El encuentro en Río de Janeiro

Brasil. «Todo es más mío. Se me ha dado todo»

Río de Janeiro recuerda a don Giussani con los testimonios de Rosetta Brambilla, una de las primeras personas de CL en América Latina, y Julia, una joven que conoció el movimiento hace poco
Isabella Alberto

En la entrada del auditorio Vera Janacopulos de la Universidad Federal de Río de Janeiro podían verse los paneles de una exposición sobre la vida de Luigi Giussani para recibir a los participantes, unos sesenta, en el encuentro del pasado 30 de septiembre dedicado al Centenario del fundador de CL en el campus de Praia Vermelha.

En el acto, organizado por la profesora Márcia Valéria Teixeira Rosa y moderado por la periodista Elizabeth Sucupira, intervenían dos ponentes: Julia Fernandes, estudiante de Pedagogía en Río, y Rosetta Brambilla, misionera en Brasil desde hace más de cuarenta años, fundadora y coordinadora general de las Obras Educativas Don Giussani en Belo Horizonte.

Fue una velada cargada de belleza y fascinación. Para empezar, un breve video donde se veía toda la intensidad de Giussani en sus gestos y en sus palabras con el tráiler de la exposición virtual del centenario. Después, para adentrar a los oyentes en la sensibilidad de Giussani ante la belleza, se organizó una velada musical con dos arias de óperas de Donizetti: Spirto gentil y Una furtiva lagrima, interpretadas por los cantantes Frederico de Assis y Fernanda Schleder, del Coro del Teatro Municipal de la ciudad.

La exposición sobre don Giussani a la entrada del campus de Praia Vermelha

Cuando Rosetta empezó a hablar, cautivó a todos. El conjunto de obras sociales que coordina lleva el nombre de don Giussani porque su pasión educativa nació del encuentro y la amistad con él, y con el pueblo que generó. Lo conoció siendo muy joven, en Italia, cuando un amigo la invitó a una fiesta. Allí vio algo que la atrajo, y se puso a seguir a aquellos nuevos amigos. De origen humilde, trabajaba en una fábrica y, para conseguir el dinero que necesitaba para participar en los encuentros que le proponían, hacía trabajos extra por las noches. Los fines de semana iba a Milán. «No podía dejar de ir. Necesitaba absolutamente ver a ese hombre». ¿Por qué? «Porque nunca antes me había sentido mirada así. Don Giussani tenía una mirada hacia la realidad que me fascinaba porque no se limitaba a mirar tu pobre persona, sino que te miraba como si fueras única. Quería verlo para que mi mirada se pareciera cada vez más a la suya».

Aquel encuentro cambió la vida de Rosetta hasta en los detalles más ínfimos, hasta en su forma de hacer su trabajo cotidiano pintando porcelana, plenamente consciente del valor que tenía su labor, lo que le hacía desear que no tuviera ningún defecto. «Pensaba en los que iban a usar ese objeto y me decía: “No sabrá quién lo ha hecho, pero yo sé por qué lo hago, por Quién lo hago”». Con los años, la historia siguió avanzando, los domingos en la caritativa de la Bassa milanesa, las misas y los encuentros comunitarios, aprendiendo de don Giussani que «signo y Misterio coinciden», recuerda Rosetta. «Te hacía sentir feliz por existir, porque era capaz de hacer que el mundo fuera hermoso». En esa amistad, que hacía que todo vibrara, «se desvelaba el rostro auténtico de una persona», como cuando se revela el negativo de una foto.

Por su parte, Julia, de 23 años, nunca conoció a don Giussani personalmente y quiso empezar su intervención con una cita de ¿Se puede vivir así?. Cuando le regalaron este libro fue cuando conoció el carisma del sacerdote italiano. «Los criterios del corazón son principios estables, principios que te hacen juzgar lo que encuentras, y decir: es bello, es verdadero. (…) La emoción es una reacción. La correspondencia es un juicio que compara la emoción que se despierta en nosotros con las exigencias del corazón que describen el camino hacia el destino (…). Para ello existe una ayuda humana: la compañía. Pero no cualquier compañía, sino la compañía formada por personas llamadas a buscar como tú». De este modo, el conocimiento de Julia tuvo lugar a través de sus amigos que pertenecían al movimiento. «Así, Giussani forma parte de mi camino como alguien que me muestra a Cristo en las cosas más sencillas. Todo empezó a estar determinado por esta amistad, todas mis decisiones en casa, en la familia, en la universidad. Empecé a mirar todas las cosas a través de la lente de este encuentro». Siendo adolescente, Julia participaba en los grupos juveniles de la parroquia, pero el encuentro con CL fue una novedad. «La búsqueda de la vida era siempre la misma, pero me fascinó encontrar un lugar que me ofrecía una experiencia extrema de libertad. Por eso don Gius llegó a ser un padre para mí». Hoy este camino le ayuda a reconocer que «todo es más mío, se me ha dado todo».

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Giussani era un amigo que Rosetta tuvo el privilegio de tener muy cerca, sobre todo cuando en 1967 partió a la misión en Brasil. Eran los años de la contestación y los primeros misioneros acabaron implicándose mucho en la lucha por la justicia social. En aquella época, don Giussani enviaba cartas a sus amigos más queridos, y Rosetta recibió dos. En 1969 «me escribió: “Confía en la fuerza de Dios, que siempre sabrá sanar cualquier debilidad tuya y superar cualquier vanidad”. Cuando algunos amigos dejaron esta compañía supuso un dolor muy grande, como si me arrancaran la piel. El vínculo con don Giussani impidió que yo también me perdiera». Ese mismo vínculo permanece vivo hoy mediante la compañía de amigos que acompañaron a don Giussani siguiendo a la Iglesia y generando un pueblo.