Eugenio Corti (21 enero 1921 - 4 febrero 2014)

Eugenio Corti. El mal que habita en nosotros

Al poco tiempo del ataque americano que mató a Bin Laden, "Tracce" entrevistó al escritor italiano. En el centenario de su nacimiento, retomamos aquel diálogo donde repasaba la historia del siglo pasado
Stefano Filippi

Eugenio Corti se acerca con pequeños pasos, en la mano derecha su ya inseparable bastón, en la izquierda un libro. No es El caballo rojo, su obra maestra. Se trata de la última obra de un historiador americano, Daniel Goldhagen, que hace unos quince años ganó una considerable fortuna con Los verdugos voluntarios de Hitler. Este nuevo ensayo se titula Peor que la guerra y es una sorpresa encontrarlo en manos de uno de los grandes escritores italianos, que ambientó en la guerra gran parte de su obra.

El caballo rojo, 1.300 páginas olvidadas por la crítica pero alabadas por el público (27 ediciones, doscientas mil copias vendidas, traducido a ocho idiomas, con un comité que pidiendo para él el Nobel de Literatura), convirtió a Corti en uno de los grandes intelectuales del siglo XX. Un fresco manzoniano de treinta años de historia donde la Sobrenatura, como la llama él, da sentido a las historias humanas. Una obra que le obligó a descender «a la raíz del mal», como afirmó en 2000, al recoger el Premio de la Cultura católica. «El tema que usted me propone, el mal en la historia, es inmenso», exclama Corti. A sus noventa años cumplidos en enero, el escritor es testigo de muchos horrores. El fascismo, la ferocidad nazi y comunista, el conflicto mundial que se cerró con la bomba atómica, los años del terrorismo. Su obra los atraviesa todos. El siglo que más muertes se ha cobrado en la historia del hombre llegó a su fin, pero todo ese mal no se metabolizó y el nuevo milenio se inauguró con la masacre del 11 de septiembre a manos de Osama bin Laden, a los diez años las plazas americanas se llenaron de gente celebrando su muerte, y pocas horas después todo parecía ya consumado.

El autor de ''El caballo rojo'' en Rusia en 1942 (foto eugeniocorti.net)

Hay algo peor que la guerra.
Goldhagen trabajó durante diez años para llegar a la convicción de que los problemas más graves de la historia, especialmente de nuestra época, son las matanzas masivas, los asesinatos sistemáticos. Es un libro muy documentado, incluso demasiado meticuloso. Una breve contabilidad macabra ofrece un esbozo escalofriante del siglo XX: 61 millones de personas muertas en guerra, 42 millones de militares y 19 millones de civiles. Pero las matanzas sistemáticas a lo largo del curso mataron a entre 127 y 175 millones de personas.

Su obra Proceso y muerte de Stalin ha vuelto a escena después de cincuenta años de olvido. Define a Stalin como «un instrumento del demonio». ¿Bin Laden también es una hipóstasis del mal?
A lo largo de la historia hay personas que encarnan la presencia del mal. Está el bien, que atrae a los hombres, pero el mal también los atrae. Desde la antigüedad, todas las épocas nos enseñan que el hombre vive entre la atracción del bien y la del mal. Allí donde el mal triunfa, la historia de los hombres ha conocido oleadas de muerte. Hay que señalar que estas masacres, diseñadas para matar, han sido más letales que las guerras. Se mata directamente, o bien con las marchas de la muerte, o mediante el hambre y la miseria, como los campesinos chinos hambrientos por el régimen. Sin embargo, en situaciones parecidas no se han registrado masacres parecidas. ¿Por qué? Goldhagen plantea el interrogante, pero no tiene respuesta.

¿Cómo responde usted?
Ciertas secciones de las SS no tenían orden de matar a los judíos, pero intentaban matarlos igualmente. El dictador etíope Menghistu rebosaba de entusiasmo cuando enseñaba a los suyos la violencia para combatir el antiguo régimen imperial. Es el gusto de hacer el mal. Se puede ser feliz asesinando. Para mí, son personas poseídas por el mal, es un impulso demoniaco que se sigue haciendo notar y que arrastra a mucha gente.

Pero no solo se alegran los grandes malvados. Los americanos salieron a la calle eufóricos por la muerte de Osama. La voz de la Iglesia se alzó entre las pocas que pidieron no celebrar la muerte de un hombre.
Los americanos sufrieron una gran humillación el 11 de septiembre, les golpearon en el corazón. Identificaron al culpable y quisieron castigarlo. Para ello tuvieron que dar una especie de golpe de estado, por lo poco que pudimos saber. Por un lado había entusiasmo porque el responsable había sido castigado, en cierto sentido es un reequilibrio del derecho.

El presidente Obama dijo que «se hizo justicia».
Pero por otro lado está el gusto de matar a alguien casi sin que pudiera defenderse. Es una especie de venganza: tú me atacas y yo te mato. Es un error. En aquel episodio se unieron el deseo de encontrar al culpable, que es positivo, con las ganas de venganza contra un criminal. Como suele suceder en los asuntos humanos, hay una mezcla del bien y el mal. En cierto sentido, los americanos hicieron bien haciendo que lo pagara, porque los carniceros deben aprender que en un momento dado tienen que pagar, pero el asesino siempre trae consigo asesinatos, venganza, amenazas de nuevas masacres. Ondulamos entre el bien y el mal.

¿La justicia humana es siempre un intento parcial?
Es una justicia que se puede dar con diferente ánimo. La satisfacción de matar al adversario no es verdadera justicia. Es una nueva injusticia.

La libertad del hombre siempre tiene un papel fundamental, nunca se puede reducir todo a las circunstancias.
La perspectiva humana de los cristianos es la más adecuada para explicar este drama. El abandono de Dios multiplica los horrores. En los siglos pasados no hubo matanzas tan sangrientas como en el XX. El motivo es que el siglo pasado es el más descristianizado de la historia. La descristianización sistemática desarrollada desde el XVI en adelante incidió sobre todo en dos grandes naciones de vanguardia en la modernidad, aunque muy diferentes entre sí, Alemania y Rusia. Hitler y Stalin eran bestias muy afines. Desde el punto de vista numérico, los rusos causaron más muertes: empezaron antes y tuvieron más tiempo. Pero desde el punto de vista del radicalismo, los alemanes eran peores.

Muchos otros exterminios se conocen poco.
Uno de los más notables fue el genocidio de los armenios en Turquía a principios del siglo XX. Antes, muchos de aquellos cristianos pasaron por las armas, los supervivientes fueron deportados y en las marchas de la muerte perecieron aún más, los pocos que quedaron murieron después en los campos de concentración. En Europa, por número de muertes, el peor genocidio fue el de los campesinos rusos perpetrado por los bolcheviques mediante carestías artificiales en los años veinte y treinta. Cuando estuve allí en la guerra, entre 1941 y 1942, todavía quedaban ecos. Yo elegí el frente ruso. Quería conocer aquella realidad porque quería ser un escritor cristiano y contar también la experiencia del a-cristianismo.

¿Qué recuerda de aquellos trágicos relatos?
En toda la zona que recorrí, desde Ucrania hasta la tierra de los cosacos, siempre veía repetirse las mismas crueldades. Lo apunté todo y llené dos cuadernos que luego destruí durante la retirada en la mochila de Arbusov, porque no quería que cayeran en manos equivocadas. Sobre todo, no entendía por qué los comunistas mataban a tanta gente. Aquí los fascistas llegaron al poder causando decenas de muertos, tal vez un centenar. En Rusia la población era cinco veces más numerosa, y en proporción los bolcheviques habrían tenido que matar ante quinientas y mil personas. ¿Qué sentido tenía exterminar a millones? Me da miedo que esas cosas puedan repetirse. No se está dando una recuperación. Más aún, como recordaba por ejemplo el papa Juan Pablo II en 2002, en la asamblea del Pontificio Consejo de la Cultura, entre los propios católicos ha habido una interrupción generacional, el proceso de transmisión de valores morales y religiosos entre generaciones se ha interrumpido. No son los únicos pero los cristianos, a los que les competería esta recuperación, están la mitad aquí y la mitad allá, empeñados en anular unos los esfuerzos de los otros.

¿El drama de los cristianos es la falta de unidad?
Aparte de la contraposición.

En su opinión, ¿adónde nos dirigimos?
Me inquieta el recuerdo del pasado. Cuando iba al liceo antes de la guerra no nos esperábamos para nada la catástrofe que se nos venía encima. Ahora estamos en la misma situación. Puede ser que estas pequeñas revoluciones en los países árabes mediterráneos, con el apoyo decisivo de Turquía, se descarguen contra Israel, que para defenderse tendría que usar bombas atómicas. Ya nos advirtieron de este peligro en el mundo de la trascendencia hace unos años, me refiero a las apariciones de la Virgen de Zeitoun en Egipto en 1968, en un momento histórico delicadísimo.

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Tiene usted una visión providencial de la historia.
Durante mi larga vida he sido testigo de algunas grandes intervenciones providenciales de la Sobrenatura en la historia de la humanidad, dos de ellas obradas por la Virgen (dichas brevemente: la salvación de los últimos cincuenta o sesenta militares polacos supervivientes de los lager soviéticos, liberados y enviados a combatir contra el nazismo en Italia, que se declararon todos, sin excepción, convencidos de que debían su salvación a una intervención de su Virgen de Jasna Gora. Y el otro milagro, bastante más imponente, la inesperada desaparición del comunismo en Rusia tras la consagración del país a la Virgen realizada por el papa Juan Pablo II). Por ello, respecto al problema de Israel, yo pienso en Zeitoun. En definitiva, no solo forman parte de la realidad histórica las grandes matanzas militares, ni las aún más tremendas masacres fruto del odio de las que hablábamos, sino también las grandes intervenciones de la Providencia en favor de la humanidad, que son igualmente reales. Aquí reside el fundamento de mi esperanza.

Entrevista publicada en Tracce, junio 2011