Francisco Catão

Francisco Catão. La Iglesia y el «cambio de época»

Teólogo brasileño, en julio presentó la traducción portuguesa de ”Luigi Giussani. Su vida" en Sao Paulo. Cuando era estudiante de doctorado, participó en el Vaticano II y hoy lo relee mirando el pontificado de Francisco
Cecília Canalle y Raúl Gouveia

Los primeros cinco años de pontificado del Papa Francisco no han hecho otra cosa que confirmar las relevantes novedades de sus primeras acciones, símbolo de su disponibilidad a llevar a cabo en la Iglesia profundos cambios que deseábamos y que, tras la elección de Juan XXIII, se aprobaron sobre todo durante el Concilio Vaticano II. Francisco Catão, teólogo brasileño, en julio del año pasado presentó en Sao Paulo la traducción portuguesa de la biografía de don Giussani. En aquella época estaba estudiando el doctorado en Estrasburgo, pero participó, de primera mano, en los trabajos del Concilio. Son temas candentes para él, por tanto, los que se refieren al gran cambio que estamos viviendo, como Iglesia, durante el pontificado actual.

Una sesión del Concilio Vaticano II en la Basílica de San Pedro

Francisco afirma que estamos viviendo un cambio de época, no solo una época de cambios. ¿De qué forma la Iglesia está afrontando este cambio de época?
El Papa Francisco tiene una característica importante: es el primer Papa que no ha participado en el Concilio. Pablo VI lo presidió, Juan Pablo II y Benedicto XVI lo interpretaron, pero ninguno de ellos puso en tela de juicio el estilo de la Iglesia preconciliar. Entendieron la renovación de la Iglesia y la conservaron tal como estaba porque desde un punto de vista estructural tenía que seguir siendo la misma. Pablo VI, que tal vez es quien mejor lo entendió, vivió durante la fase más agitada del inmediato postconcilio y le resultó muy difícil plantear aquellas novedades. Sus sucesores intentaron mantener las prácticas del pasado cuestionando las distintas interpretaciones del Concilio. El pontificado de Francisco ha roto con esta tradición. Nada más llegar, ha dicho: «Asumo el papel de Papa porque soy el obispo de Roma [un cambio importante: el Papa como miembro del cuerpo apostólico, primus inter pares], un obispo que han ido a buscar hasta los confines del mundo»… Todas sus acciones anunciaban un cambio radical, como continuación de la novedad del Concilio, que para él es un fruto del Espíritu que hay que acoger.

El pontificado de Francisco ha roto con esta tradición. Todas sus acciones anunciaban un cambio radical, como continuación de la novedad del Concilio, que para él es un fruto del Espíritu que hay que acoger.
Juan XXIII con el entonces cardenal Montini

¿El Papa tiene autoridad para reformar la Iglesia?
Las valientes reformas que se atribuyen al Papa Francisco no son el resultado de sus ideas, sino del Espíritu Santo, que habló a la Iglesia de forma especial, carismática, profética, durante el Vaticano II. No se trata de ideas del Concilio, sino de decisiones proféticas que habría que poner en marcha. Es lo que está haciendo el Papa Francisco. Hoy, cincuenta años después del Concilio, nos damos cuenta de que el Vaticano II no ha llevado a cabo un simple cambio en la concepción de la naturaleza de la Iglesia o de su vida, sino algo aún más radical. La Iglesia misma, una «comunidad histórica de quien vive la luz de la Palabra, en el espíritu de Jesús», expresión o, como dice la Lumen Gentium, «sacramento de la unión con Dios de todo el género humano». Sin embargo, su fisionomía histórica es totalmente distinta, porque se había puesto, por así decir, una coraza para resistir, sobre todo ante los ataques de la Reforma y de la modernidad. Durante el Concilio, el Espíritu la invitó a deponer la armadura y afrontar su misión más en armonía con la misión apostólica como aparece en el Evangelio. Desde finales de la Edad Media y hasta el Concilio, la Iglesia mostró una determinada predisposición a considerar el mundo como el enemigo. Fue necesario esperar a Juan XXIII. Su vida lo llevó a desarrollar una aguda percepción de la distancia entre el mundo moderno y la Iglesia. Hacía falta modernizarla para que pudiese cumplir con su misión.

Hoy, cincuenta años después del Concilio, nos damos cuenta de que el Vaticano II no ha llevado a cabo un simple cambio en la concepción de la naturaleza de la Iglesia o de su vida, sino algo aún más radical.
Pablo VI y el cardenal Wojtyla

¿Se podría decir que Francisco hace revivir a Juan XXIII?
Sin duda, gracias al carisma del Espíritu Santo. Los dos comparten un carisma similar, son profetas: Juan XXIII intuye y Francisco realiza lo que el Concilio Vaticano II anuncia. Francisco es totalmente consciente de que está empezando una nueva época para la Iglesia. Gracias a su formación en América Latina, su experiencia y las dificultades que vivió como provincial de los jesuitas y como arzobispo de Buenos Aires, participando de una teología abierta a los problemas sociales y políticos, Francisco estaba preparado para guiar a la Iglesia hacia la acogida del Evangelio hoy. También ha sido capaz de percibir esos problemas porque mira al mundo desde una perspectiva nueva, latinoamericana. Cuando lo eligieron Papa, sabía cuál era su misión y se ha comprometido con alegría y paz en el corazón, como reveló a sus amigos y a sus colaboradores más cercanos, como suele hacer una persona con carisma. Como Papa, Francisco tenía una primera obligación: escribir la exhortación apostólica del Sínodo para la Nueva Evangelización, que se celebró en octubre de 2012, bajo Benedicto XVI. No estaba muy claro lo que suponía una nueva evangelización después de Juan Pablo II. En el Sínodo se intentó dar una definición, pero sin mucho éxito. Francisco no ha intentado definirla, simplemente ha establecido, en la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, el programa de su pontificado. Tengo la impresión –aunque no sea un vaticanista– de que Francisco, de alguna forma, ha terminado lo que se había propuesto hacer. La homilía del pasado 15 de mayo fue muy significativa. «Un día tendré que decir adiós, pero no quiero decir adiós como san Pablo en su discurso a los presbíteros reunidos en Éfeso», es decir "evangelizando". Y explica en qué sentido se está despidiendo, lo cual es muy significativo. Percibe haber inaugurado una nueva época para la Iglesia, poniéndola en sintonía con el mundo, que a su vez vive también un cambio de época, y dejando a los demás la misión de construir la Iglesia del mañana.

La homilía del pasado 15 de mayo fue muy significativa. «Un día tendré que decir adiós, pero no quiero decir adiós como san Pablo en su discurso a los presbíteros reunidos en Éfeso», es decir "evangelizando"
Benedicto XVI, papa emérito, y Francisco

Antes ha hablado de una «Iglesia revestida con una coraza», citando a Juan XXIII. ¿Cómo empieza a romperse esa coraza y cómo se llega al Concilio?
Pío IX perdió el poder temporal en 1870. Los estados pontificios fueron invadidos, el Papa tuvo que abandonar el Quirinale y encerrarse en el Vaticano. Este alejamiento duró ocho años. En el cónclave, el cardenal Pecci, luego León XIII, fue elegido porque, al ser teólogo, era capaz de replantear una Iglesia despojada del poder temporal. León XIII estaba predispuesto a una reforma de la Iglesia según el modelo del cristianismo de la Edad Media. No funcionó. Después, los Papas siguieron fieles al modelo de Iglesia recibido, basado en la memoria de la cristiandad, y cada día más reacio a acoger la evolución cultural de Occidente. En 1958 el Cónclave eligió a Juan XXIII, que tenía una visión realista y más positiva del mundo moderno. Más que un hombre de iglesia, era un diplomático. Nuncio en Europa del Este, fue administrador apostólico en Turquía, donde llevó a cabo importantes medidas de protección de los judíos perseguidos por el nazismo. En 1946, fue llamado a desempeñar la tarea de nuncio en París. El general De Gaulle había anunciado que no enviaría al nuncio, amigo de Pétain, a las celebraciones navideñas. Era difícil tratar con el general De Guelle tras la guerra. Pío XII cedió en el último minuto. Se envió un telegrama a monseñor Roncalli, a quien se le concedían 24 horas para presentarse como nuncio en París, porque a falta del nuncio le habría tocado al embajador soviético felicitar al presidente por Navidad. Fue por eso que Roncalli, el “campesino” de Bérgamo, se convirtió de repente en nuncio de París. Durante el periodo francés se dio cada vez más cuenta de que la Iglesia necesitaba cambiar su postura hacia el mundo moderno. Nombrado arzobispo de Venecia y luego cardenal, llevó este impacto del mundo moderno hasta la cátedra de Pedro, en 1958. El problema, sin embargo, era de tal calibre que hizo falta la colaboración de todos los responsables, los obispos del mundo entero. ¿Por qué no convocar un Concilio? Fue su primera y sorprendente idea. Elegido en octubre de 1958, el 25 de enero de 1959 anunció su proyecto de convocar un Concilio para sincronizar a la Iglesia con la nueva época que estaba empezando. ¡Estos detalles demuestran que el Espíritu Santo estaba dirigiendo los eventos, empezando por las personas, para llevar a cabo el Concilio!

El papa Francisco durante su viaje a Brasil

En Brasil, pero también en muchas partes del mundo, hemos observado un aumento de la polarización y de la dificultad para el diálogo, sobre todo en el ámbito político. ¿Cuál puede ser la contribución de los católicos?
Esta pregunta es extremadamente importante. Pero intentaré ser breve. El papa Francisco, en su última constitución apostólica, la Veritatis Gaudium, sobre los estudios que se hacen en la Iglesia, subraya la importancia fundamental de la experiencia cristiana y enseña cómo dialogar con las ciencias y con el mundo, en el sentido más amplio del término. En el Proemio, en el punto 4, enuncia cuatro criterios a observar. El primero: cada reflexión acerca de la verdad y de la fe hunde sus raíces en la profesión de fe personal, la experiencia cristiana, que tiene que apoyar el diálogo con los demás conocimientos, en un clima marcado por la transdisciplinariedad, en el Espíritu, en el que todo y todos colaboran en una gran red. Todo es consecuencia de este primer criterio. El diálogo no supone intentar que todo el mundo comparta la misma idea, porque el otro siempre es otro, nunca pensará exactamente igual que tú. Sin embargo, cada uno está ligado al otro por un amor fraternal, dentro de una comunidad. Francisco lleva todo esto al extremo: no se trata de conciliar ideas; las ideas se discuten. Cada uno tiene derecho a tener su propia idea. Por la cultura en que hemos nacido y por la educación que se nos ha dado, ¡somos distintos los unos de los otros! Todos tienen derecho a ser distintos, porque somos distintos como personas. Lo que alimenta el diálogo es el Espíritu. Se habla cuando se busca la verdad con el mismo espíritu. El espíritu nos une como personas, en la búsqueda de la fidelidad a la verdad y a la justicia, en un camino de paz.

Juan Pablo II y don Giussani

Entonces, hablamos de algo que va más allá de las ideas mismas. Ha mencionado el amor fraternal...
El amor por el otro es el Espíritu, que la teología llama también “amor” y “don”. En la fe, el Espíritu es el amor que procede del Padre y del Hijo y los une en Dios, es el Espíritu que se revela en el Evangelio: el mandamiento de Jesús es amarnos como Él nos ama. El clima de diálogo es amor mutuo. En esto nos reconocerán como discípulos de Jesús: si nos amamos los unos a los otros. Una Iglesia sin amor es una Iglesia vacía, sin significado. Solo tiene sentido en la medida en que, animada por este amor, ofrece un servicio. Así dice el primer párrafo de la Lumen Gentium: «La Iglesia es un sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano». Es la apertura completa al horizonte, que solo ahora Francisco pone en marcha de manera eficaz. La Iglesia no es una institución tradicional cuyo objetivo es defender ideas; es una comunión de amor, en búsqueda de la verdad.

Ha conocido a don Giussani leyendo su biografía. ¿Qué relación ve entre él y el Papa Francisco?
Por lo poco que yo sé, lo que me llama la atención es que Francisco comparte con Giussani un elemento importantísimo: la dimensión existencial. Es la misma visión del cristianismo, que no es conceptual, sino experiencial. Hablan de la vida cristiana, de la experiencia cristiana, no se limitan a las virtudes teologales, a las virtudes morales, a los dogmas... El discurso se centra en la realidad. Creo que una de las características fundamentales de Francisco y de Giussani es la dimensión existencial. Esta dimensión existencial parece nueva en la tradición católica. Algunos grandes modernistas –como por ejemplo Alfred Loisy– han criticado a la Iglesia justo por este motivo. Jesús siempre ha hablado de la decisión práctica, de la forma de actuar, de la situación existencial. Cuando perdona, anuncia el Evangelio, las Bienaventuranzas, o enseña que en el juicio final nos tratará a todos acorde a la forma en que tratamos al prójimo, habla siempre dentro de un plan existencial. Representa también una de las características de la filosofía moderna, una de las reivindicaciones fundamentales de la fenomenología. Tanto para Giussani como para Francisco, la dimensión existencial tiene prioridad. Véase, por ejemplo, la exhortación apostólica Gaudete et exsultate, muy cercana a la enseñanza de Giussani, justo por esta visión existencial. Francisco no la elabora como un tratado sobre la espiritualidad: la santidad es la vida que vivimos cuando nos dejamos guiar por el Evangelio. Nuestra existencia es santa, una santidad de nivel medio, no una santidad tan “grande” como para pedir su canonización por la Iglesia, la santidad de la vida de todos los días, que todos nosotros, tú y yo, vivimos apoyándonos mutuamente, con alegría y con valentía, pero sobre todo con discernimiento. Un discurso auténticamente existencial, muy en sintonía con el discurso de Giussani.