Angela Demattè durante un espectáculo sobre Etty Hillesum

Angela Demattè: «La autenticidad que no quiero perder»

Esta actriz ha propuesto el personaje de la "Redenta" de Testori en un video para acompañar estos días tan complicados. Una opción que explica en una entrevista en la que habla de sí misma, de sus orígenes y de una sombra que lleva dentro
Luca Fiore

«¡Lanzad misiles, bombas, vírgenes y anticristos! ¡Tirad, tirad, que luego nos encerrarán en el manicomio! ¡Mirad a qué nos lleva vuestro progreso! Como si la guerra no bastara para acabar con nuestros nervios». Así grita la Redenta, personaje de Il fabbricone, novela de Giovanni Testori de 1961. Angela Demattè, dramaturga y actriz, ha elegido esas palabras para leerlas en un video propuesto por la Casa Testori para acompañar estos días de pandemia. Palabras que suenan a todo menos a consuelo.
Están en las primeras páginas de la novela, donde se describe la llegada de un temporal de verano. Los misiles de los que habla los lanzaban para romper las nubes de la granizada que amenazaba la cosecha. La Redenta, inquilina en un bloque de la periferia (la “fábrica” de la novela), todavía guarda en sus oídos el fragor de los bombardeos sobre Milán. Por eso se rebela gritando: «Entonces es mejor el diluvio, ¡el diluvio antes que el fin del mundo!».
No es La peste de Albert Camus ni el Ensayo sobre la ceguera de José Samarago, ni las páginas de Los novios que hablan del Lazareto. El tema y el contexto parecen lejanos. Para explicar su elección, Demattè se ve obligada a hablar de sí misma, de sus orígenes, de la sombra que ha descubierto en su interior estos días tan dramáticos. Pero también de algo luminoso que ha visto y que no la permite dejar de creer en la utilidad del teatro.

¿Por qué leer, justo ahora, estas páginas?
Ahora, encerrados en casa, nos encontramos en una situación parecida a la de la posguerra, en la que está ambientada esta novela. A pesar de la comunicación vía internet, nuestra vida se desarrolla dentro de nuestra “fábrica”. La vida nos obliga a prestar atención a la fisicidad de las relaciones personales, aunque solo sea para evitarlas. Pero hay otro episodio que me ha hecho volver a estas páginas.

¿Cuál?
Nací en un pueblo de la alta Valsugana, provincia de Trento. Se llama Vigolo Vattaro, tiene 2.300 habitantes. Mi abuelo, digamos, era el encargado de las armas anti-granizo de un pueblo cercano. Estoy en un grupo de Facebook donde los habitantes de esa zona cuentan lo que les pasa y me llamó la atención una madre que escribía quejándose porque, mientras ella estaba encerrada en casa con sus cuatro hijos, veía por la ventana a gente que salía a pasear. Era una invectiva llena de ira y rabia, referida a esa circunstancia concreta, pero traicionaba algo más profundo. Algo que tiene que ver con una idea reducida de la justicia según la cual, si yo recibo un daño, o me veo obligado por las circunstancias a algo que no soporto, los demás tienen que sufrir la misma suerte. Es una idea de justicia a la baja. Si no hay un bien para mí ahora, tampoco debe haberlo para los demás. Es una forma de pensar que odio, típica de los pueblos pequeños, de la que he intentado alejarme pero que al final encuentro en mí y veo que me sale de vez en cuando.

En el video propuesto por la Casa Testori

¿En qué sentido?
La Redenta invoca la destrucción. Dice: como yo soy infeliz, que se vaya todo a la ruina. Es un pensamiento que estos días, a veces, sorprendo en mí misma. «Si con este virus la naturaleza se vuelve contra nosotros, si muchos se ven afectados y parece no haber una cura, es que da igual…». Es la lógica del rasero por abajo, llevado hasta el extremo. Pero me deja a disgusto. Esta página de Testori me ayuda a mirar esto y a medirme con ello. Porque, cuando hay algo sepultado que, cuando sale a relucir, te genera un impacto, significa que hay algo sin resolver. Significa que dentro de nosotros hay un amargor, un dolor, una frustración que dentro de una circunstancia como esta sale a la luz. Como una especie de podredumbre que sale. Me ha pasado igual que a esa mujer de mi pueblo. Pero el problema es que, en vez de gritar como hace la Redenta, nos desahogamos en Facebook. Sin embargo, hace falta gritar con la voz.

Testori lo hace de una manera muy fuerte.
Sí, siempre usa un lenguaje muy teatral. Hay algo que siempre desborda, que grita en alto, y me parece que se ajusta muy bien al tono de este momento. Como también me parece muy adecuado el gesto de súplica que ha tenido el Papa, solo en la plaza de San Pedro. Al verlo, me preguntaba: después de ver esto, ¿cómo volver a ver comedias o escribir diálogos cínicos para el teatro? Ya no se puede. Tal vez, la única manera de volver a escribir para teatro sea encontrar otro idioma que esté a la altura de lo que estamos viviendo. Pero…

¿Pero?
Pero ya veo signos de que, en comparación con los primeros días, nos estamos empezando a acostumbrar a todo esto. No me gusta y me preocupa. Será que con el comienzo de las clases online (tengo tres hijos) ha vuelto en cierto modo una especie de normalidad. Al principio, al menos, nos hundimos hasta el fondo de nuestra humanidad. Volvimos a las cosas que importan. Hasta las conversaciones familiares se volvieron esenciales.

¿Es mejor la emergencia que la normalidad?
Claro que no, espero que la gente deje de morir lo antes posible. Y espero que la economía se recupere enseguida y la gente no pierda su trabajo. Lo que digo es que deseo no perder esa autenticidad a la que nos hemos visto obligados en este aislamiento forzoso. Hacía mucho que no éramos así. Y ha pasado porque esos días teníamos más tiempo, porque nos veíamos obligados a estar, en vez de correr de acá para allá, como hacemos normalmente. Los hombres del pasado tenían un ritmo del tiempo distinto del nuestro. Todo era más dilatado. Como nosotros ahora. Y el espacio del misterio es más amplio.

Aparte de Testori, ¿dónde encuentra este idioma a la altura de lo que está pasando?
En Edipo rey, por ejemplo. Antes de que lo cerraran todo, durante la última clase con mis alumnos del curso de dramaturgia, les propuse un ejercicio muy sencillo: tomar el principio de esa tragedia –donde el sacerdote le pide a Edipo que haga algo para resolver el problema de la peste en Tebas– y adaptarlo al contexto actual. La situación que describe Sófocles, más que una enfermedad de los cuerpos, es un desorden social. Me parecían palabras muy adecuadas.

¿Por qué?
Lo imprevisible de la peste permite que lo sagrado se abra paso en el mundo. Como los antiguos, hoy nos damos cuenta de que no sabemos. Tal vez nunca sabremos. Porque no saber es la condición humana. Sí, tenemos la ciencia y la medicina, pero al final somos ese hombre solo en la plaza de San Pedro que, con un sol tallado en las manos, implora a Dios, implora al cosmos: «no podemos hacer más que mendigarte un sentido, nosotros somos parte de Ti». Eso es lo que somos. Nadie ha sido capaz de hacer nada parecido. Es algo que ha despertado en mí…

¿El qué?
Lo del Papa ha sido un rito que nos ha llevado a otro tiempo. Antiquísimo. Nos ha devuelto a un tiempo en que era más fácil para el hombre estar cerca de Dios. Ves a ese hombre delante de la imagen de la Virgen… y piensas que necesitas el rostro de esa mujer que, de un modo tan misterioso, aceptó ser madre. Su sí es lo que puedes decir cuando aceptas una condición misteriosa que se te da. Es decir, es la parte de ti que acepta con amor que un niño entre en el mundo, y que tu vida por tanto se vea alterada para que entre una novedad en el mundo. Estos pensamientos se habían disuelto en mí. Pero esa noche, gracias al Papa, vi lo que durante siglos ha sido la fe del pueblo. En ese símbolo vivo está el misterio de nuestra existencia.

¿Y el teatro? ¿Qué pasa ahora que las salas están cerradas?
Nos preguntamos cómo se ha formado este virus, por qué está circulando por ahí, cuánto durará, por qué no aparece una vacuna, si en octubre empezará otra vez, qué misterio es todo esto. Sófocles, Esquilo, Eurípides y otros innumerables grandes (aunque tampoco muchísimos) que les siguieron miran la guerra, la pandemia, la crisis política, la violencia y la envidia entre los hombres, y llevan a escena un rito de sacrificio que, a través de palabras y gestos, tiene el objetivo de hacer ardes y luego quemar el miedo, la violencia, el desorden. El teatro se encarga de hacer que el pueblo vuelva a empezar, de hacerlo salir del caos, regenerar el estupor de nuestro estar en el mundo. Puede hacerlo porque es un rito, hecho de gestos y palabras, implica a la persona entera. El cuerpo es importante, estar juntos ahí es poderoso. Creo que estos días de ausencia también nos estamos dando cuenta de esto. Por tanto, creo que necesitaremos mucho teatro después de esto. Gran teatro, grandes textos.

Si pudiera elegir, ¿cuál es el primer espectáculo que iría a ver el día que reabran los teatros?
Shakespeare. Hamlet, el rey Lear o Macbeth. Hombres muy cerca del desierto y del abismo, hombres que buscan un sentido, que son indicadores de un sentido. E iré llena de gratitud por los que hagan ese trabajo, sin ese sentido hipercrítico con el que los de este oficio solemos ir a los espectáculos de otros.

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¿Una tragedia, entonces?
Sí, aunque sería muy liberador, cuando todo acabe, hacer una representación sacra de acción de gracias. Espero que aún tengamos ganas de hacerlo porque somos muy volubles… pero me gustaría. Luego, en 2021, el Teatro delle Albe de Marco Martinelli y Ermanna Montanari llevará a escena por las calles de Rávena el Paraíso de Dante. Es uno de los espectáculos que no me quiero perder.