Miguel Carpio Vargas

Perú. Aquel día, subiendo las escaleras de la universidad

Miguel acaba de terminar el doctorado de Teología. Su historia empieza en Lima, en 2004, cruzándose con el rostro de Andrea Aziani y su sonrisa: «Si este hombre mira con esta ternura, ¿cómo será la mirada de Dios?»
Paola Bergamini

El aroma del café llena la cocina. Miguel, parado en la puerta, mira a su padre sentado a la mesa. El hombre levanta la mirada: «Hola, ¿desayunas?». «No tengo tiempo. Debo ir a la universidad, tengo clase temprano». «Siéntate dos minutos. ¿Te gusta la carrera? Cuéntame...». El joven no le deja acabar: «Te he dicho que no tengo tiempo. ¿Y qué más te da? No tengo ganas de hablar, a lo mejor nos vemos esta noche». Agarra la mochila y se va. Ni siquiera él mismo sabe por qué ha sido tan duro. No está enfadado con su padre pero la inquietud, la rabia que lleva dentro, se apoderan de él. Tiene 18 años, muchos amigos, una novia, le gusta lo que estudia… «¿Pero qué me pasa que nada me basta? Nada me satisface. Siempre deseo más», piensa mientras entra en la Universidad Católica Sedes Sapientiae, al norte de Lima. Esa mañana de septiembre de 2004 es una jornada que Miguel Carpio Vargas nunca olvidará. Al acabar su clase de Antropología religiosa, baja la escalera que va hacia la salida. Empieza a bajar escalones mientras por el lado contrario un hombre sube. Se cruzan a la mitad y sus miradas se encuentran. Una fracción de segundos cambia su vida porque nadie le había mirado nunca así, con esta ternura infinita. Se queda paralizado en la escalera.

Sabe perfectamente quién es ese hombre, todos hablan de él como de alguien excepcional. Es Andrea Aziani, profesor de Filosofía, italiano, no es cura ni está casado, pero sí está vinculado a la Iglesia. Por ese motivo, Miguel siempre se ha mantenido a distancia. Sus padres abandonaron la fe en la universidad, dieron a sus hijos una educación atea, alimentando un cierto hastío hacia la Iglesia. Su único desliz fue el bautismo de Miguel, impuesto por la abuela. Miguel no es un sentimental, y una idea empieza a abrirse paso: «Si este hombre de Iglesia mira con esta ternura, ¿cómo será la mirada de Dios?».

No logra dormir. Al día siguiente va a ver a ese profesor. Casi con rabia le pregunta el porqué de lo que le pasa. Aziani no le da respuestas, solo le dice: «Todos los viernes a las tres, un grupo de jóvenes se reúne en el aula que hay al lado de mi despacho. Ve, y luego si quieres nos vemos». No lo piensa dos veces y el viernes siguiente se presenta con máxima puntualidad. No conoce a nadie. El encuentro empieza con un canto en italiano, otro en inglés y el último en español. «Menos mal», dice en voz baja. Los jóvenes hablan de “experiencia”, “encuentro”, “acontecimiento”. «No entendía nada, pero miraban igual que Andrea. Me dije: tengo que seguir a estos. Aquella tarde empezó la aventura de mi vida», recuerda Miguel, que hoy es sacerdote de la diócesis de Lima. Desde aquel día, se quedó “enganchado” a esos amigos. Va con ellos a misa, se confiesa y va a Escuela de comunidad. Todo es una “primera vez”. Recibe la comunión y la confirmación, y empieza a ver que la respuesta a su deseo de significado tiene un nombre: Cristo. «Esto es lo que me fascina del movimiento. La fe es un encuentro histórico, vivo, real. No se limita a ese día en las escaleras de la universidad, volvió a pasar con otros. Puedo decir que “debo” a Giussani, que ni siquiera sabía quién era, la salvación de mi vida. Él ha sido el padre que me ha permitido saber quién soy. También le “debo” mi vocación».

Unos meses más tarde, después de cenar su padre le pide que recoja la mesa. «Vale», responde inmediatamente. «¿Qué te ha pasado? Ya no eres como antes, no estás enfadado». Miguel le habla del profesor de Filosofía y de sus amigos. El hombre se asusta: «¡Ten cuidado, será una secta! No vayas». Empieza a ir a misa y a la caritativa a escondidas. En su amistad con Andrea, memor Domini (muerto en 2008 y declarado siervo de Dios, ndr), comienza a intuir su camino. «Me decía que en el sacramento se muestra la gratuidad del Misterio, y eso me parecía fascinante. Hasta que entendí que el Señor estaba pidiendo mi disponibilidad. Mi vocación era el sacerdocio».

En 2007 entra en el seminario. Antes de irse, Aziani le dice: «El movimiento es una ayuda para amar a Dios y servir a la Iglesia con pasión por la salvación de los hombres». Esas palabras le acompañaron durante los dos primeros años, en los que prácticamente no tuvo contacto con sus amigos de CL. Al volver a Lima, pregunta al obispo, monseñor Lino Panizza, si puede seguir la Escuela de comunidad, porque «necesitaba esa compañía». En 2015, dos años antes de lo previsto, es ordenado sacerdote y por voluntad del obispo continúa sus estudios de Teología en Lima. Un día, un seminarista le para y le dice: «He leído una intervención de Julián Carrón en la revista Huellas. Habla de la fe de una manera tan humana que nunca había oído nada igual. Me preguntaba cómo puedo reconocer esas palabras de manera concreta en la vida de alguien. Empecé a buscar a gente de CL y me han hablado de ti». Se hicieron amigos y al poco tiempo el seminarista le dijo: «¿Sabes qué es lo que me llama la atención? Tú nunca me dices lo que tengo que hacer, sino que me pones delante de mi yo». «Eso es lo que me fascinó del movimiento, y lo he visto también en Carrón».

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En los ejercicios espirituales de curas de 2018, Carrón le preguntó: «Miguelito, ¿cómo estás?». Le pareció imposible que recordara su nombre. «Es un padre que me ha enseñado a ser hijo. Porque, igual que Andrea, no atrae hacia sí mismo, sino hacia Dios. Tiene la sencillez de reconocerlo en la vida de los demás y señalarlo. Ese es el método del movimiento y yo deseo vivir así».

Este año, en enero, después de defender la tesis sobre el aspecto relacional de la persona humana en Aparecida en 2007, estaba seguro de que tendría que volver a una parroquia y sin embargo… Monseñor Panizza, jubilado, le ha pedido que se quede dos meses para acompañarle a un viaje a Italia, para visitar a las personas que le ayudaron y acompañaron durante su ministerio en Perú. «Seguimos la realidad y así descubrimos lo que el Señor quiere de nosotros. Es otra de las cosas que he aprendido en el movimiento. ¿Ves? Mi vida sigue siendo una aventura, muy especial».