos. No puedo explicar la intensidad de aquel momento, la una en brazos del otro, la una para el otro, en una totalidad que daba respiro y respuesta: «¡Darías la vida aunque solo fuera por uno de ellos!».
No hay duda, estamos hechos para acoger y para ser acogidos. Estoy segura de que una mirada así a la vida es un don de Otro que se hace presente continuamente dentro de una compañía de rostros que hablan a nuestro corazón, siendo testigos de una gran presencia que nos acompaña en la vida. Gracias por la ocasión que me habéis brindado, un abrazo a todos.


Giorgio Vittadini
Es humano acoger y adoptar, pero normalmente se busca un niño sano. En la Escuela de comunidad leemos que el fundamento de nuestra fe es la experiencia, como correspondencia entre nuestro corazón, nuestras exigencias elementales, y lo que sucede en la realidad, porque Jesús está en la realidad. La cuestión crucial es como un signo, algo que impacta, algo que no es solo humano sino que lleva dentro algo divino. ¿Os acordáis del ejemplo de las flores? Cuando te encuentras un ramo de rosas en la mesa, lo primero que haces es averiguar quién las ha puesto ahí. Pero normalmente nos quedamos en eso, en las flores, recibimos el impacto pero no llegamos hasta su origen, hasta aquel que ha enviado las flores. Es humano acoger a una persona sana, pero en estos casos hace falta algo divino porque hay que aceptar que el proyecto es un misterio, hay que dejar de medir la utilidad de una vida según nuestros parámetros habituales. ¿De qué sirve acoger a un niño enfermo, destinado tal vez a una corta vida? ¿De qué sirve aceptar el dolor, mantener en vida a alguien que ni siquiera puede hablar? Hace falta pensar que la vida es un misterio que no medimos nosotros. Hace falta aceptar que no medimos nosotros lo que es útil o no. Por eso hace falta lo divino: que la realidad esté habitada por algo que no conocemos. Es la misma experiencia que cuando voy a ver a los padres de Agostino, un niño de cinco años, sanísimo, que murió de repente. Como estamos acostumbrados a medir, pensé entonces que, puestos a medir, medimos hasta el paraíso: vives mucho y bien, y recibes un premio. ¿Y un niño que muere a los cinco años? Tampoco podemos medir qué es el paraíso, o cuál es la conciencia de uno que muere a los cinco años.
Es un misterio. La cuestión es que la vida es un misterio y yo acojo ese misterio. Acepto que la utilidad de la vida no la decido yo. Es un trabajo de cada instante, decir “¿de qué sirve?”. Entonces comprendo que todo es misterio, también el niño adoptado sano es un misterio, también el que nace de manera natural es un misterio. La utilidad de la vida no está en nuestras manos. Aquí reside la relación entre signo y misterio. Entonces comprendo que este gesto lleva dentro otra cosa y, por tanto, necesita a Otro para llevarse a cabo, si no lo acabaré midiendo. La fe es lo que permite acoger la vida como es, aceptar que no mido con mis propias manos, que la vida no la mido yo. Ese es el sentido profundo de cualquier acogida, de cualquier maternidad y paternidad. Aquí estamos en el umbral de la presencia de lo divino. La acogida en la historia del mundo siempre ha sido uno de los grandes signos de la presencia de Otro. Todo lo demás, antes o después, mide, hasta un gesto de generosidad mide. Para que no hay medida ni proyecto, para que sea la acogida de algo que no está en mis manos, debo fiarme de un Dios que esté presente por encima de todo, porque si Dios no está presente, prevalecerá la inmensa percepción de todo lo que falta en la vida.