En el centro Francisco Catão, a su izquierda Alberto Savorana

Sao Paulo. La Iglesia, la modernidad y la profecía de Giussani

Presentada la edición portuguesa del libro de Alberto Savorana. Con el autor, el teólogo brasileño Francisco Catão, que hizo un recorrido por la historia de la Iglesia del último siglo para situar la novedad que supuso el fundador de CL
Cecilia Canalle

El teólogo Francisco Catão, junto a Alberto Savorana, presentó en Sao Paulo, en el Monasterio de San Benito, la biografía Luigi Giussani. Su vida. Testigo directo del Concilio Vaticano II y figura reconocida en el pensamiento católico brasileño, Catão ofreció, gracias a su profundo conocimiento de la Iglesia de las últimas décadas, una contextualización fascinante a la contribución del fundador de CL.

Por su parte, Savorana señaló cómo Giussani, ya desde muy joven, se dio cuenta del atractivo que la realidad ejerce en la persona y de la búsqueda del hombre por comprender su significado. «Significado que enseguida descubre en la persona –no solo histórica sino presente, cotidiana– de Cristo». Así, cuando justo después de su ordenación enferma gravemente y se ve obligado a dedicarse exclusivamente a cuidar su salud durante casi cinco años, comprende que incluso una circunstancia como esa enfermedad forma parte de su camino, de su relación con el amigo que ha encontrado, Cristo. Es una intuición en la que ahondará durante todo el recorrido de su vida.

El otro punto que destacó Savorana es la naturaleza del genio educativo de Giussani, capaz de dialogar profundamente con la modernidad. Cualquier joven, partiendo de su propia experiencia marcada por el deseo de infinito, puede verificar personalmente la correspondencia entre esta y el encuentro con Cristo presente. Era el desafío de la Iglesia ya en los años 50. Montini, arzobispo de Milán y futuro papa Pablo VI, tenía la misma percepción del hecho de que –para el hombre moderno– la Iglesia, la fe, ya no era capaz de interceptar el interés de la persona. Y de esta toma de conciencia nace la aventura educativa de Giussani.

A nivel histórico, la intervención del profesor Catão ofreció una breve y precisa recopilación de la historia de la Iglesia desde el siglo XIX, indispensable para entender la relevancia de la contribución de don Giussani al cristianismo actual. Desde el XIX, explicó el teólogo, la institución eclesiástica empezó como a alejarse del hombre común, refugiándose después de la Revolución Francesa y la llegada de la modernidad, en un formalismo que fue minando su autoridad. Ya entonces la alternativa para la Iglesia era seguir endureciéndose para reafirmar la verdad de la doctrina o intentar moverse en sentido contrario, haciendo frente al hombre contemporáneo, saliendo a su encuentro y acogiéndolo.

Catão detalló este itinerario partiendo de León XIII y la Rerum Novarum, pasando por Pío XI y la Ubi Arcano Dei Consilio, Pablo VI y Dei Verbum, hasta llegar al Catecismo de 1992, que reconoce el papel decisivo de la experiencia en el conocimiento de las verdades de la fe.



Benedicto XVI, según el teólogo, percibió claramente la importancia de la experiencia afirmando, en la Deus Caritas est, que el cristianismo no es una doctrina o una moral, sino un hecho. Lo que significa que el cristianismo es una experiencia, dice Catão. Más recientemente, podemos ver que los puntos que Giussani sitúa como fundamento de su pedagogía están muy cerca de los que el papa Francisco ofrece en su magisterio. Se ha podido constatar en la Evangelii gaudium, y más aún en la Veritatis gaudium, donde el Papa subraya la experiencia como base de la educación católica. El pensamiento de Giussani, anticipándose al Concilio, prefigura ya la llegada del papa Francisco, y en este sentido –añade el teólogo– se podría hablar de «profetismo». Por lo que respecta a la centralidad de la experiencia, Benedicto XVI destaca este punto en relación con Giussani, permitiendo a su sucesor, el papa Francisco llevar a cabo, en cierto sentido, esta intuición.

El profesor Catão terminó explicando cómo la experiencia humana más profunda es aquella en que el hombre, reconociendo su propia miseria, pide incesantemente a Cristo que lo ilumine, que lo salve en medio de las infinitas y pequeñas actividades de su vida cotidiana. La experiencia consiste en una práctica interior, la percepción, intuida en lo más íntimo del corazón, de que Jesús da un sentido a nuestra vida. Esta experiencia inexpresable está en la base de todas las expresiones que constituyen la experiencia. «No somos cristianos porque creamos en Jesús», dijo el teólogo, «somos cristianos porque Jesús da un sentido a nuestra vida; y no se lo da a nuestras grandes ideas y proyectos, da un significado a nuestra relación cotidiana con los demás».