Un momento de juegos durante las vacaciones brasileñas

Brasil. Vivir imantados por “algo distinto”

Unas vacaciones con un grupo de familias de Río de Janeiro y Sao Paulo. Entre excursiones, juegos, cantos y momentos de diálogo, el relato de lo que ha sucedido
Debora Ramos Cavalieri

Todo empezó en 2018, cuando algunos amigos de Río de Janeiro y Sao Paulo propusieron en sus grupos de Fraternidad pasar un fin de semana juntos de vacaciones. Esos días nació una amistad inesperada entre ellos y desde entonces organizan cada año una convivencia en Itamonte, Minas Gerais. Cocinando y leyendo Pinocho con los niños, pasaban los días de manera sencilla y al mismo tiempo excepcional, marcados por «una realidad humana en la que está presente el misterio de Cristo», como dice don Gussani en Dar la vida por la obra de otro.

Chiara cuenta que uno de sus hijos, de cinco años, «que normalmente se levanta para ver la tele, aquí saltaba de la cama a las siete para irse a jugar con los demás niños muy contento». ¿Qué hay entre nosotros que haga posible un cambio así si no es alguien fascinado, tocado por una mirada cargada de humanidad? «Al final de las vacaciones, me dijo –continúa Chiara–: “Estos días han sido preciosos, me iba a dormir con el corazón alegre porque aquí estaban mis amigos”. Volvíamos confiados en el proyecto de Dios, después de haber experimentado el ciento por uno tan solo por decir sí a una iniciativa con amigos».

La primera noche, retomando el encuentro de la última asamblea de la Compañía de las Obras con Giorgio Vittadini, Bracco nos provocó con el ejemplo de los monjes que empezaron a convertir a los vikingos entre los normandos, dando así comienzo a la civilización europea. «¿Pero dónde están hoy esos monjes? ¡Eres tú, somos nosotros! Normalmente no tenemos esta conciencia, vivimos como si nuestra acción no tuviera la perspectiva de cambiar el mundo. Sin embargo, somos el motor de un cambio en la sociedad. Cuanto más se pierde la importancia de estos movimientos, como el de nuestras familias cuando se reúnen –“cuerpos intermedios”, como decía Vittadini–, más se reduce la conciencia de que estos monjes siguen existiendo».

Pero la cuestión decisiva en esta conciencia comienza antes de la convivencia. El comienzo se da justo allí donde estás ahora, trabajando o en casa con tus hijos, con la pregunta que llevas cuando te animas a salir de viaje con tus pequeños, como cuenta Paula. «Al principio no estaba segura de aceptar esta propuesta, sobre todo porque tengo un niño de dos meses. ¿Qué es lo que da sentido a todo? ¿Qué es lo que satisface las exigencias de mi corazón, tan insaciable? Entre propuestas sencillas pero muy atractivas, como un baño en la piscina o preparar una bebida con las moras recogidas por uno de los chicos, la misa diaria o platos merecedores de una estrella Michelin –felicidades a los padres cocineros–, pude compartir con estos amigos los desafíos que me presenta la vida. ¡Qué sed tengo de esta compañía que me ayuda a volver al origen de todo! Y qué agradecida estoy al Señor porque sin Él nada de eso existiría. Vuelvo a casa con la certeza de que es posible vivir la misma experiencia que Juan y Andrés vivieron con Cristo. A mí también me atrae la misma belleza y no deseo menos que esto para mi marido y mis hijos».

Este año no solo había adultos y niños pequeños. Fue una sorpresa ver cómo habían crecido algunos y percibir –aparte del apetito inesperado que nos obligó a hacer algún viaje extra al supermercado– ciertos rasgos de preadolescencia. La madre de una de ellos fue directa al grano. «Estaba muy preocupada por mi hija. Estos días pensaba que esta compañía no me parecía la más adecuada para ella, pues no tiene amigos de su edad». Pero en el fondo ese es el mismo malestar que podemos sentir los adultos cuando un joven nos pone contra las cuerdas. Puedes responder fácilmente con una teoría, pero así no lo convences, porque la moda, el dinero, el poder o el sexo le parecerán más atractivos. Hace falta la experiencia de una correspondencia sorprendente. «Durante una excursión con mis amigos de siempre, pensaba que cuando éramos adolescentes este encuentro también podría parecer bastante improbable. Sin embargo, resultó radical y nos conquistó por completo, igual que ahora. Me he dado cuenta de que la Escuela de comunidad nos ayuda a comprender que el nihilismo puede aferrarnos incluso estando en el camino adecuado. Igual que puede aferrar a mi hija, que era una niña hasta ayer. Pero el camino de la Escuela de comunidad y unas vacaciones como estas nos ayudan a recuperar una conciencia distinta, a reconocer que Dios es todo en todo».

Debido a un imprevisto, no pudimos hacer la excursión larga que estaba prevista para llegar a un sitio muy especial, y tuvimos que conformarnos con dar un paseo por los alrededores del hotel. Mateo, de ocho años, al ver el cambio de programa, se desahogó en voz alta: «Esta excursión no tiene una». A Filippo, «durante la primera parte del camino me resonaba en la cabeza esa frase, pensando en cómo el escepticismo puede anidar hasta en el corazón de un niño. Pero durante el paso, que realmente no llevaba a ninguna parte porque era un recorrido fijo, me di cuenta de que a cada paso crecía en mí el deseo de encontrar un lugar abierto y bello para hacer algo juntos. Caminando con mi hija a la espalda y mis amigos al lado, me sorprendía agradecido por la petición de belleza que se abría paso en mi corazón, que es educado constantemente dentro de este pueblo. En el fondo, la frase de Mateo no era más que un grito dirigido al Infinito para que nos mostrase nuestro destino». Al final, el destino imprevisto llegó: un pequeño claro, sin grandes vistas, rodeado de árboles. «Casi instintivamente nos pusimos en círculo para vernos las caras y entonamos un canto muy divertido en el que participamos todos. En el camino de regreso vi que había sucedido algo que correspondía a esa sed de infinito que teníamos Mateo y yo, y que en esa unidad deseada mis ojos se habían abierto más y mi corazón había adquirido más certeza».

«Lo que está pasando aquí es espectacular», añadió Bracco. «Cuando nuestros hijos están tristes es porque desean el infinito. Pero aprender a gestionarlo, aprender a afrontarlo, entender qué hacer con ellos y ver que no son solo un problema… no es sencillo, porque primero debo mirar bien mi propio deseo de infinito, no tener miedo a mi tristeza cuando llega el viento del aburrimiento. Eso es lo que me fascinó en el movimiento: no alguien que enseguida me hablara de Cristo, sino alguien que me dijo que las cosas no bastan. Algo que podría ser una maldición o el síntoma de una depresión se transforma en síntoma de vida y de grandeza. Cuando un chaval ve estas cosas en un adulto, él también empieza a vivir sus deseos como un camino. Si nosotros somos los primeros que miran su deseo con miedo, ellos también se asustarán».

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Luego hay una segunda vía, que es educar en una correspondencia. ¿Qué hace más feliz a una persona? ¿Imponerse a los demás o que exista un pueblo de gente feliz? Parece una estupidez, pero si falta esta educación, si se da por descontado, ya no se comprende que quien hace feliz a un pueblo es el más feliz. Por eso, educar el deseo de los niños es un desafío. Educar nuestro deseo, como hicimos todos esos días de vacaciones.

«¿Qué diferencia hay entre las vacaciones que tuvimos y unas vacaciones en un resort?», resume Luca. «Me hacía esta pregunta volviendo a casa, porque era evidente que allí había sucedido algo que superaba nuestras capacidades para reunir u organizar a la gente. La convivencia fue una ayuda para mirar y descubrir lo hermoso que es vivir imantados por “algo distinto” que sucede, que va más allá, que me libera de mi cansancio, de mis miedos y límites. Así fue para los niños, que volvieron entusiasmados, pero en primer lugar fue así para mí. En casa, mi hijo mayor no dejaba de cantar “Oh When the Saints…”. Para mí, esa es la fórmula que resume nuestras vacaciones: “Cuando los santos vayan marchando, oh Señor, ¡yo quiero estar entre ellos!”».