Sor Gabriella Bottani, coordinadora de Talitha Kum

Gabriella Bottani. «Una mirada distinta que cura las heridas»

El 8 de febrero es la Jornada mundial de oración contra la trata de personas. Una plaga que afecta a 21 millones de personas en el mundo. Hablamos con la hermana que dirige Talitha Kum, la red de religiosas dedicadas a luchar contra este fenómeno
Laura Aldorisio

Solemos entender por “trata” el reclutamiento o traslado de personas mediante amenazas o el uso de la fuerza para su explotación. Prostitución, trabajos forzados, esclavitud, tráfico de órganos. Las últimas estimaciones publicadas por la ONU afirman que en el mundo hay casi 21 millones de personas en esta situación, sobre todo mujeres y niños.
El papa Francisco, en su discurso a las Naciones Unidas de 2015, pedía a los gobernantes «evitar toda tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente efectivas en la lucha contra todos estos flagelos». El pontífice vuelve periódicamente sobre este tema, al que ha querido dedicar una Jornada mundial de oración contra la trata, coincidiendo con la fiesta de santa Josefina Bakhita, el 8 de febrero. Coordina esta iniciativa Talitha Kum, la red internacional contra la trata promovida por la Unión Internacional de Superioras Generales. Una entidad con tres mil religiosas y colaboradores que se dedica, por todo el mundo, a ayudar a las víctimas para salir de los mecanismos de la trata. Desde 2015 la dirige la comboniana sor Gabriella Bottani. Milanesa, 57 años, ha recibido del presidente de la República italiana, Sergio Mattarella, una mención honorífica al mérito «por la total dedicación con la que lleva años comprometida con la prevención, sensibilización y lucha contra la trata de seres humanos». Hemos ido a verla para conocerla y entender de qué tipo de experiencia nace su compromiso. A cada pregunta concede un instante, un tiempo en que sopesa las palabras que va a decir. O bien reacciona con una carcajada o con un gesto de desaprobación. Por la viveza de su mirada se intuye un deseo de libertad que ha marcado toda su vida. Su canción preferida es brasileña y dice: «Si acallan la voz de los profetas, hablarán las piedras».

Sor Gabriella, ¿cómo nació su vocación?
De jovencita quería formar parte de los scout y recuerdo la alegría que sentía cuando servía a los más pobres. Había un contexto de compromiso político y una educación que no me obligaba a nada, yo era libre de elegir. Se trataba de una propuesta. Así es como Dios entró en mi corazón, mediante una realidad de marginación, empezando por mi propio barrio. Luego, a los 22 años, buscando un sentido para mi vida, deseaba encontrar un lugar para una misión laica. Gracias a mi tío, que era misionero, pude vivir una preciosa experiencia en Brasil, donde uno de los niños, que se llamaba Pequeno, me preguntó: «¿Por qué no te quedas y eres mi mamá?». Esta pregunta abrió otra en mí: la de la maternidad, el sentido de mi ser mujer. Volví a Milán deseando volver cuanto antes a Brasil, con la convicción de que ser madre consistía en poner en juego la vida, sin reservas y no solo durante un cierto periodo de tiempo. Sentía dentro de mí la necesidad de dar un paso más, buscando una radicalidad más profunda que me llevó, poco a poco, a reconocer el sentido de mi vida.

¿Qué camino recorrió?
Ocho años de discernimiento antes de entrar, a los treinta años, en las Hermanas Misioneras Combonianas. Fueron años duros porque no me reconocía en el modelo típico de religiosa. Antes tendría que experimentar que el encuentro con Dios y la libertad que dona su amor era mucho más, era algo grande. Las Hermanas Misioneras Combonianas me permitieron crecer en este espacio de libertad.

Libertad, ¿en qué sentido?
Soy una persona que tiene que comprender, no solo intelectualmente sino también con el corazón. Tengo que identificar espacios de diálogo, de encuentro y de acogida dentro y fuera de mí. Son procesos largos antes de llegar a tomar una decisión. Fue así desde mi juventud. La última decisión importante fue cuando me pidieron dejar Brasil para estar en Roma y asumir la coordinación de Talitha Kum. No fue fácil aceptar. Dije que sí con la cabeza, pero hasta unos años después no brotó ese sí del corazón.

¿Por qué se dedica al problema de la trata de mujeres?
La realidad de la trata salió a mi encuentro con rostros y personas concretas. Esos encuentros me fueron marcando el camino. Yo no he conocido la violencia en mi familia, pero la vi en el colegio y en el barrio. Desde pequeña, la violencia, los abusos, las faltas de respeto a los demás, me molestaban mucho. El hecho que marcó mi compromiso contra la trata de personas se remonta a los años 90, cuando era postulante en Roma. Conocí a una chica albanesa, víctima de la trata. Quería dejar la explotación sexual, pero sus explotadores la amenazaban con la vida de su hijo, que se había quedado en Albania. Nunca pudo salir. Me sobrecogió el hecho de que tuviera que elegir entre su propia libertad y la vida de su hijo. Aquello me quitaba el sueño. De hecho, mi compromiso contra la trata empieza en Brasil, en una zona cercana a una favela. El trabajo con niños y niñas en situación de abuso y explotación sexual dio paso a mi compromiso contra la trata de personas.

¿Cómo podía ponerse delante de todo eso?
¿Cómo podían vivir ellos dentro de todo eso? Eso es lo que yo me pregunto. Estos niños y niñas me han enseñado, me han llevado de la mano, me han introducido en su realidad, me han ayudado a comprender las dinámicas de la vida en la favela. Para mí fue un tiempo de profunda escucha contemplativa de la realidad, podía tocar el misterio de Dios presente entre los más pobres. La violencia embrutece. En una situación así o te envileces o te sanas por dentro.

¿Cómo nace Talitha Kum?
Es un proceso que empezó en los 80 con algunas monjas que trabajaban en Europa con mujeres víctimas de la trata por explotación sexual. En 2001, durante una asamblea de la Unión Internacional de Superioras Generales, se debatió sobre este tema y por primera vez se promovió la colaboración entre institutos religiosos femeninos de vida activa. Ahí arrancó un programa formativo orientado a las hermanas que querían comprometerse en la lucha contra la trata y en la atención a las víctimas. Desarrollamos un modelo formativo que, aparte del marco conceptual y jurídico, promovía la construcción de redes sobre el terreno. En 2009, tras una reunión de representantes de las redes constituidas, nació oficialmente Talitha Kum, con el objetivo de promover una mayor colaboración y coordinación a nivel mundial. Yo soy como una segunda hija de Talitha Kum, la primera coordinadora fue sor Estrella Castalone, que ocupó el cargo hasta finales de 2014, cuando le pidieron volver a Roma desde Brasil.

¿Le disgustó dejar Brasil?
A muerte. Estaba empezando un proyecto en la Amazonia con un trabajo importante para hacer frente a los abusos de niños y adolescentes. Estábamos abriendo nuevas vías y constituyendo un grupo de la red de Talitha Kum en Porto Velho (Brasil). Al principio no fue fácil, ahora reconozco que estar en la Unión Internacional de las Superioras Generales representa un lugar privilegiado. Aquí he entrado en contacto con diversas realidades en Asia, Oriente Medio o África y he podido ser testigo y participar en el nacimiento de la primera red interreligiosa. He viajado mucho. En los últimos años, debido al Covid, he estado en mi despacho en Roma. Este cambio se ha transformado en una oportunidad para descentralizar la red. Talitha Kum es una organización híbrida, vivimos en tensión entre la estructura vertical típica de las congregaciones religiosas y un liderazgo horizontal, propio de quien vivir la misión sobre el terreno.

¿Cómo se puede decir a una persona que sufre talitha kum, levántate?
No se lo decimos nosotros, es el encuentro que nace en Cristo lo que lleva a pronunciar estas palabras. Son las propias víctimas de la trata las que nos dicen a nosotros: “levántate”, como le dijo Jesús a aquella niña de 12 años que ya no tenía vida. El grito de dolor llega hasta nosotros para abrir nuestros ojos y permitirnos descubrir que las dinámicas de esclavitud las llevamos dentro. Creo que este es uno de los motivos que empuja a la indiferencia a los que ya no son capaces de mirar los dramas de hoy en día. Solo si encontramos el valor para emprender juntos un camino real hacia la libertad, solo entonces podremos decir Talitha Kum a nuestra hermana o hermano víctima de la trata. De otro modo, nuestra acción y nuestras palabras olerán a paternalismo o maternalismo y quedarán lejos de promover una verdadera transformación, una conversión personal y comunitaria.

¿Ha visto muchos cambios estos años?
En primer lugar, en mí misma. Luego he podido ver cómo el magisterio del papa Francisco ha influido en la sensibilización sobre el tema de la trata de personas. Sus mensajes son fundamentales y nos devuelven a la esencia del evangelio. Dios se hace cercano, se inclina sobre nuestras heridas para curarlas, la humanidad en Cristo se hace cargo del que es esclavo.

¿Qué dificultades encuentra en este trabajo?
Llegar hasta las personas víctimas de trata y ofrecer alternativas concretas a su necesidad de trabajar y de tener una vida digna. Lamentablemente, la falta de alternativas laborales lleva a muchas personas a rechazar nuestra ayuda. Cuando nos encontramos ante personas así de heridas, no debemos juzgar, no podemos culpabilizar a la persona en el instante presente banalizando el problema con pensamientos del tipo: no quiere dejarse ayudar, prefiere que la exploten. La trata de personas se engloba en una complejidad, en un drama que les lleva a ver cómo la violencia hace que se desvanezcan los sueños y expectativas de una familia que lo ha dado todo para que uno de ellos pudiera viajar a Europa. Estar al lado de ellos es doloroso y en estos años he aprendido a ponerme en su lugar para intentar ver solo una pequeña parte de la situación desde una perspectiva diferente.

Salir de la esclavitud de la trata significa encontrar un trabajo, tener una casa, en definitiva una nueva vida.
Sí. Un punto fundamental es encontrar una mirada que despierte la profunda dignidad de cada persona. En algunos momentos de desesperación, cuando te ves como un objeto, una mirada distinta resulta sanadora. La trata destruye la imagen de uno mismo, la confianza. Estas personas se encuentran aisladas y se preguntan: «¿Cómo he podido caer en esta trampa? ¿Por qué la hija de mi vecina envía tanto dinero a casa y yo me encuentro en esta situación? ¿Qué es lo que he hecho mal?». Estas ideas son destructivas.
Durante estos años de trabajo de coordinación, he tomado más conciencia de lo importante que es acompañar también a los trabajadores y a las hermanas que están directamente con las víctimas de la trata. No podemos afrontar esta situación solos, debemos derriban los muros que dividen las fuerzas del bien, que debilitas nuestra iniciativa contra la trata de personas.

Cada vez más clientes de estas chicas con adolescentes. Hay quien pide más educación sexual en los colegios. ¿Bastaría con eso?
No es fácil responder a esta pregunta en pocas palabras, el problema es complicado. Para responder tendríamos que adentrarnos en la crisis relacional. La crisis de relaciones es síntoma de algo más profundo, una crisis ontológica donde no reconocemos en el otro ni en la otra a nuestra hermana o nuestro hermano.



¿No se siente impotente ante la oleada de violencia a la que se enfrenta?
Un grano de arena puede bloquear un engranaje muy complejo. Las cosas pequeñas son las que pueden generar un cambio. Se trata de procesos largos, sostenidos por la oración y la espiritualidad. Esta palabra pronunciada por Jesús, «levántate», tiene una enorme fuerza transformadora. Nosotros nos comprometemos a realizar pequeños gestos, verdaderamente pequeños –como llorar juntos–, encontrarnos con la gente en el camino, tomar un té, preparar una habitación de acogida, comer juntos. Así suele empezar la acogida. En estos años de compromiso contra la trata he tocado con mis dedos la fuerza de los pequeños gestos.

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¿Puede contar alguno?
Al terminar los encuentros de formación que ofrece Talitha Kum, las hermanas empiezan a evaluar los casos de trata de personas. Una monja tuvo noticias de una mujer encarcelada en una prisión privada en Oriente Medio. Nuestra red se activó y diría que se conectó. La mujer fue localizada por la policía local, que la liberó y volvió a casa justo el día de Navidad. También he contemplado el abrazo entre una adolescente y una niña de pocos años, ambas supervivientes de la trata por explotación sexual. Esta adolescente me regaló un cuadro que acompaña mi trabajo y me recuerda el motivo por el que estoy aquí.

¿Cómo es el cuadro?
Es un tríptico que representa el recorrido de una bailarina desde las tinieblas hacia la luz. Me regaló el cuadro en 2017, durante un viaje a Filipinas. Lo pintó durante las actividades de terapia artística. Su sueño era bailar. En el cuadro me impresiona la dinamicidad de los brazos, que no están dentro del marco sino que van más allá, hacia el infinito. Otro elemento que me llama la atención es cómo se entrelazan espinas de zarzas con plumas de alas. Cada vez que lo miro descubro algo nuevo en este cuadro. Hace poco noté que la luz que había dentro de ella cuando era presa de la violencia de la explotación se había oscurecido. Este cuadro me recuerda la complejidad y amplitud del camino hacia la libertad por la atención que presta a una dignidad desfigurada. Un rayo de luz y de esperanza acompaña la danza solitaria de la bailarina. Un grito, una invitación a no dejarla sola en la danza de la vida, aunque esté marcada por el dolor.