Lorenzo Ornaghi

¿ qué buscas?

«Era el pronombre más utilizado por Giussani: un “tú” que interpelaba a cada uno». De "Huellas" de febrero, la entrevista a Lorenzo Ornaghi, ex rector de la Universidad Católica y ex alumno del fundador de CL
Luca Fiore

«Don Giussani fue uno de los protagonistas de la Italia del siglo XX y lo fue sobre todo desde el punto de vista cultural. No tanto en el sentido en que suele entenderse la cultura, sino porque compartió toda su experiencia de la fe con jóvenes y no tan jóvenes. Una multiplicación cultural extraordinaria, históricamente excepcional. Sin duda también ha sido protagonista en la vida de la Iglesia, aunque creo que para entender hasta qué punto aún tendrá que pasar tiempo. Pero a la vista de todos está lo rápido que su carisma se difundió por todo el mundo».

Lorenzo Ornaghi, 73 años, entró en la Universidad Católica de Milán cuando se matriculó en 1967 y salió en 2011 como rector, cuando Mario Monti le llamó para ocupar la cartera ministerial de Bienes y Actividades Culturales. Entre medias, más de cuarenta años dedicados a las ciencias políticas, disciplina que aprendió en la escuela de Gianfranco Miglio, uno de los politólogos más importantes del país. Pero en sus primeros años de estudio, Ornaghi también fue alumno de don Giussani en el curso de Introducción a la Teología. El contenido de aquellas clases todavía le acompaña.

«Era un gran docente, en el sentido de un gran y auténtico maestro. Entraba en el aula siempre puntual y dedicaba los primeros minutos a pasar lista. En pocos días, lograba aprenderse el nombre de los cincuenta alumnos que tenía delante». Su coraza era dura, áspera, recuerda el antiguo rector, y desde las primeras horas del curso la clase se dividió entre los que sintonizaron inmediatamente con él, los que no sintonizaron tanto y los que no lo hicieron en absoluto. «Pero a todos impactaba la pasión que ponía. Tal vez el pronombre más utilizado por Giussani en sus clases era el “tú”. No un “tú” genérico o retórico, sino un “tú” que interpelaba a cada uno de los presentes: “¿ qué buscas? ¿ qué deseas?”». Un profesor que no hablaba al aula. Tenía esa gran capacidad, propia de los maestros, de hacer que cada uno sintiera que le estaba hablando directamente a él. «Si lo piensas, eso es lo que te lleva a decir: “Yo soy yo. Mi vida es única e irrepetible. Pero estoy dentro de algo más grande, más significativo, que es una comunidad”. Era tal su capacidad de entrar en la cabeza y en el corazón de las personas que quien lo escuchaba sentía como un escalofrío: “Es tal cual lo está diciendo”».

Milán, 1983. Don Giussani imparte una clase sobre Leopardi (©Federico Brunetti)

Ornaghi tomaba apuntes, en aquel curso no había textos obligatorios que estudiar. «Partía siempre de la experiencia, de las cosas que le pasaban. Un día entró en el aula contando que, siendo seminarista, vio a un sacerdote muy anciano pronunciando la fórmula que da comienzo a la misa en latín: ad Deum qui laetificat juventutem meam. Así empezó una lección extraordinaria, que aún hoy recuerdo, sobre el sacerdote que con el paso de los años da gracias al Padre Eterno que llena de alegría su juventud. Porque la fe –decía– no sigue los tiempos normales de la vida ni sufre la usura del tiempo». Confiesa el profesor que «para mí personalmente, aunque nunca me adherí al movimiento, su enseñanza de la fe supone un gran patrimonio al que vuelvo no todos los días pero sí con frecuencia».

Aparte de los estudiantes que conocía personalmente y que seguían lo que entonces era Gioventù Studentesca, para Ornaghi la preocupación de Giussani eran los jóvenes en general, cada persona concreta que tenía delante. «Lo que intentaba era despertar en los jóvenes ciertas preguntas y comunicar la certeza de que, profundizando en esas cuestiones, se puede llegar a una respuesta buena y convincente. Luego cada uno haría su camino. Casi te veías obligado a buscar, a interrogarte, pues de otro modo es como si perdieras el respeto por ti mismo, renunciabas a la inteligencia humana del vivir». La otra preocupación del sacerdote italiano era la de comunicar una fe no teórica, hecha solo de palabras, «sino que las palabras que usaba se te clavaban dentro. Eran un instrumento para ayudarte a entender mejor quién eras. Para él, la vida de la fe no era solo una espera, una preparación para el más allá. La felicidad prometida por la fe cristiana está ya aquí. Se recuerda mucho lo del “ciento por uno aquí abajo”, pero en aquel momento, hablo de los años de la contestación, para los jóvenes era una fórmula que decía muchísimas cosas pues respondía a una cuestión candente».

Tiempo después, a caballo entre los años 70 y 80, cuando Ornaghi se convierte en asistente de Gianfranco Miglio, es testigo del nacimiento de una relación cada vez más estrecha entre su maestro y don Giussani. «Todo fue mérito de los estudiantes. Muchos jóvenes de CL iban al curso de Ciencias políticas de Miglio y favorecieron el encuentro entre ambos, cuya lejanía entre sí era solo aparente, pues compartían un enfoque realista». Había almuerzos y largas discusiones antes de las clases en los pasillos de la Católica. «Para Miglio, la política era imperfecta por naturaleza y veía al politólogo como un relojero que identifica dónde está el fallo para ajustar el mecanismo. En él había un aspecto hiperrealista por un lado, y por otro racionalista. También Giussani, a la manera agustiniana, era consciente de que –debido al pecado original– nunca existe una política salvífica. Pero, a diferencia del intelectual, tenía una pasión, que era fruto de la fe, que le llevaba a moverse por un cambio». Según el profesor, en Miglio había desencanto. El ideal y los valores quedaban, al estilo de Weber, lo más alejados posible del fondo. «Habría que valorar realmente si ambos estaban tan en las antípodas o si había otros elementos de convergencia, pero eso requeriría reflexiones y estudios más atentos».

Aun siendo politólogo, Ornaghi huye de una lectura del movimiento solo política. «Con los años, bajo los focos de la opinión pública, hay quien ha hecho política. Pero la contribución de los discípulos de don Giussani ha ido mucho más allá de ese ámbito, llegando hasta el mundo de la empresa, la comunicación y el Tercer sector. Hay toda una red de personas relevantes en la historia de nuestro país, profesionales que se han forjado aquí, no solo en técnicas sino sobre todo en valores».

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La contribución educativa es lo que caracteriza la figura de don Giussani. «Para él no existe “el problema de los jóvenes”, sino el de cada uno de ellos en concreto. Si no prestas a la persona la atención que merece, si no la ayudas, no la incitas a mirarse por dentro, pierdes la partida juvenil en un contexto de desorientación creciente como el actual». Para el sacerdote italiano, la afirmación de la libertad nunca iba separada de la idea de responsabilidad. «La libertad es condición para la creatividad, no es algo absoluto, separado de la realidad que nos rodea. Hoy esta conciencia se está perdiendo cada vez más». Otro aspecto que llama la atención de Ornaghi es la insistencia de Giussani en la dimensión comunitaria. «Es un enfoque que se debería actualizar en el nuevo contexto histórico y social, también en la Iglesia». Por un lado, para el antiguo rector, padecemos un individualismo deteriorado, que «no es tan libre como se cree y es poco responsable»; por otro lado, nos cuesta encontrar momentos verdaderamente comunitarios. «Obviamente, volver a proponer ese enfoque resulta más complicado por la dificultad de los tiempos. Pero aquellos tiempos tampoco eran tan fáciles. El propio Giussani tuvo que superar muchísimas dificultades e incomprensiones, dentro y fuera de la Iglesia. Su lección es la de un compromiso y una pasión incansables, algo de lo que esta época nuestra está sedienta».